Capítulo 33

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Querida Laila.

Me siento al borde de la locura. He tenido que tomar una decisión por ambos, desde hace mucho tiempo no quería tener que hacerlo. Reconozco que durante muchos años lo único que he querido es encontrarte, no dejarte marchar de nuevo y formar la familia que pudimos crear con la pequeña Lorraine. Sin embargo, ahora, la desesperación me consume. ¿Cómo puedo aceptar que Lorraine existía, que no tuve oportunidad de conocerla y además, tengo que aceptar su muerte? No tengo idea alguna de cómo has podido hacerlo tú. ¿Existe algún manual a la hora de perder un hijo que yo no haya recibido?

Sé que Caroline ha tenido mucho que ver en tu recuperación. También sé que lo más probable es que también lo consiguiese si yo la conociese, pero ¿me puedo permitir ese lujo si me la pueden quitar en cualquier momento? ¿Cómo has podido hacerlo tú?

He leído el resto de su historia. Bueno, al menos el principio de una novela. Tu hermosa imaginación me había devuelto a tu lado y juntos podríamos estar muriendo juntos a la vez, intentando poder pasar todas esas penalidades entre los brazos del otro.

Lo aseguro, quiero estar en esa situación, deseo estar en esa situación. No obstante, he pensado tanto en esas palabras que tú misma me escribiste que dudo mucho que sea capaz de entregarte a un futuro bastante negro. Quiero lo mejor para ti y puede que no sea yo.

¿Recuerdas que te hablé en algún momento sobre un código rojo? No tengas miedo, pero puede que sea la última vez que podamos hablar. La última vez en la que estuvimos juntos me llevó al cielo y no la cambiaría por ninguna otra experiencia. Por eso te agradezco, realmente lo hago. Gracias por hacerme feliz de nuevo.

Tenía entre mis dedos el pendrive que había podido quitar de debajo de una de las baldas de la estantería. Sabía lo que allí había. Era plenamente consciente del dinero que me había costado conseguirlo. También sabía que lo más probable es que pudiese meterme en un lío considerable, pero había tomado la decisión, lo había hecho, al igual que la carta que había mandado a Laila. Estaba cansado de todo y pese a que era un estafador, no iba a dejar que todo fuese tan simple como meterme en la cárcel y permitirme pudrirme en ella.

Había observado el cuadro que había llevado conmigo a ese almacén abandonado. Ni tan siquiera sabía cómo Terrence había podido vivir en algo semejante, pero sus ordenadores iluminaban lo suficiente la estancia y todo estaba listo para el momento en que se llevase a cabo el plan.

Allí estaba, frente a la última jugada, al jaque mate, observando la partida desde una perspectiva demasiado lejana y deseando que las trampas funcionasen para algo más que para hundirme en la miseria.

Carl también estaba conmigo. Nunca le había visto en los momentos en los que hacía mi vida, pero ahora estaba metido hasta las cejas, con nosotros y no sabía si podía pedirle tanto, puede que lo mejor es que le dejase fuera de todo esto pues ya se había manchado las manos lo suficiente.

— ¿Crees que sea lo mejor para ti?

Carl se giró mostrándome un cigarrillo que no sabía que tenía entre los dedos. Estaba tan nervioso que no había distinguido el olor a tabaco procedente de él. Me hacía gracia que por primera vez en mi vida me hubiese puesto nervioso a la hora de cometer un delito. Se lo debía a Laila o puede que a la gravedad de la situación. Fuese lo que fuese estaban estrangulando mi estómago y no quedaban nada más que un par de horas. Aún no había caído la noche del todo por lo que no podía llevar a cabo mi plan, no podía hacer gran cosa, tan solo ponerme la ropa y llenarla de sudor.

— ¡Ya está hecho! —exclamó Terrence con una inmensa sonrisa en sus labios levantando los brazos hacia el cielo como si realmente hubiese logrado algo tan importante como conquistar una de esas civilizaciones a las que tanto le gustaba jugar en su ordenador—. Puedes adorarme, Wolfgang. Estás ante tu salvador.

Solté una carcajada antes de dirigirme a él y apoyar mi mano sobre la butaca cómoda en la que permanecía horas y horas sentado.

— ¿Qué es lo que has hecho, "salvador"?

— Mi parte del plan, además de conquistar a los Cartaginenses. ¿Te gusta? —con una de sus manos me mostró una de las dos pantallas que tenía encendidas. En ella podía ver la parte de verdad en la que se basaba todo mi plan.

— Vaya, vaya... —comentó Carl que se había acercado también para ver qué era lo que estaba convencido que ya sabía después de tantos años trabajando para la familia—. Tanta inteligencia no sirve para mucho.

Mis ojos se posaron en mi chófer que me regaló una de las pocas sonrisas que había visto dibujadas en su rostro. Allí, tras darse cuenta de que le estaba observando asintió regresando a la compostura seria que le caracterizaba. Él era, por encima de todo, un profesional y los profesionales nunca se quejan llevar por las emociones en este tipo de trabajos.

— Puede contar plenamente conmigo, señor —estaba respondiendo a la pregunta que le había hecho antes.

Después fui yo quien asintió con un nudo en la garganta antes de mirar el reloj. Era hora de empezar.

Te pido, por favor, que no me busques. No hasta que todo haya terminado, Laila. No hasta que la luz se ponga realmente verde en un mundo que está volviéndose a cada segundo más peligroso. No puedo obligarte a ser parte de todo lo que haré, sería horrible por mi parte. ¿Cómo podría involucrar a un alma tan pura pese a que tenga sus propios secretos? No, al menos, Caroline te necesita y no quiero ser el responsable de que también pierda al único sustento que ahora tiene.

Quizá estoy siendo demasiado alarmista y no tengo que preocuparme tanto, quizá sí. No puedo saberlo. Tan solo, por favor, cuídate. Cuidaos ambas y sed tan felices como la vida os permita ser.

Con amor,

Wolf. 

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