El agua recorría cada milímetro de mi cuerpo en mitad de la calle. No me importaba mojarme por ella, jamás me había importado hacer todo lo que fuese preciso por ella. Podía verla, allí, en mitad de una de las presentaciones de uno de sus cuentos para niños en una de las distintas ludotecas que había para que los niños más pequeños pudiesen estar recogidos antes de tener que ir a los colegios que les formarían durante el resto de sus años.
Por eso, cuando nuestros ojos se encontraron gracias al cristal que había mostrando el interior de la ludoteca, pude ver su expresión que demostró tanta sorpresa como alegría. Gracias a eso, me atreví a sonreírle y observé cómo ella pidió un segundo antes de salir del interior del local.
— ¿Qué haces ahí fuera empapándote? —rió quedándose debajo del pequeño techado.
— Observarte, desearte, ansiarte y encontrar el valor suficiente para volver a hacer mío ese corazón —respondí provocando su sonrojo.
No tardamos demasiado en encontrarnos en mitad de la calle. Ambos reclamamos los labios del otro. Lo suyo era por pura dulzura, lo mío por una desesperación malsana. Estaba sintiendo cómo mi corazón parecía jugar sin ningún tipo de problemas con mi estabilidad física y yo se lo permitía mientras mis labios seguían atrapando los ajenos.
Su boca siempre había sido mi sabor favorito. No había nada mejor que sentir cómo ella se derretía y me daba parte de sí misma entre besos apasionados. El ir y venir de los deseos se mezclaban en la intensidad de la ecuación formada de forma incomprensible por nuestras lenguas.
Si tan solo todo aquello hubiese sido verdad. Lo único que había pasado durante todo ese tiempo no había ido más allá de que hubiese logrado observarla al otro lado del cristal mientras ella se divertía y regalaba sus sonrisas a todos los niños que le dedicaban alguna de sus infantiles ricuras.
Metí mis manos en mis bolsillos sabiendo que ella terminaría detestando que entrase como un huracán y mostrase a todos aquellos niños la pasión frente a las pobres mujeres que buscarían tan solo tapar los ojos de los pequeños pues esa situación podía llegar a ser traumática para ellos.
— ¿No va a pasar, señor? —preguntó Carl quien había salido con un paraguas intentando evitar que me mojase más de lo que ya estaba.
— ¿Podría hacerlo, Carl? ¿Podría evitar destrozarle la vida de la manera que sé que se la voy a destrozar? He vuelto, una y otra vez al mismo camino y pese a que he estado buscándola todos estos años y la necesito más de lo que me necesito a mí mismo para mantenerme en pie y respirar, sé que no puedo... no puedo condenarla a todo eso que ella dejó por una razón —fruncí mi ceño antes de resoplar desviando mi mirada del angelical rostro de Laila para observar a mi chófer.
— Si me permite, señor, le diré que ambos se están condenado tan solo por ser orgullosos, caprichosos y no ponerse a hablar, no destapar todas las cartas que han mantenido ocultas aún durante todos estos años —sus palabras fueron sinceras y tras observar a Laila a quien saludó pues sus ojos se habían posado sobre nosotros, se marchó con paraguas incluido para volver a entrar en el vehículo.
Laila me observó de esa forma en la que la incomprensión no era nada más que el acto más normal que podía realizar. Seguramente tendría muchas preguntas, estaba más que seguro de ello, yo mismo las tendría en su situación. Sin embargo, debía reconocer que no pensaba si algún tipo de sentimiento fuera de la sorpresa podía llegar a despertarse en ella. Por lo que, tras saludarla también, me di media vuelta y entré en el vehículo sin importarme empaparlo por dentro con todo el agua que había acumulado la tela de mi ropa.
— Vamos a casa, Carl. Tengo mucho trabajo que hacer y hemos dejado solo a Terrence.
— Como diga, señor.
Arrancó el vehículo permitiéndome relajarme con el sonido del motor, el roce de las ruedas por el asfalto y cómo el agua seguía cayendo con fuerza sobre el chasis del vehículo, casi intentando arrancar su pintura de un plumazo, un simple golpe, o poco a poco, arañando, agrietando su bella estructura. No lo lograba, no porque no lo intentase con la suficiente fuerza, pero las pinturas estaban preparadas para eso, necesitaban algo más sólido, más consistente o corrosivo que el simple agua desgastándolo igual que lo hace en el cauce del río, lento, sin pausa, persistente día tras día, año tras año, hasta que finalmente cualquier material acabase erosionándose bajo el poder de su constancia.
Terrence me había mandado una fotografía del cuadro a imitar. La abrí, la amplié todo lo que me permitió la pantalla del teléfono que se había librado de morir bajo el agua básicamente porque lo había dejado en el coche. Lo daté, pensé y numeré toda la lista de material que iba a necesitar y supe que no tardaría en darme cuenta que todo, absolutamente todo, estaba en mi poder. Tenía horas muy largas por delante, porque había que llevarlo al lugar marcado, en el momento preciso, sin nada que pudiese indicar ni a simple vista ni tampoco cerciorándose de cada pincelada que ese cuadro era una imitación del original.
Un mensaje de Laila apareció en la pantalla de mi teléfono. Me preguntaba porqué no había pasado y qué hacía allí. También me preguntaba si estaba bien y esperaba que no me resfriase por haber estado bajo la lluvia. Sin embargo, a diferencia de lo que ella creía, eso era lo más suave que podía pasarme. Había escogido, nuevamente lo había hecho, y en esta ocasión sí era consciente que mi decisión la alejaría de mí, pero ¿cómo podía obligarla a vivir una vida que ella no quiso? Quizá fuese su sonrisa mirando a esos niños o puede que mi propia conciencia. Sea lo que fuere, aunque la amaba, había cosas que no podía cambiar por ella ni por nadie.
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Secretos
RomanceWolfgang Maicron pertenece a la élite de la sociedad. Un hombre acomodado que ha tenido todo lo que ha querido, jamás lo ha visto suficiente. La oveja negra de una familia que vive con la cabeza alta por su gran legado, ha llegado a Nueva Orleans pa...