Capítulo 36

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La tela del vestido de Laila era bastante agradable al tacto, pero muy fría. Me preguntaba si realmente podía llamarse técnicamente a eso tela pues parecía casi una cota de malla a la vista, pero no parecía haber fisuras entre ninguno de los pequeños eslabones que la formaban. Sin embargo, en ella quedaba tan bien que ni tan siquiera me importaban esas nimiedades, prefería quitárselo allí, no obstante, no lo hice. Me recreé tan solo en su figura sabiendo que fuese a donde fuese terminaría extrañándola.

Laila había puesto su mano sobre la mía mientras intentaba mantenerse neutral, pero su rostro era de esos en los que se leía fácilmente la tensión. No es que me estuviese ayudando demasiado en su papel de actriz, pero también era cierto que no sabía gran cosa sobre el plan. Me había escuchado nombrar el código rojo, nada más, nada detallado así que para ella todo era sorprendente mientras que para mí, al contrario, todo estaba pasando según lo que había planeado.

— Tengo que irme...

— Pero...

— Nos veremos después. Eso espero.

Nos separamos después de mirarnos una última vez. Luego, me giré dándome la vuelta y colocándome bien la chaqueta del traje antes de caminar hacia la posición que tenía que coger en ese momento. Mientras tanto, noté las vibraciones en el teléfono. Dos vibraciones indicaban que Terrence estaba haciendo la llamada a la policía. Yo, por mi parte, hice una señal al camarero para que le diese a la artista la copa con un mejunje especial para que entrase en un estado de consciencia alterada más rápidamente que solo con alcohol. Eso era como en los proyectos de ciencias, si usas solamente bicarbonato ibas a conseguir poca cosa, pero en el momento que lo mezclases con vinagre el volcán quedaría maravilloso ante los ojos de miradas inocentes que no tenían porqué saber el secreto.

El camarero en cuestión no era otro que el mismo que se había hecho pasar por policía en mi hogar revolviendo todo tipo de cosas dentro de mis pertenencias, fingiendo que estaba buscando cuando en realidad estaba dejando un pendrive en una de las baldas. ¿De qué le conocía? En los mundos turbios uno conoce a muchas personas que hacen demasiados trabajos delante de las narices de la policía e, incluso, siendo uno de ellos sin que el resto se diese cuenta porque, ¿quién iba a sospechar de un compañero que no es ni demasiado limpio ni tampoco tiene un perfil muy alto en el cuerpo? Durante años, así se habían logrado mantener en silencio y escondidos todos los corruptos.

Fruncí mi ceño ligeramente, observé a mi alrededor y esperé el momento del caos que no tardaría demasiado en llegar.

— ¡Ese cuadro no es mío! —gritó de pronto Gertrude.

Cuadré mis hombros mientras ella empezaba a caminar medio tambaleándose hasta el lienzo que no era suyo, evidentemente, pero eso tan solo lo podría saber ella, nadie más que ella.

— ¿Veis todo eso? ¿Veis esas pinceladas? —empezó a señalar igual que lo haría un profesor que intentase hacer comprender a sus alumnos, pequeños, que eso que les estaba mostrando se lo habían colado porque no era así—. ¡Yo no he pintado eso! Pero, claro, ¿qué vais a saber vosotros incultos catetos de mierda que no habéis visto una buena obra en vuestra puñetera vida? A vosotros os ponen un cuadro pintado por un cerdo delante, pero os dicen que es del artista de turno y lo compráis por millones. No tenéis ni idea, ni pajolera idea de todo lo que hay que pensar para una obra como esta, del significado que tiene. No sois nada más que quienes mueven el mundo del arte igual que borregos sin ningún tipo de conocimiento. Os dicen: comprad esto porque es bueno, y lo compráis aunque no sabéis el significado ni tampoco os gusta en muchos casos. Solamente lo dejáis por ahí para tener un Caraflunken cualquiera en vuestro poder deseando que termine siendo como un Picasso con el paso de las décadas.

Los cuchicheos subieron de volumen, algunos incluso le dedicaron miradas de indignación. No obstante, otros no se quedaron callados sino que empezaron a insultar a esa mujer como si fuese nada más y nada menos que un despojo en medio de la alta sociedad.

— ¡¿Qué está pasando aquí?!

Strauss había gritado de esa manera que tan solo ella sabía. Lograba callar todo lo que había a su alrededor tan solo con su presencia. Esa mujer imponía, había que reconocerlo por mucho que detestase que así fuese, no obstante, el horrible sentimiento de amargura que despertaba me hacía considerarla mi peor enemiga. Un paso más allá estaba mi propia familia.

Nuestros ojos se encontraron en mitad de la explicación de uno de los presentes. Ella frunció el ceño, me observó casi ridiculizándome por haber sido tan torpe de haber estado ahí y su expresión parecía gritar "te pillé".

— Buscad pruebas y que nadie salga de este lugar hasta que no tengamos seguro que el falsificador no es uno de los presentes. De todos modos, centraos en Maicron, en Wolfgang Maicron, esta vez es probable que terminemos pillándolo de una vez por todas —a medida que sus palabras escapaban de su boca con toda la potencia acostumbrada, lentamente fueron girándose todos buscándome entre los presentes hasta alcanzarme.

Las personas que estaban entre ella y yo lentamente fueron haciendo un camino, dejándola libre el lugar para acudir hasta mi posición pese a que no había dado ni un solo paso aún en mi dirección. Ella sonrió, yo también lo hice levantando la copa que tenía entre mis manos casi deseándole buena suerte, pero mi sonrisa se borró cuando con poca razón me pusieron las esposas, sin haber encontrado nada y fui el único que salió de aquella sala para entrar en una comisaría de policía donde el interrogatorio sería intenso. Haría todo lo posible para que confesase algo que no quería tener que confesar, pero no dejaba de ser humano. Puede que terminase diciendo la verdad y con eso el código rojo terminaría conmigo en la cárcel. 

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