Capítulo 12

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Imaginaba que la visita que me iba a hacer Strauss no sería en otro lugar no fuese aquella subasta de arte a la que tenía planeado ir, así que tampoco me puse demasiado nervioso. Sabía a la perfección cómo llevar ese tipo de situaciones delante de ella. Por otro lado, tenía a Terrence intentando quedarse a vivir en mi nuevo hogar y en mi cabeza, lo único que realmente me daba ganas de preparar o de involucrar parte de mi tiempo, era ese intento desesperado por ver a Laila de nuevo.

Justo en ese mismo instante, la tormenta que no sabía que llevaba amenazando varias horas, terminó por romper dejando que el agua empapase todas las calles de la ciudad. Sabía que tendría a mi lado a Terrence el resto del día porque, por poco corazón que tuviese, no le podía echar a la calle con un tiempo como aquel y más cuando cogía pulmonías en lugar de catarros.

— ¿Qué es esto? —preguntó de pronto antes de coger uno de los libros que había comprado ayer—. ¿Has vuelto a la lectura subidita de tono?

— Deja mis cosas, Terrence.

En esos momentos me recordaba tanto a mi padre que casi quería darme de mamporros a mí mismo, lo único que terminaba logrando es que cogiese más a propósito mis cosas, por lo que le permití hacer lo que quisiese.

— ¡Oh, vaya! Son los de Laila —comentó antes de sentarse en la butaca donde había estado aquella noche leyendo una de sus obras—. ¿Sabes? Es sorprendente cómo alguien puede escribir una novela semejante.

— Tiene mucho talento...

— No, no lo digo por eso. Lo digo porque no hay una sola parte de la historia de su libro que no esté basada en hechos reales, pero con haber puesto ficción lo ha solucionado todo.

Me giré para observarle sin entender nada. Existían dos posibilidades. Aquello podía ser la confirmación de mis propias sospechas o la historia de Laila con otro hombre.

— ¿Es que no lo has entendido? ¿De verdad? —rió antes de abrir el tomo que me había terminado esa misma noche para recitar—. Eres el súcubo vestido de ángel con miradas dulces, con las puertas del cielo abiertas tan solo para ambos cuando en los brazos del otro estemos. Sin embargo, dime ¿me buscarías si me fuese? Porque la oscuridad que escondes es aún más dolorosa que la luz que transmites. Debo irme por principios, pero ¿me buscarías si lo hiciese o años más tarde descubriría que el mundo es demasiado grande para que me encuentres?

Decidí quedarme en silencio esperando saber porqué motivo había decidido recitar precisamente esa parte de la novela.

— Te está escribiendo una carta a ti. En todos y cada uno de sus libros te está escribiendo a ti. ¿No lo ves, Wolfgang? Está llamando a una persona del otro lado del charco para que la busque porque quiere tenerle en su vida, pero "el mundo es demasiado grande para que la encuentre". Por no hablar del calco que es tuyo ese guaperas insufrible. Tú no eres tan guapo —dijo antes de soltar el libro en mitad de la mesita como si fuese narrativa barata aunque sabía que él no lo hacía porque se tratase de Laila sino porque todo lo que no era digital le parecía completamente desfasado.

— Cuando lo leí pensé lo mismo, pero...

— ¿Pero qué? ¿Ya perdiste ese romanticismo patético que solamente te sale al verla?

Enarqué ambas cejas antes de soltar un profundo suspiro pues él no iba a entender nada de eso.

— Sé que no sabes dónde vive. Te has mantenido en plan caballero todo el tiempo. Lo sé. Pero también sé que no querrás que te dé su dirección aunque la sepa. Algo más de estúpido que de caballero. Sin embargo, te ofrezco un trato. No te daré su dirección, pero sí te diré dónde puedes encontrarla hasta las dos del mediodía.

Levanté la cabeza tan rápido de la encimera que noté un tirón doloroso que me proporcionó un dolor inmenso en toda la parte derecha. Llevé mi mano hasta mi nuca frotándola suavemente en busca de un alivio momentáneo, pero no logré gran cosa.

— Oh... veo que te interesa. ¿Qué me das a cambio?

Lo sabía, con Terrence siempre había algún truco que se sacaba de la manga en cualquier momento. De hecho, por un instante me sentí casi tonto por haber sentido esa emoción. No sabía qué podía llegar a pedirme a cambio y tampoco es que me hiciese demasiada gracia tener que deberle favores pues, a menudo, se trataban de ridículas vendettas o de otras por las que podía jugarme el cuello. Si no recordaba mal, precisamente tenía a Strauss detrás de mí por haber ayudado a Terrence en una de sus venganzas y había terminado en algo mucho peor que una estafa: la muerte del compañero de Strauss que me echaba encima aunque no había sido cosa mía.

— ¿Qué es lo que quieres? —pregunté intentando de esa manera reducir el tiempo de aquella conversación en la que sí o sí terminaría ganando, como siempre.

— Tus manos para la recreación de un cuadro. Y ahórrate la tontería de "no creo que solas te sirviesen de mucho", debes hacerte con nuevos chistes, Wolfgang, se te agotan los buenos.

No suponía ningún problema para mí algo semejante, pero también sabía lo que significaba. Si Laila y yo volvíamos a tener cualquier cosa y se diese cuenta de todo lo que escondía aún detrás. No lo había cambiado en estos diez años, aunque realmente no había tenido motivos y dudaba que ella fuese capaz de aceptarlo cuando la vez anterior se había marchado dejando solamente una carta.

Miré a mi amigo que, a menudo, parecía más un enemigo dispuesto a beneficiarse de mí que otra cosa. Él me devolvió la mirada y movió las cejas de esa manera tan rápida y graciosa con la que intentaba claramente tentarme a caer en su juego. No obstante, la decisión iba más allá. Podía estar escogiendo entre tenerlo todo o volver a perderla para siempre. 

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