Capítulo 9

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Aquella noche la pasé en vela. Entre mis manos había devorado una de sus novelas. Cuando había podido leer el punto y final, cuando había descubierto todo lo que esa trama escondía, mi corazón había empezado a bombear con tanta fuerza que llegaba a doler.

El personaje protagonista, sí, ese hombre despiadado, ese seductor en cadena, con la sonrisa que quitaba el aliento, con la manera de hacer enloquecer a la protagonista, era casi un calco de mi persona. No, no era nuestra historia, era cierto, pero era prácticamente igual que leer mi descripción en cada paso, en cada gesto, en cada palabra que le dedica a la dulce, pero firme y alocada mujer que lo transforma por completo permitiéndole ver esa cara de él que no le pertenece nada más que a ella, la única que es realmente dueña de todo su mundo.

Sin embargo, había un secreto. Ese secreto los distanciaba, para siempre.

Tragué saliva. Dejé que lentamente se volviese a humedecer. ¿Cómo era posible que una novela pudiese despertar tantas emociones? Podía sentir lo que ella había sentido, era igual que si me hubiese escrito una carta abierta a su corazón, igual que aquella que aún guardaba y que había releído tantas veces que se hubiese borrado la tinta si le afectase el paso de la mirada. Laila me había mostrado su dolor en esa novela, había podido percibir en mi ser cómo se había roto su corazón, cómo se habían formado heridas y se habían ido desangrando cuando todo había llegado a su fin.

Si todo eso era verdad, si tenía razón al suponer que esa historia era una muestra de su ser, entonces aún había esperanza. La protagonista aún amaba al ser capullo e indeseable que le había mostrado el mundo tal y como ella había anhelado verlo siempre antes de ponerse una nueva careta y esconderse entre las sombras que le habían hecho no encontrarle.

Dejé el libro sobre la mesita donde había apoyado durante todo ese tiempo una taza de café tras otra. Había dado la vuelta al sillón, permitiéndome tener tan solo como posible distracción el horizonte de la ciudad, pero las palabras de Laila habían sido tan absorbentes que ni tan siquiera había levantado la mirada para nada más que mirar un reloj del que me daba exactamente igual cuantas horas pasasen.

¿Estaba delirando? ¿Era la falta de sueño? Fuera lo que fuese no eran horas para llamar por teléfono a la dueña de esa novela, a la mente que había detrás y pedirle que me diese una explicación. No porque me sintiese ofendido viéndome claramente en el interés amoroso de la protagonista, sino porque si todo lo que había escrito en esas páginas era cierto, aún deseaba sentir mi boca por cada milímetro de su anatomía y ¡maldita sea! Yo también quería lo mismo.

Me levanté de la butaca, antes de caminar con los pies descalzos por aquel suelo que había mando desinfectar a conciencia. Mis ojos tenían un ligero dolor, el típico que provoca estar muchas horas sin dormir por mucho sueño que parezca caer encima de los párpados sin permiso alguno.

Pronto comenzaría el amanecer, y no me apetecía contemplarlo. Tenía muchos recuerdos durante el alba, observando la manera en la que iba cambiando la potencia de sus rayos, además de las tonalidades, reflejándose y tintando su piel pálida.

Si seguía pensando en ese tipo de cosas sabiendo que estaba en aquella ciudad, terminaría volviéndome loco. Me subiría a cualquier vehículo e iría casa por casa, de ser preciso, hasta que diese con el lugar donde, por el momento y sin saberlo, se estaba escondiendo de mí. Por pensamientos como esos me daba miedo a mí mismo creyéndome un psicópata o un obseso, sin embargo, ¿había tanta diferencia entre estar obsesionado y estar enamorado? Simplemente eran escalas distintas de los mismos sentimientos y pasiones. Una sana, la otra no; pero lo mismo en definitiva. Solo era cuestión de matices como tantas otras cosas. Un matiz que era un paso enorme, un mundo.

Fruncí mi ceño tumbándome en la cama, pensando si tendría el suficiente valor para después de un par de horas presentarme en algún lugar donde pudiese verla y... ¿en serio me estaba haciendo una pregunta semejante? ¡Claro que tendría valor! Nunca había sido una persona que no tuviese la suficiente cara para lo que fuese, sin embargo, con Laila, todo empezaba a darme miedo porque ya la había perdido en una ocasión cuando creía que todo iba bien.

El sentimiento seguía floreciendo de la misma manera cuando volvía a perderme en ese instante grabado a fuego en mi memoria. Me había despertado después de una noche fantástica a su lado y, al hacerlo, todas sus cosas habían desaparecido junto con ella, salvo esa dichosa carta.

El dolor había sido tan genuino. La había buscado por las calles, había corrido por la ciudad olvidándome de terminar de ponerme la ropa de manera decente, no me importaba ir como si me hubiesen tirado las prendas desde un quinto porque si le daba tiempo se iría aún más lejos sin que pudiese suplicarle que se quedase a mi lado. Ella lo había descubierto, había visto ese cuadro que había estado pintando durante muchos días y no por el único placer de imitar una obra. Había más, siempre había más y ese más la había alejado para siempre de mi lado.

Con el despertar del día, había sido yo quien me había quedado completamente dormido. Ni tan siquiera todas aquellas tazas de café habían podido evitar que la suavidad de las sábanas y la comodidad de esa cama me fuesen menos atractivas. Había algo en ese estar relajado sobre el colchón que provocaba un sopor casi parecido a algunas drogas, a cómo envuelve a uno el aroma de los alimentos cuando está famélico, que lograba bajar todas las defensas y provocar el sueño, agotado, dispuesto a perderse en el mundo de la inconsciencia que podía tener muchos matices muy parecidos a los últimos acontecimientos vividos por lo que estaba seguro que me sumergiría en la historia escrita por Laila.  

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