Capítulo 15

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 — Es sorprendente, ¿verdad? Cómo todas las personas ahora se pelean por un poco del arte de alguien que prácticamente murió sin saber lo que su obra valía en realidad. Algunos de ellos han llegado a morirse de hambre o hacerlo en el anonimato cuando siglos más tarde se les ha dado la categoría de genios. Una ironía demasiado cruel —comentó una voz que había perdido hacía mucho tiempo la amabilidad de todas las formas en las que pudiese haberla tenido y haberla conocido.

Algo ligeramente más cascada, quizá por el maldito uso que tenía del tabaco, aunque para mí no dejaba de ser irreconocible. Strauss. No era preciso que girase la cabeza, su aroma de tabaco entremezclado con el cítrico del champú que usaba para su cabello y que parecía tener una vida propia como para volverse su esencia personal, había logrado penetrar en mis fosas nasales hasta el punto de sacarme por completo de la maravillosa sensación de adrenalina que suponía vender a otros un cuadro falso, aunque fuese un Maicron original en toda su esencia.

La coleta con ondas pelirrojas permanecía en la misma posición que siempre. Había ocurrido en ocasiones que había creído que no se movía, que no tenía que hacérsela todas las mañanas, sino que tal y como se levantaba así estaba, con cada uno de sus cabellos en su lugar exacto, sin posibilidad alguna de salir de la goma por temor a cómo su dueña pudiese terminar reaccionando.

— El arte es algo distinto para todos, Strauss. Hay personas que solamente viven del arte porque necesitan el reconocimiento ajeno y luego, por otro lado, están los genios quienes no viven de ello cuando les corresponde, al menos, no como reyes, pero su pasión y necesidad por expresarse de esa manera es lo único que necesitan, nada más. No todo es dinero para todos en esta vida —musité sabiendo lo irónicas que sonaban esas palabras escapando de mi boca.

— Es sorprendente que alguien como tú me diga eso, Maicron. Sin embargo, creo que la casualidades es una de esas cosas en las que no se puede creer. Si la vida nos ha unido de nuevo en el camino no es por capricho, estoy convencida —giró su torso de forma que apoyó su brazo izquierdo sobre el respaldo de su silla en una posición que no todas las personas podían hacer sin esfuerzo, ella era bastante ágil y flexible, así que tenía esos puntos a su favor.

Una de sus cejas estaba enarcada, observándome como siempre lo hacía, creyendo que en cualquier momento iba a cometer el error garrafal que me llevaría al peor de los escenarios posibles para mí y aquel que ella tanto ansiaba poder ver.

— Dudo que sean coincidencias. Está persiguiéndome como cada vez que entro en este país, es uno de sus pasatiempos favoritos. Cualquiera podría llegar a pensar que, bueno, está obsesionada conmigo, Strauss. Si lo que quiere es una cita, lamento decirle que no salgo con neuróticas —mi sonrisa escapó de mis labios intentando demostrar una amabilidad completamente incongruente con las palabras que le acababa de dedicar.

La puja ya había subido hasta una cifra estratosférica, pero ¿quién podía saber la trampa que se escondía? Me preguntaba si alguien, quien fuese, encontraría en ese cuadro la segunda firma que no se veía a simple vista, esa firma que no eran nada más que un par de iniciales perfectamente escondidas entre el paisaje. El truco era engañar al ojo humano.

Debía reconocer que estar realizando una estafa justo delante de las narices de Strauss tenía su aquel. Ella estaba relajada, hasta cierto punto, había visto en demasiadas ocasiones cómo esa vena que tenía en la frente amenazaba con explotar en cualquier instante. En ese momento, la vena estaba lo suficientemente calmada como para no estar dispuesta a saltar a degüello de quien tuviese delante. Esperaba tenerlo todo lo suficientemente bien atado como para no terminar esposado sin que se me hubiese leído uno solo de mis derechos. La conocía, era metódica, sí, pero también pasión en sus acciones y a mí me odiaba más que a cualquier otro ser viviente.

Me mantuvo la mirada. Vi cómo tragaba saliva y después de eso, rodó los ojos antes de sentarse como una persona normal, observando el cuadro que estaba siendo subastado.

— Tienes demasiada suerte de que no te meta entre rejas solamente por ese comentario que has hecho. No obstante, hoy estoy de buen humor.

— ¿Buen humor? ¿Usted? Eso debería considerarse un milagro.

— No te rías, Maicron. Dudo que lo hagas si te cuento porqué estoy de buen humor.

Fruncí mi ceño antes de volver a dirigir toda mi atención a la mujer que tenía al lado. Era peor que una patada en el estómago. Tenía que soportarla porque debido a su estatus, debido a que de su cinturón colgaba un arma y que tenía una placa que le daba cierto poder sobre mí, no podía mandarla al infierno como tanto quería. Debía reconocer que en un mínimo grado, terminaba divirtiéndome aquella relación extraña que manteníamos. Demasiado inteligente para ella, o quizá, tan astuto que había sabido manejarme en la ilegalidad como para que aún no se tuviesen pruebas sobre mí.

— ¿Qué le tiene de buen humor?

— Tu ex novia, Maicron. Laila, la dulce y adorable Laila. Ella tuvo una conexión muy profunda hace diez años contigo y parece que sé cosas que tú no. Así que, quizá ella pueda contarme algunas más sobre ti, sobre lo que sé que hiciste o llevas haciendo mucho tiempo. El despecho de un alma enamorada puede ser tu perdición y mi gloria —la sonrisa apareció en su rostro, esa sonrisa que no había visto nunca y que siempre creí que sería tan estremecedora como en ese momento.

Strauss sabía sobre Laila y, ¿por qué la rubia callaría por algo que ella misma había rechazado y reconocido que era de todo menos honesto? Mi parte ilegal había sido la que había terminado logrando que se separase de mí, algo que no habían permitido ni mi mal humor, ni la forma que tenía de pensar en algunos aspectos de la vida. ¿Podría ser Laila mi propia perdición tal y como había dicho Strauss? No podía pedirle que no lo fuese. 

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