La entrega de sus labios y los míos fue completa. Jadeamos sobre la boca del otro terminando por transformar todas las emociones que había en nuestro interior hasta que todas eran deseo, el más puro e intenso de los deseos.
Mis manos recorrían sus costados hasta que las puse en la parte trasera de sus muslos subiéndola y manteniéndola en mis brazos antes de que sus piernas acabasen alrededor de mi cintura buscando un nuevo punto de apoyo. Agradecí que no fuese preciso que tuviese ambas manos en sus piernas porque una de ellas voló rápidamente hasta su cabello, agarrándolo y posicionando mis dedos en su nuca para que no se alejase. El frenesí que sentía al notar su boca robándome el aliento y la mía dándoselo por puro placer era tan adictivo que no quería romperlo, no deseaba que todo se fuese al traste, solo permitirme fluir todo mi ser junto al suyo.
Nuestras lenguas se encontraron, se abrazaron y entregaron a su propia danza. Sus gemidos se perdían en mis labios y la excitación comenzaba a sentirse demasiado con la temperatura que alcanzaba todo mi cuerpo. Sabía que el deseo también incrementaba en Laila, podía notarlo por su respiración, por la manera en que agarraba mi cabello sin deseo de soltarlo y por cómo me apretaba contra ella en un deseo que esperaba que fuese el mismo que el mío, fundirnos en el otro para no volver a separarnos.
Pronto la ropa estuvo de más. Empecé a levantar esa falda aún más haciéndola un simple guruño a la altura de su cintura mientras sus manos viajaban hasta la cinturilla de mi pantalón. No era nada más que un deseo infernal, tras saciarlo no sabíamos qué haríamos, pero la satisfacción tras ello, esa satisfacción que sabíamos que ocurriría era la que nos estaba abriendo las puertas dentro de nuestra plena vulnerabilidad.
Me separé de su boca para de esa manera recorrer su cuello con mis labios y dejando alguna pequeña mordida en su nívea piel. Eché a un lado sus bragas antes de que ella sacase mi erección de mi pantalón. Suplicaba por liberarse y gruñí con fuerza cuando su mano la hubo cobijado con la dulzura acostumbrada.
Ambos nos olvidamos de todo, simplemente nos permitimos liberarnos así que entré despacio en su interior causando la gloria de ambos, ese placer incansable que podía hacer hasta al animal más absurdo un adicto. Me quedé quieto una vez que hube entrado por completo en su húmedo y cálido interior que me había recibido con la misma alegría que mi miembro había sentido al ser apretado por sus paredes vaginales.
Bajé mi boca por su cuerpo y después de apoyar a Laila contra la pared, saqué por su escote uno de sus senos, redondo, pálido, con esa sonrosada aureola que parecía gritar cómeme. Lo hice. Me llevé su pezón a mis labios justo en el instante que mis caderas empezaron a acometer contra las suyas en un ardiente deseo por dejar a un lado toda la lógica, ser solo animales entregándonos a la pasión, gozando con el placer del otro, con los sonidos y gemidos del otro mientras paso a paso nos íbamos acercando a la misma gloria.
Gruñí con su seno en mi boca. La velocidad de mis penetraciones estaba siendo cada vez mayor. Lo necesitaba, ansiaba esa descarga de éxtasis y mi nombre escapando de entre sus labios como un gemido constante no era nada más que un aliciente para continuar, para lograr que la diosa que me había dejado enterrarme entre sus piernas sintiese que la creación y la pureza también estaba en aquella manera de tomarnos, de reducirnos hasta nuestro adn y arañar el cielo con los dedos.
La hice gritar, la hice suplicar, temblar entre mis labios mientras lloriqueaba porque pudiese darle la mayor de las glorias. Yo ansiaba lo propio, sin embargo, el orgasmo no llegaba tan rápido como ambos hubiésemos querido convirtiéndolo en una tortura demasiado placentera. Éramos dos locos que no podían aguantar ni tan siquiera cinco minutos para llegar al éxtasis.
El sonido del chapoteo de su fluidos por el constante embiste de mis caderas en una insaciable succión de su hambriento interior provocaba en todo mi ser un sentimiento de poder que solo había podido disfrutar del todo con ella.
Finalmente, el orgasmo nos arrolló a ambos. Habíamos ascendido hasta la cima y ahora caíamos precipitándonos hasta ese supuesto valle de la satisfacción, de estar llenos, plenos, de todas las formas físicas posibles. Me vacié en su interior, su orgasmo había ocurrido primero y el mío tan solo había esperado un par de estocadas para darme ese placer de contemplar sus mejillas completamente sonrojadas, de ver su frente perlada en sudor y cómo se derretía entre mis brazos igual que podría hacerlo el hielo si se llevase demasiado cerca del sol para que se fundiese casi de manera instantánea.
Apoyé mi frente contra uno de sus hombros. Dejé de moverme, la mantuve en esa posición y disfruté del pos-coito. Era una de las mejores sensaciones del planeta que quise secuestrar para mí en ese instante.
Poco a poco ambos nos recuperamos de aquel encuentro pasional. Sus dedos acariciaron mi nuca y despacio volví a cubrir ese seno para que no se quedase demasiado frío. No nos hablamos, no durante un rato. Nos miramos a los ojos, intenté descubrir qué había sentido realmente en aquella entrega, si había sido lo mismo que había tenido con otras mujeres o aquellos que ya había vivido con ella en el pasado. Me di cuenta que no era ni lo uno ni lo otro, era distinto, todo había evolucionado, no sabía si para bien o para mal, pero lo había hecho.
Intenté salir de su interior, pero ella me paró y negó ligeramente. Se acercó a mi oído y dio un pequeño beso en mi lóbulo erizando todo el bello de mi cuerpo.
— Hazme el amor, aunque sea la última vez —suplicó logrando que los recuerdos de aquellas veces en que habíamos hecho el amor encendiesen de nuevo mi cuerpo tal y como su dulce aroma hacia cada vez que embriagaba mis pulmones.
— Aunque sea la última vez —repetí antes de caminar con ella hacia la habitación que me indicó.
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Secretos
RomanceWolfgang Maicron pertenece a la élite de la sociedad. Un hombre acomodado que ha tenido todo lo que ha querido, jamás lo ha visto suficiente. La oveja negra de una familia que vive con la cabeza alta por su gran legado, ha llegado a Nueva Orleans pa...