Capítulo 40

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Nueva Orleans seguía siendo nuestra ciudad. No podíamos dejar aquí los recuerdos ni mucho menos a la pequeña Lorraine. Cada día iba al cementerio, hablaba con la lápida sin esperar recibir respuesta. Quería que ella me conociera, que supiese qué era lo que estaba pasando en la vida de sus padres después de tanto tiempo separados. Le conté anécdotas de niño, se volvió mi refugio prácticamente todo el tiempo. Ella era la mejor medicina. Le pedí que si había alguna posibilidad hiciese que su hermana, cuando fuese mayor, me demostrase el cariño de ambas. Todos esos besos y abrazos que no había podido recibir de ella.

Me quité la corbata en cuanto llegué a casa. Laila parecía haber puesto una música sugerente que me hizo reír. Lo más probable es que estuviese moviéndose al ritmo que le permitiese su pequeña tripa de embarazada.

Justo en ese momento, noté un olor peculiar, pero agradable. Aspiré profundamente y caminé hacia el interior de la casa que el dinero de la herencia Maicron que había caído sobre mí, nos había permitido tener. Ellos no lo sabían, pero yo había sido lo suficientemente audaz como para, a pesar de ensuciar el apellido de la familia, lograr que cierta parte del dinero en paraísos fiscales tan solo estuviese accesible a mí y gracias a Terrence no era demasiado difícil conseguir cierto anonimato.

Carl se había tomado unas merecidas vacaciones a las que le había obligado, sin embargo, no había contado con que allí vería a Natasha y surgiría una extraña relación entre ellos. Mira por dónde, Natasha me iba a deber bastante más de lo que creía. Carl siempre había sido discreto y estando yo delante no se había hecho notar, por eso Natasha ni tan siquiera había puesto sus ojos en él hasta ahora.

Me quité la chaqueta al observar que la puerta del estudio donde pintaba estaba abierta. Fui hacia allí sin importarme hacer cierto ruido. Me sorprendía que estuviese abierta y sobre todo que no hubiese ningún ruido de niña revoltosa dispuesta a sacar de quicio a sus padres con sus constantes preguntas.

Finalmente, entré en el despacho encontrándome a Laila prácticamente desnuda con una sábana cubriendo determinados lugares de su cuerpo. Cerré la puerta detrás de mí. Estaba tumbada igual que lo hubiese hecho Kate Winslet durante la mítica escena del Titanic. Se podía ver su vientre abultado, sus mejillas sonrojadas y sus ojos claros fijos en mí que no podía evitar desear quitar de un tirón esa molesta sábana.

— Quiero que vuelvas a pintar.

— No puedo pintarte a ti, Laila —negué antes de remangarme como si fuese a tomar el papel de pintor experto admirando a su musa.

— ¿Y eso? —preguntó sorprendida moviéndose levemente de su posición inicial.

— Porque no tengo el control suficiente como para mantenerme tantas horas observándote de esa manera y sin hacerte ni una sola vez el amor. Es más, dudo que si lo hiciésemos y volvieses a permanecer así, tal y como estás, no tardaría nada más que cinco minutos en volver a besarte de la manera más apasionada del mundo. No te ves como te veo, Laila. Eres Afrodita y yo un simple mortal. Destilas pasión que inunda todo mi ser y lo transforma en deseo salvaje, ferviente e insaciable. ¿Crees que podría permitir que alguien más viese lo que tengo la suerte de ver todos los días?

Sus mejillas se sonrojaron más que de costumbre y se sentó intentando que la tela no se moviese, manteniéndola apretada a sus senos con uno de sus brazos para no mostrar absolutamente nada.

— No soy Afrodita.

Me desabroché los primeros botones de la camisa y solté una risa antes de negar.

— Déjame recordar cómo era que decías que te llamaba en tus libros. Oh, sí... ángel celestial, súcubo, demonio de mis más oscuras tentaciones... Todas y cada una de ellas no pueden definir ni mucho menos el deseo que siento ahora mismo.

Mi voz se había vuelto más grave por momentos, ella sabía a la perfección todo lo que la deseaba, sin maquillaje, con maquillaje, con una bata de franela, estando dormida, despierta, enferma, ella tenía todo el control sobre mi cuerpo y solamente cuando ella estaba mala, cubría ese anhelo con mimos y atenciones porque mi prioridad era su bienestar, no mi satisfacción sexual.

— Entonces, ¿no me vas a pintar? —preguntó mordiéndose ligeramente el labio inferior.

— No.

— ¿Vas a hacerme el amor?

— Sí.

— ¿Como si fuese la última vez?

Entonces, fruncí mi ceño comenzando a acercarme a ella, hice que se volviese a recostar, despacio y me puse sobre ella intentando no aplastar su tripa con mi peso en ningún momento aunque sabía que aquella posición sería bastante complicada si la tripa era más grande. Observé sus ojos con atención, acaricié su mejilla izquierda con el pulgar de mi mano derecha y después negué.

— Nunca te haré el amor como si fuese la última vez. No más. Lo haré como si fuese la primera, la primera de miles que seguirán siendo la primera. Adoraré tu cuerpo, besaré cada milímetro de tu ser y te haré alcanzar el éxtasis antes de que llegue yo. Te dejaré dominar todo mi cuerpo, mezclarte con mi adn y volvernos locos en los brazos del otro. Pero no volveré a hacerte el amor como si fuese la última vez, porque no quiero que haya última vez, quiero que siempre sea igual que empezar —mi aliento acarició su piel en cada palabra, notando agradecido que toda su piel se ponía de gallina.

Quise pensar que era porque notaba toda la pasión que había en cada una de mis palabras, pero también el amor, ese amor único que tan solo había podido darle a ella durante toda mi vida y que no quería tener que intentar dar a alguien más porque solo le pertenecía a Laila.

— Entonces, ¿me harás el amor como la primera vez?

Sonreí al escuchar sus palabras antes de responderla.

— Siempre.

Acabé fundiendo mis labios con los ajenos sabiendo que era la única promesa que deseaba con todo mi corazón no tener que volver a romper. 

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