Capítulo 4

1 0 0
                                    

El corazón latía en mi pecho a tal velocidad que temía que acabase yendo hacia ella, escapando de mi pecho para hundirse en el lugar que le pertenecía, al lado del ajeno. Los diez años que habían pasado desde que nos habíamos visto por última vez tan solo habían incrementado su belleza y mi deseo. Estaba perdidamente enamorado de ella y aunque quería preguntarle tantas cosas, ninguna escapó de mis labios, simplemente me quedé observándola.

— Estás aquí, en Nueva Orleans... —su voz entre susurros era hipnotizante, sabía que cualquiera que la escuchase terminarían girándose hacia ella, como un canto de sirena, por eso solía hablar bajito, ella era consciente de su poder.

— De haber sabido que estabas aquí habría venido mucho antes.

Ni tan siquiera sabía cómo había podido contestarle. De hecho, la primera de mis reacciones había sido creer que tan solo lo había pensado, pero su sonrojo y titubeo me hicieron entender que no, que ella lo había escuchado, por lo que, evidentemente, estaba dejando que cada pensamiento escapase por mis labios, sin filtro, como siempre me había gustado ser con ella.

La observé. Su luz era sorprendente, única. No había nadie en el planeta Tierra que fuese como ella, un ángel que había posado sus descalzos pies en el suelo para aparecer en mi mundo y hacerme ver la vida como si tuviese realmente un propósito.

Fue sencillo perder el control. En el instante que Laila dio un par de pasos hacia mí, no tardé en eliminar esa distancia que nos separaba, atrapar su rostro entre mis manos y estampar mis labios contra los suyos en un beso apasionado igual al que había soñado tantas veces que le daría de tenerla frente a mí. Mi boca era demandante, irónicamente dulce cuando ansiaba ser salvaje. No quise invadir más allá, no hasta que ella no fuese quien me permitiese acceder a su boca entreabriendo sus labios, aquellos que tenían la habilidad de descolocar cada uno de los cimientos de mi mundo.

Laila me correspondió el beso. Sus manos se posaron sobre mi camisa, a la altura de mi pecho, agarrando la tela de esa forma en que sabía que no deseaba que me separase. No lo haría, no mientras a ambos aún nos quedase aire en los pulmones. Así que me mantuve allí, adorándola y ansiándola de aquella manera mientras sentía cómo todas y cada una de las piezas que habían formado un rompecabezas incompleto volvían a encajar, recobrando ese sentido único que su presencia y su propio deseo podían entregarme.

Se separó de mis labios después de soltar la tela de mi camisa. Sus palmas intentaban separarme, sin demasiado esfuerzo, como si estuviese intentando que me negase, que le permitiese seguir allí así que ni tan siquiera me moví un ápice.

— Nada ha cambiado, Wolf. Sigo recordando lo que pasé y nada de todo aquello puede solucionarse con un beso —sus ojos azules, brillantes pues estaban a punto de derramar unas lágrimas que sabía que ahogarían a mi propio corazón como si lo estuviese estrangulando una boa constrictor, me observaban con dolor, dolor por esos recuerdos que tenía.

Esa carta que aún conservaba había sido mi tormento. Ella había descubierto la verdad, sabía qué era el oscuro secreto que se escondía detrás de mi nombre, detrás de mi fama. Yo le había intentado ocultar quién era al margen de la ley, quería que me quisiese por quién era yo, el verdadero Wolfgang que nadie se había parado a conocer, el que ella despertaba con sonrisas y esa mirada tan especial que lo encendía hasta lo más profundo.

No supe qué decir. Sabía que nada se arreglaría con un beso, pero después de diez años soñando con ella, enfermándome por la ausencia de su amor, había necesitado dejar a un lado todos los protocolos y el arte de la reconquista, para volver a besarla. De saber que ella no me amaba, de haberlo visto en su mirada y en la forma de comportarse que fuese tan distinta a la que recordaba cuando me observaba, aquel beso hubiese seguido permaneciendo única y exclusivamente en mi mente, recreándose de forma dolorosa por no poder tenerlo. Sin embargo, había visto su amor y me había lanzado a la piscina descubriendo que no me equivocaba pese a las barreras que intentaba construir entre nosotros ahora.

Su frente acabó apoyada en mi pecho. Inmediatamente envolví su cuerpo entre mis brazos apretando su ligera figura hasta que volvimos a encajar igual que antes. Nuestras respiraciones iban al mismo ritmo, su altura seguía siendo perfecta incluso llevando tacones, sus curvas no habían cambiado ni lo más mínimo, tan solo el tiempo había logrado que sus facciones algo aniñadas de su veintena se hubiesen transformado en cinceladas perfectas cual diosa de la mitología.

— Déjame invitarte a cenar. Concédeme al menos saber qué ha sido de tu vida durante estos años —susurré antes de esconder mi nariz en su cabello aspirando su aroma que no tenía nada que ver solo con el champú, no, había una mezcla perfecta entre los cítricos y su fragancia natural, única, dulce, que reproducía de manera espontánea atrayendo a todo hombre que tuviese un mínimo gusto.

Mis dedos subieron hasta su cabello y masajearon su cuero cabelludo en un intento por calmarla además de sentir esa textura sedosa entre mis falanges. ¿Podía quedarme así para siempre? Lo único que quería era apretarla a mí, que se fundiese en un solo ser para no volver a separarme de ella, jamás.

Su rostro terminó alzándose para encontrarse con mis facciones. Había logrado mantener las lágrimas a raya. No había derramado ninguna, sin embargo, su cuerpo temblaba haciéndome entender que no podía asegurarme que no terminase viéndolas en cualquier instante.

— ¿Solo cenar? —preguntó consciente de que siempre jugaba con las medias verdades o los dobles sentidos.

— Solo cenar. Te lo prometo —aseguré asintiendo para crear énfasis en mi respuesta antes de que mis labios se posasen sobre la punta de su nariz depositando un beso en ella.

La manera en que arrugó la nariz por instinto trajo tantos recuerdos a mi mente que casi me abrumaron aun más que cuando eran dolorosos, ahora no había ni pizca de sufrimiento, sino una intensa felicidad además de esperanza por tener una mínima posibilidad de seguir construyendo muchos semejantes a su lado.

Tras pensárselo aceptó y una sonrisa se deslizó en mis labios por puro instinto antes de escuchar la cantarina voz de Natasha que acababa de encontrarme.

— ¡Wolfgang, querido! Te estaba buscando. Aún me debes esa copa.

Laila quien no había tenido problema de permanecer entre mis brazos ese tiempo, lentamente se separó con la incomodidad propia de quien sobraba en la ecuación, pero estaba muy equivocada, era Natasha quien estaba de más. 

SecretosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora