El trabajo se había acumulado sobre mi mesa como si hubiese pasado semanas sin pasar por allí. Esa era la parte mala de estar al frente de lo que fuese, todo tenía que llevar mi beneplácito y aunque adoraba tener ese poder, también era cierto que terminaba con la muñeca destrozada de tanta firma o con dolor de cabeza intentando, de alguna manera, hacerle entender a la otra persona en qué se había equivocado o porqué motivo tenía que hacer todo desde el principio.
Mi secretario poco avispado había aprendido a usar con mayor soltura todos los medios que estaban a su alcance, de hecho, se le daba tan bien que ahora podía mandarle que llamase a tal o cual departamento sin tener que explicarle qué botones tenía que dar, simplemente entregándole una nota con lo que tenía que decir aligerándome bastante el trabajo en cuanto a llamadas que no necesitaban que fuesen atendidas o realizadas por mí.
Con todo ese lío de papeles a duras penas si había sido capaz de pensar. Aún no sabía cuál sería mi verdadera posición con respecto a todo lo vivido en aquellas últimas horas, tenía que tener mis cinco sentidos en el trabajo y resultaba bastante agobiante por los tiempos que era mejor dejar todo lo demás a un lado.
Las horas pasaron a una velocidad asombrosa y, en el momento en que levanté el auricular para poder llamar a Carl y pedirle de esa manera que me trajese algo de comer porque no saldría en esa ocasión de la oficina, me sorprendió ver que una de las luces estaba encendida. La línea estaba ocupada y me preguntaba qué estaba haciendo aquel idiota dejándome sin posibilidad de comunicarme. Respiré profundamente intentando serenarme y luego di al botón para ver qué estaba sucediendo.
— Sí, sí, señor Maicron. Su hermano pequeño está aún en el despacho y no sospecha gran cosa. La mayoría de todos los papeles que le puse sobre el escritorio es papeleo innecesario como me pidió. Aún quedan bastantes papeles para tenerle sentado sobre su butaca unos cuantos meses más sin poder ir siquiera al baño —su voz sonaba hasta diferente, el tono no parecía nervioso, no tartamudeaba ni parecía haber conocido la bondad en ninguna de sus vertientes.
Aquella rata de cloaca estaba teniendo contacto directo con mi hermano y eso solamente indicaba que aquel capullo había sido comprado. El mismo que le habría avisado de todas y cada una de las cosas que había hecho, cuando había ido y cuando no. Parecía que me conocía más de lo que pensaba, pero la torpeza se le había pegado a esa sanguijuela del personaje que llevaba interpretando todo ese tiempo.
— Eso es perfecto, Harry. Estás haciendo el trabajo adecuado. Sabes que soy yo quien tiene todo el poder para hacer que llegues lo alto que quieras. Además, es tan idiota que ni tan siquiera se habrá dado cuenta de todo tu papel y lo mucho que te has estado riendo de él a sus espaldas. Si tan solo pudiese estar allí para ver su cara —soltó una risa de esas envenenadas suyas antes de carraspear—. ¿Ha vuelto a ir la policía? La Stauss por ahí.
— No, no ha vuelto a venir, señor. Pero en cuanto la vea por aquí le daré el sobre que me dijo que tan solo ella podía abrir.
— Perfecto.
No necesité escuchar más. Volví a dejar el auricular en su lugar antes de sacar mi teléfono móvil. Di a una de las teclas de marcación rápida. Carl, rápidamente había contestado al aparato con su "sí, señor" acostumbrado.
— Código rojo, Carl.
— ¿Quién, señor?
— Torpeman.
— Entendido —la comunicación fue escasa mientras mi mandíbula se apretaba por la ira contenida y la sangre me hervía en las venas deseando de alguna manera poder librarse de toda la tensión que en ese momento estaba empezando a volver rígidos todos y cada uno de los músculos de mi cuerpo que estaban dispuestos a rechazar todo ápice de buen humor hasta que el asunto no estuviese resuelto.
Me pregunté cuál podría ser la mejor forma de actuar en cualquier ocasión que pudiese darse. Di ligeros golpes con el móvil contra mi barbilla y opté por la opción que mejor me había salido siempre cuando no se trataba de Laila, usar esa expresión neutral en la que nadie podía ni sabía leer mis intenciones, aquella que había usado prácticamente durante toda mi vida desde que mi padre me había asegurado que sentir era de débiles fuese la emoción que fuese.
Detestaba estar rodeado de personas que se vendían tan fácilmente como ese ser que buscaba ahogarme a mí besando el culo de mi hermano. Todo por dinero, por fama o por mi puesto, estaba convencido de eso.
Me levanté de mi silla antes de escuchar la forma en la que llamaban a la puerta, de nuevo sin avisar como días atrás. Era él. Mi secretario se acercaba pronunciando palabras a las que no presté ni el más mínimo caso, era como estar en medio de un montón de personas, solamente escuchar un murmullo continuo pero no distinguir ninguna palabra en realidad. Parecía estar hablándome al otro lado de una pared que ahogaba la mayoría de los sonidos que pudiesen comprender mis oídos. De hecho, en mi mente la situación era muy distinta. No obstante, no podía permitirme soñar por si alguna palabra distinta del guión que debía seguir se escapaba de mis labios.
— ¿Ha terminado, señor?
— No, aún me quedan unos cuantos informes —comenté tan rápido como fui consciente de la pregunta y después de eso, me apoyé en el escritorio antes de fruncir mi ceño—. Sin embargo, he pensado que estás lo suficientemente capacitado para hacerlos tú, bueno, eres una persona realmente valiosa en esta empresa después de tan poco tiempo trabajando para nosotros. Sería un voto de confianza que darte.
— ¿Lo... lo dice en serio, señor? Eso sería un verdadero elogio.
— Por supuesto, además estoy más que seguro que mi hermano disfrutaría sabiendo que la rata que ha conseguido comprar de mi oficina tiene las manos metidas en el pastel. ¿Verdad?
Había perdido por completo el color justo en el instante que asentí para que mi secretario fuese problema de otros. Seguiría vivo, sí, pero estaría lo suficientemente asustado para no volver a meterse en el camino de Wolfgang Maicron. No es algo de lo que me sentía orgulloso, pero al otro lado de la ley si uno no conocía a las personas correctas el juego no te daba más opción que ser comido y con eso, ir a la cárcel de cabeza.
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Secretos
RomanceWolfgang Maicron pertenece a la élite de la sociedad. Un hombre acomodado que ha tenido todo lo que ha querido, jamás lo ha visto suficiente. La oveja negra de una familia que vive con la cabeza alta por su gran legado, ha llegado a Nueva Orleans pa...