Capítulo 31

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Acababa de bajar del avión. Podía verle recorrer la pista. Mi hermano había decidido tomar el control de la situación porque había desaparecido la rata de laboratorio que tenía y porque había tomado la determinación de negar a ninguno de los miembros de mi plantilla que hablasen con servicios centrales, de hecho, estábamos desconectados por completo. Era una situación completamente extraordinaria. Nunca había pasado, pero tampoco había sido yo el que había estado al frente de ninguna de las sucursales hasta ese momento.

— Localizadme a Wolfgang, ¡ya!

Logan casi había estrenado de una forma poco recomendable su pantalón de traje por la manera en que su jefe le había gritado. Casi me daba pena, casi. En realidad, podía pasarme horas observando el espectáculo desde la distancia.

— Vámonos, Carl —ordené antes de terminar de subir la ventanilla del coche.

El coche se puso rápidamente en funcionamiento. Nos alejamos del aeropuerto mientras intentaba calcular cuánto tiempo tardaría en dar conmigo el estúpido de mi hermano. No es que él hubiese podido lograrlo solo, pero tenía a algunos de los personajes más competentes y se había ganado el beneplácito de Strauss gracias a sus últimas declaraciones sobre mí. Lo que ambos pensasen, sintiesen o lo que quisiesen hacerme me traía sin cuidado. ¿Para qué fingir que me importaba? Esta era una guerra abierta contra mí y ahora sería yo quien ganase, haría hasta lo imposible para ello.

— ¿Terrence se ha ido de casa?

— Hace dos horas, señor, en el piso "franco".

— ¿La empresa está cerrada?

— No queda nadie trabajando en la oficina. Han sido evacuados con un fuego controlado.

— Perfecto —respondí finalmente antes de apoyar uno de mis dedos sobre mis labios quedándome pensativo. Todo iba como lo había previsto.

El plan era laborioso, complicado y muchas cosas podían salir mal pues había tenido que predecir las distintas posibilidades que les diesen a cada uno sus cerebros. Sin embargo, esperaba que todo saliese de la manera planeada. Nadie se reía de mí, nadie iba a lograr que mi mayor deseo no fuese alcanzado, nadie me iba a encerrar entre rejas con la ayuda de mi hermano sin que prestase algún tipo de resistencia. De todos modos, eran bastante más estúpidos si habían permitido que pisase el aeropuerto a la vez que mi adorado pariente.

— ¿Está seguro de esto, señor?

— Sabes lo que significa código rojo, Carl. Hablamos de eso hace muchos años.

— Me refiero a la señorita Laila, señor.

Laila había estado en mi pensamiento todo el tiempo desde la última vez que nos habíamos visto. Sin embargo, todo había cambiado desde ese último momento. Ambos habíamos dicho que haríamos el amor aunque fuese la última vez, y puede que lo fuese, había muchísimas posibilidades de que aquel momento mágico en nuestras vidas no volviese a suceder.

— Estará a salvo que es lo importante —contesté de forma seca haciéndole saber a mi chófer que no quería ni iba a hablar más de eso.

Él comprendía rápidamente las señales que le mandaba. Sabía cuándo sí y cuándo no podía hacer comentarios. Él lo entendía aunque no lo compartiese, pero era excelente en su trabajo. Su profesionalidad iba por encima de cualquier cosa, así que se mantuvo callado, respetando mi decisión, lo que le había mandado hacer.

Todo se había vuelto muy turbio en un par de días. Había pasado de la alegría más absoluta a la tristeza más inmensa, después a la locura y como último paso dar luz verde a un plan que era demasiado importante para mí. Si todo salía como esperaba se pondría antes o después el punto y final de este capítulo de mi vida, aunque puede que fuese de toda mi historia.

Debíamos regresar a mi hogar. No me extrañaría que allí fuese donde todos me buscasen de primeras. Estaba seguro de que no era la única vez que pasaría Strauss a aquella casa, pero había tomado todas mis posibles medidas de seguridad para evitarme problemas mayores.

Carl había ido a aparcar el vehículo en otro lugar, fuera del garaje del edificio justo cuando entraba en mi piso. Bueno, ni tan siquiera había tenido que meter la llave en la cerradura porque Strauss, mi hermano y un grupo bastante numeroso de policías ya estaban allí. Tenían que llegar antes, por supuesto, pero no tenían idea de que era parte de todo.

— Vaya... no sabía que la policía pudiese entrar en mi casa sin ningún tipo de orden —comenté con curiosidad—. Y hermano, creo que te has ido al peor de los bandos en esta ocasión.

— Wolfgang Maicron se le acusa de la desaparición de uno de los miembros de su plantilla con el que su hermano, el señor Maicron no ha podido ponerse en contacto en los últimos días.

— ¿Por qué iba a querer yo que desapareciese? Con despedirle tenía suficiente de haberme enterado de vuestro affair secreto —comenté mirando a la pelirroja después de haberle dirigido ese sarcasmo a mi pariente que me observaba con ganas de asesinarme, las mismas que tenía Strauss quien una sonrisa triunfal me indicaba que me había terminado de descuidar, que le había dado todo lo que había estado buscando este tiempo.

Todas las cartas parecían estar sobre la mesa, en todas y cada una de ellas se podía ver un horrible futuro para mí. Sin embargo, estaba más tranquilo de lo que a ellos pudiese gustarles. Era como si el simple hecho de estar bebiéndome un vaso de agua y no uno de veneno fuese aquello que estaba logrando que todos y cada uno de ellos perdiesen los nervios.

La policía no tenía ningún tipo de cuidado removiendo y buscando huellas. Me agradaba saber que jamás había tenido la patética idea de invitar a ese sujeto a mi casa por lo que no encontrarían nada que pudiese pertenecerle. Además, siempre habíamos mantenido las distancias, ni un abrazo, ni nada por el estilo. Esos no eran mis métodos.

Esperé paciente, sin importarme el desorden y cogí el teléfono móvil para llamar a un abogado porque si todo salía como yo lo tenía planeado podía llegar a demandarles. 

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