El timbre sonó casi de forma demasiado intensa en el momento que presioné ese botón. Era un sencillo sistema para llamar a quien estaba dentro y no dejarse los nudillos cuando estuviesen lo suficientemente sordos o lo bastante lejos de la puerta como para no escuchar que esta estaba sonando y había alguien al otro lado pidiéndole que le prestasen atención.
No me importaba despertar a todos sus vecinos con el ruido de aquel timbre. Dudaba que absolutamente todos los miembros de ese vecindario se hubiesen acostado siempre a una hora tan prudente que algo parecido fuese impensable y si tenían el sueño demasiado ligero, mis disculpas, pero me importaba una mierda en ese mismo momento.
El silencio fue la única respuesta que recibí. No escuchaba movimiento alguno al otro lado de la puerta y mi paciencia era bastante escasa en ese momento, por lo que volví a llamar varias veces a ese mismo timbre dispuesto a salir de dudas e intentar entender todo lo que estaba pasando por la cabeza de Laila cuando había optado por negarme la existencia de alguien que era tanto suyo como mío.
La puerta se abrió. Las ondas rubias de Laila estaban despeinadas, su expresión era de puro susto. Parecía dubitativa, como si no supiese qué hacer. Mis ojos se mantuvieron fijos en sus facciones. Enarqué una ceja y esperé como si ella tuviese que saberlo todo solo con mi presencia allí.
— ¿Qué...?
Resoplé antes de levantar una mano que hizo que parase su pregunta después de la primera palabra.
— ¿Lorraine existe? —mi mandíbula se había apretado simplemente con volver a considerar que su existencia fuese completamente real.
La expresión del rostro de Laila se volvió aún más pálida que de costumbre. Casi podía sentir su miedo y no necesité tampoco gran cosa, no necesité su respuesta. ¿Cómo alguien iba a reaccionar así de no ser de esa manera? Ella me había ocultado a mi hija durante diez años, a mi hija. No sabía si podía mirarle a la cara, ya no sabía qué se suponía que quería con ella. Era... ¡era mi hija! Podía sentir las ganas de vomitar llegando con fuerza a mi garganta y golpeando con dureza a mi estómago.
Me quedé mirándola tan solo unos segundos, aquellos en los que mis sentimientos se transformaban en una mueca de disgusto tal que sin pronunciar palabra alguna me di la vuelta. Tenía que irme de allí. Era una noticia que no parecía capaz de asimilar. ¿Cómo se supone que uno asumía algo semejante? A duras penas si las personas que tenían nueve meses para hacerse a la idea podían percatarse de lo que significaba ser padre. ¿Cómo podía yo reaccionar como alguien normal después de diez años sin saber de la existencia de mi hija?
Aún no quería pensar en ella. Tenía tantos sentimientos encontrados con respecto a Laila que todas mis emociones intentaban focalizarse en encontrar una postura común. Estaba a punto de soltar un alarido en mitad del edificio, pero, en lugar de realizar semejante espectáculo, salí tan deprisa como pude para terminar metiéndome en el coche que me había traído hasta allí. Carl no había venido conmigo, había estado conduciendo hasta el lugar gracias GPS al que ya no quería escuchar.
Ni tan siquiera esperé para ver si Laila hacía algo por detenerme. Me fui, aceleré y me marché de allí tan pronto como me fue posible. Mis dedos se estaban aferrando al volante con toda la fuerza que tenían, casi deseando estrangular a ese pequeño trozo de plástico duro o de lo que fuese que estuviese hecho. Todo mi ser no era nada más que un amasijo de nervios y no sabía cómo podía deshacerme de ellos, cómo podía dejar a un lado todo lo que ahora mismo acababa de descubrir y que terminaría poniéndome en la peor de las encrucijadas porque, ¿qué se suponía que debía hacer? ¿Tenía que montar un espectáculo y quitarle a su madre una hija que ni tan siquiera me había visto? No sabía si tenía constancia de mi existencia y de ser así, ¿cómo podía obligarla a odiar a su madre por lo que me había hecho a mí cuando una madre suele ser lo más importante para cualquier hijo? No quería ser como mi padre en eso. No quería enfrentar a los hijos en una batalla que solo nos correspondiese a nosotros. Lorraine o el verdadero nombre de aquella niña no tenía que sufrir ningún tipo de mal con los problemas que existiesen entre Laila y yo, y pese a todo lo que mi cuerpo me suplicaba por dejar escapar todas las emociones, no sabía si sería capaz de hacerlo sin romperme en mil pedazos de nuevo, igual que ella me había destrozado con su marcha.
Aparqué el vehículo de mala manera y después subí como una exhalación hasta el piso en el que vivía. Abrí una botella de licor mientras el silencio del piso junto a la oscuridad, me envolvía. Terrence se había ido a dormir seguramente y tampoco es que me importase mucho. Carl no se había despertado y si lo había hecho, pronto se daría cuenta de que había vuelto y no había nada más que temer.
Salí a la terraza con mi vaso lleno de un líquido parduzco antes de observar aquella piscina que iluminada provocaba las envidias de todos los seres del universo. Estaba bien cuidada, me había asegurado de ello, pero aun así las temperaturas no eran las mejores para meterse dentro.
Un par de vasos más tarde no pensaba lo mismo. Quería apagar el sonido del teléfono que seguía metiéndose en mi cabeza demostrándome que alguien se estaba poniendo en contacto conmigo. Cualquier cosa podía esperar. Todo podía tener su momento en el futuro, pero yo no, necesitaba ese tiempo para mí, este que estaba robando al mundo, en mitad de la noche, permitiéndome ser el protagonista de toda la trama amorosa y de sufrimiento del planeta. No había nada que pudiese estar ocurriendo peor a mis ojos y cegado cada vez más por el alcohol dudaba que lograse verlo.
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Secretos
RomanceWolfgang Maicron pertenece a la élite de la sociedad. Un hombre acomodado que ha tenido todo lo que ha querido, jamás lo ha visto suficiente. La oveja negra de una familia que vive con la cabeza alta por su gran legado, ha llegado a Nueva Orleans pa...