Eric John Strauss. Ese era el nombre del abogado que había contratado y que no había tardado nada de tiempo en llegar. Eric era uno de los familiares de la agente Strauss, quien parecía tan astuto como ella y había logrado ponerle en jaque en más de una ocasión. Eric y yo nos conocíamos desde hacía tiempo. Él había logrado que las pocas o más bien nulas pruebas que había tenido su sobrina contra mí jamás hubiesen tenido éxito frente al jurado. Siempre había mantenido la profesionalidad, ambos, en realidad en cuanto se trataba de los asuntos fuera de la familia, pero la experiencia de Eric le había hecho dueño de una ventaja que siempre jugaba en contra de lo apasionada que era su sobrina.
Vestido de manera impecable, la pelirroja le observó antes de soltar un suspiro de exasperación. No debería estar permitido que dos miembros de la misma familia entrasen en conflicto laboral, pero ambos habían insistido en que no tendrían tratos de preferencia ni deferencia con el otro. Por eso el único que tenía que ser imparcial era el juez, terreno donde había logrado parar los pies a los casos de su sobrina en más de una ocasión. Conociendo a Strauss como la conocía no sabía cómo era capaz de seguir hablando a su tío después de eso.
— ¿Puedo ver la orden de registro del apartamento de mi cliente? —su voz cascada recordaba siempre la cantidad insana de cigarrillos que fumaba.
Strauss se revolvió bastante molesta por tener que estar nuevamente frente a su hueso duro de roer. Le entregó el papel que había asegurado que era una orden de registro e igual que lo hizo supo qué iba a decirle su tío.
— Señores, si el único testimonio que tienen es el de un hombre que estaba a más de diez mil kilómetros de distancia y una orden de registro falsa, creo que ya pueden ir recogiendo sus cosas porque se les ha acabado la fiesta aquí —dobló la hoja de la falsa orden de registro y la escondió en su maletín—. Sabes que todo caerá en tu expediente, Strauss, ¿verdad? Has obligado a un grupo de tus agentes a saltarse las normas.
La pelirroja me fulminó con la mirada antes de que me encogiese de hombros. Era evidente que ningún juez podía haberle dado esa orden cuando sabía que mi ex secretario había salido de la oficina andando por su propio pie como todos los días desde que trabajaba para mí. No se había ido conmigo ni había sido el último en verle vivo. Strauss se había columpiado y la jugada no le había salido bien. El deseo de encontrar algo, lo que fuese, para meterme entre rejas había podido más que ella misma y su moralidad.
No me sorprendía. Sabía de qué tipo de cosas era capaz el ser humano para conseguir sus propósitos, incluyéndome. Por ese motivo, simplemente dejé que hiciese lo que desease. Podía matarme con la mirada si quería, mientras no pasase de ahí no habría problemas y aunque todo aquello me colocaba en una posición bastante delicada, estaba seguro que lo mejor no era nada más ni nada menos que seguir el plan establecido. No había victoria asegurada, pero me gustaba el riesgo.
Todos los policías empezaron a recoger sus cosas, pero por supuesto, no recogieron nada de lo que habían dejado por cualquier parte. Se fueron sin decir adiós y Strauss se marchó, algo que mi hermano no hizo en su lugar.
— Sé que eres tú el responsable de todo esto y lo averiguaré, Wolfgang, tenlo por seguro.
Enarqué una ceja y luego mostré la mejor de mis sonrisas antes de apoyar mis manos sobre la encimera de la cocina.
— ¿Seguro? Estaré deseando ver cuándo me metes entre rejas.
Con su característica forma de ser tan desagradable que conseguía hacerme tener ganas de vomitar, vi cómo observaba todo alrededor, casi buscando alguna manera de humillarme más de lo que ya lo había hecho. ¿Quién en su sano juicio ayuda a la policía a dejar a un miembro de su familia en evidencia pese a que no había ningún tipo de prueba incriminatoria? De hecho, normalmente las familias no estaban obligadas a declarar en contra de nadie de su núcleo familiar y aún así sabía que a mi hermano no le temblaría el pulso si tenía que sentarse en el estrado para declarar todas las mentiras que se le ocurriesen o que mi maravilloso padre le había contado.
— Si no estuviese tan desordenada te haría salir de aquí a patadas, Wolfgang; pero te dejo un día antes de que me quede con tu casa.
— Pero, no puede...
Paré a Eric antes de negar imperceptiblemente.
— No merece la pena hacerle razonar. Él siempre se gana lo que quiere y, déjame adivinar, pero no es lo único que tienes que decirme, ¿verdad?
— Por primera vez te funcionan las neuronas, me alegra haber presenciado un milagro. Estás despedido de la empresa, a partir de mañana solamente tendrás derecho al finiquito que he estipulado para ti, ninguno. Por lo que espero que no hayas dejado nada que pueda ser descubierto en la oficina. Ese puesto ya no será tuyo —una sonrisa lobuna escapó de sus labios.
Finalmente, se marchó creyéndose victorioso, seguro. Mi hermano no era de los que sonreían de ninguna manera, no lo había hecho ni tan siquiera cuando sus hijos habían nacido y desde que le habían conocido ni ellos ni su mujer habían vuelto a dejar escapar una sonrisa en su presencia.
— ¿Eso era necesario? —preguntó mi respetable abogado.
— Pues aunque no lo parezca, sí —contesté una vez que cerré la puerta.
Caminé hasta uno de los muebles que habían estado desorganizando y palpé en la parte baja y más cercana a la pared de todas las estanterías. Allí, en la balda baja encontré lo que estaba buscando y tras quitarlo, lo metí en el bolsillo de mi chaqueta. Después me giré hacia Eric.
— Vámonos. Si mi hermano se quiere mudar que lo haga con todo así de desordenado, total lo que han estado revolviendo ni tan siquiera es mío —guiñé un ojo a mi abogado que estaba por encima de todas estas cosas. Me conocía lo suficientemente bien para saber parte de mis artimañas.
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Secretos
RomanceWolfgang Maicron pertenece a la élite de la sociedad. Un hombre acomodado que ha tenido todo lo que ha querido, jamás lo ha visto suficiente. La oveja negra de una familia que vive con la cabeza alta por su gran legado, ha llegado a Nueva Orleans pa...