Capítulo 20

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La oscuridad había vuelto a caer sobre la ciudad. Delante de mí, un inmenso lienzo que no podría mover yo solo. Había terminado por colocar en una de las habitaciones a las que no sabía cómo dar uso, un pequeño estudio de pintura para de ese modo hacer lo posible por recrear esa obra que Terrence me había pedido. Nuestro último plan había salido bastante bien. En total, ambos nos habíamos ganado unos tres millones de dólares para cada bolsillo y aunque las ventas pudiesen ser astronómicas había a mucha boca que mandar callar con dinero como para llevarnos todo íntegro.

Esa noche conseguí convencer a Terrence para que me dejase trabajar y aunque él se había pasado la tarde con sus juguetes accedió a permanecer tranquilo, sin toda esa tecnología por aquí, pero siempre que le dejase ver lo que quisiese en la televisión. Me había asegurado que en las pantallas de ordenador se veía mucho mejor la serie que le tenía completamente enganchado, pero se emitía esa misma noche, por lo que acepté a regañadientes.

Mientras trabajaba, no podía dejar de pensar en Laila y en qué podría tener entre sus páginas que no pudiese contarme ella misma. Por eso, tenía que aceptar que los audiolibros no me servirían para eso, tenía que aceptar que debía leer las palabras aunque escuchase en mi cabeza su voz, pudiese incluso poner la tonalidad exacta a sus llantos cuando estuviese perdiéndose entre la tristeza más absoluta.

Puede, incluso, que no hubiese tristeza y quizá, si no la había, me sentiría aún peor porque ¿significaba eso que se había sentido bien después de haberme roto el corazón? ¿Quería eso decir que todos aquellos años no se había casado porque no había encontrado al hombre de su vida y no por estarme esperando?

Las torturas que podía producir la mente eran demasiado grandes para ser consideradas como simples pensamientos. No obstante, me mantuve en lo posible concentrado en mi labor, imaginando que tendría que pasarme muchas horas delante de ese lienzo incluyendo algunas noches en vela en busca de terminarlo y lograr la perfección de tal obra. Todo este tipo de falsificaciones requerían de mucho tiempo, mimo y dedicación, algo que no todos podían concederle como múltiples herramientas en busca de subsanar los posibles fallos que pudiesen ocurrir como una pincelada demasiado llena de pintura, una mezcla indeseada o sin terminar del todo... No sabía si pintar algo que estuviese en la mente o que se quisiese plasmar en un cuadro siendo parte de la naturaleza requería tantísimo trabajo como el de un falsificador. El artista tenía la libertad de hacer lo que quisiese o lo que tuviese en mente empleando los colores que él considerase afortunados. El falsificador, en cambio, tenía que imitar las tonalidades, lograr las mezclas perfectas y recrear las pinceladas que no tenían porqué ser perfectas en el cuadro original, pero que eso tan solo lo sabía el artista, mientras que no se podía poner un cuadro pintado por un niño de cinco años y pretender que el mundo creyese que era una imitación exacta de uno de los cuadros expresionistas más importantes. Las diferencias se veían a kilómetros para cualquier ojo, experto o no.

Había logrado la parte que me había obligado a mí mismo a terminar para hoy. Así que, en cuanto tuve un tiempo, cogí el libro, el siguiente tomo de la historia y volví a perderme entre las frases llevándome una de las mayores sorpresas que pudiera imaginar. Allí, en esos capítulos hablaba de otra persona, una persona mucho más importante que cualquiera que hubiese conocido. Esa persona la había hecho sufrir. Esa persona le recordaba a mí y haría todo por ella.

Estaba empezando a ponerme enfermo. Sabía que había habido otros hombres en su vida, sin embargo, había algunas descripciones que me parecían ilógicas, como si aquello no tuviese sentido en la descripción de un amante, de un amor, del ser que hubiese puesto patas arriba su vida en tantos aspectos como habían sido posible.

Llevé mi mano a mi rostro. Había cerrado los ojos porque no quería leer ni una sola línea más. Podía notar cómo mi corazón se estaba rompiendo en mil pedazos, aunque yo mismo no había sido una hermanita de la caridad ni le había sido fiel todos estos años en cuanto a no yacer con nadie, pero ¿enamorarme? ¡Jamás! Ella siempre había estado en mi mente y el sexo había sido solamente sexo.

Por eso se me había revuelto el estómago con aquel libro entre las manos justo en el instante en que apareció Terrence como si supiese que no seguía pintando ya el lienzo.

— Oh, vaya. Veo por tu expresión que ya has averiguado la gran sorpresa que te escondía en forma de bebé.

¿Bebé? ¡¿Bebé?! ¿Había dicho bebé? Abrí mis ojos de repente y al fijarme en Terrence él comprendió que la había liado. Había metido la pata hasta el fondo y cuando había vuelto a fijar mi mirada en las páginas de la novela pude comprender que sí, que estaba él en lo cierto, que esa persona que se había vuelto la más importante del mundo para ella no era nada más que una hija. Lorraine era su nombre. ¿Cómo había podido tener una hija? ¿Era de esos libros que mostraban el final y no el principio de la historia en los primeros capítulos? ¿Significaba que realmente había algún tipo de bebé en su vida?

El corazón me iba a mil por hora, la boca se me había secado, intentaba describir el origen de esa hija, no había absolutamente nada, no al menos hasta que pronunció finalmente el nombre del padre que resultaba ser el mismo que el personaje protagonista que tenía todas mis mismas características. Después, de asimilarlo todo, al menos, lo posible, comprendí que todo eso significaba que había un bebé, un bebé que ella había tenido y que era mío. ¿Me había ocultado un hijo durante tantos años? ¿Lorraine era real o era parte de la ficción de su novela? Fuese lo que fuese, no había nada más que hacer que preguntarle a la escritora, porque no podía seguir leyendo ni saber cómo sentirme si esa parte de la historia era real o no. 

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