Aquella noche fue exactamente igual a todas aquellas en las que habíamos pasado horas sin parar de hablar. Sin embargo, sabía que todo tendría su final y más cuando me indicó que tenía que irse más temprano de lo esperado básicamente porque tenía que madrugar para poder escribir. Había un plazo de entrega que debía cumplir, así que no había nada legal en todo aquello que yo no pudiese entender. Sabía lo que podía conllevarle incumplir cualquier tipo de contrato.
No obstante, la idea de dejarle tan pronto en su hogar me resultaba dolorosa. ¿Tan solo un par de horas después de diez años sin vernos? Era igual que dar una simple migaja a quien está hambriento o una gota de agua a quien está sediento.
Bajamos del vehículo cuando llegamos al lugar que Laila nos dijo. Caminé a su lado hasta la puerta de su propio coche en el que había llegado a la galería y nos quedamos un rato mirándonos, preparados para despedirnos.
— Gracias por una cena fantástica, Wolf —me regaló una de esas sonrisas sinceras y genuinas suyas que me aceleraban el corazón.
Antes de que ella abriese la puerta de su coche, puse mis manos a ambos lados de sus hombros apoyadas en el coche y manteniéndola a ella acorralada entre mi cuerpo y su única forma de escape por el momento.
— Dime que podré volver a verte —supliqué tan cerca de su rostro que podía sentir su respiración al ser expulsada golpeando con fuerza contra mi rostro, algo que me daba una vida nueva, sorprendente a lo que no habían logrado miles de recuerdos de situaciones mucho más íntimas a su lado.
Laila parecía azorada, pero sabía que era por mi cercanía, porque tenía que remover en su interior exactamente lo mismo que despertaba en el mío. Ella me ansiaba como yo la ansiaba a ella, nos anhelábamos después de tantos años separados y ahora, lamentablemente, no podíamos tenernos porque el pasado aún seguía clavando sus uñas con la típica desconfianza que solo las mentiras o las medias verdades podían provocar.
— Wolf, no...
— Solamente te estoy pidiendo volver a vernos, no te estoy pidiendo que te cases conmigo —susurré intentando que la tensión del momento fuese menor, sin embargo, yo mismo pude notar cómo en lugar de aligerarla provocó que ambos nos mirásemos con dolor, con mucho dolor.
Quise arrancarle el dolor con mis labios, pero me controlé. Sabía que cuando nos separásemos sería aún peor. Por eso, apoyé mi mano en su mejilla intentando que se tranquilizase, buscando en lo posible apaciguar lo que yo mismo había despertado.
— Está bien. Nos volveremos a ver, pero no sé cuando —murmuró antes de revolverse.
Me separé para dejarle espacio antes de buscar una de las tarjetas que siempre llevaba conmigo con el número de mi móvil del trabajo y el personal. A menudo era importante tener dos, siempre los llevaba encima y más aún cuando se podía estar en cualquier parte y necesitar a uno. Sin embargo, yo no era un hombre con tan solo dos teléfonos móviles, también había un tercero, uno para esos negocios fuera de la ley, uno oscuro que no tenía porqué saber Laila aunque ya fuese consciente de que algo turbio podía seguir en mi vida aún. Los rumores seguramente le habían hecho mantenerse aquí, lejos de mí. Así que eran bastante comprensible que mi "buena fama" me seguía acompañando a todas partes. Además, no podía olvidar que durante cinco años de estos diez había tenido a uno de los policías más pesados del planeta pisándome los talones y asegurando allí donde iba que era culpable de todo lo que me acusaba aunque no tuviese pruebas. No mentía, era culpable, pero las escasez de pruebas me seguía manteniendo lejos de la cárcel. Al menos, las que pruebas que había en mi contra.
Laila se subió al vehículo después de coger la tarjeta. Ni tan siquiera había podido darle un abrazo. Ese era uno de los motivos por los que siempre sabíamos que podríamos llegar a volver a ver al otro. Solo cuando éramos novios nos habíamos despedido con un beso en los labios, pero por mi propia insistencia, no por la suya. Adoraba robarle besos, sentir la manera en que se reía o intentaba rehusarse al principio, aunque no era nada más que un juego entre ambos porque nuestros labios siempre se habían necesitado incluso cuando no se habían probado.
Se fue y con ello dejó la congoja en mi pecho. No quise decirle a Carl que la siguiésemos. Era mejor que tuviese su intimidad, que ella fuese la que me permitiese acceder a su vida paso a paso, porque tenía claro que no iba a volver a perderla. Pensaba reconquistarla, volver a tenerla entre mis brazos todas las noches desde el instante en que ella bajase un poco las murallas que había puesto entre ambos.
— Vámonos, Carl —dije antes de meterme dentro del vehículo.
Mi chófer condujo hasta el hotel donde mi habitación esperaba, vacía, sola, sin nadie con quien compartir todos esos metros de lujos y comodidades. Así que, cuando hube llegado allí, la habitación me pareció aun más grande, demasiado solitaria, incluso como una de esas estancias en las que se entraba en las películas de miedo donde vivía el ermitaño de turno aunque esa suite era bastante más limpia que los recuerdos que llegaban a mi mente sobre ese tipo de alcobas.
Mi teléfono móvil sonó. Rodé los ojos esperando que no fuese el pesado de mi hermano porque en ese momento le mandaría a cualquier sitio y no bonito precisamente. Era el tono de entrada de un WhatsApp. Desbloqueé la pantalla y vi un número desconocido, pero cuando abrí finalmente el mensaje casi pude escuchar la dulce voz de Laila pronunciando las mismas palabras que ella había escrito.
No te olvides de soñar con los ángeles, ¿recuerdas?
Claro que recordaba. Era lo que yo mismo le había dicho durante nuestro noviazgo, cada noche, colocándose como uno de los actos más cursis en todo mi repertorio único y exclusivo para Laila.
Entonces, soñaré contigo.
Mi respuesta tras ser vista solamente recibió uno de esos emoticonos sonrojados y la idea del propio sonrojo en sus dulces facciones provocó la más grande de las sonrisas. Bloqueé la pantalla y regresé al mundo donde aquella suite no me parecía tan terrorífica, sino el lugar perfecto donde dar los primeros pasos de esta nueva vida.
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Secretos
RomanceWolfgang Maicron pertenece a la élite de la sociedad. Un hombre acomodado que ha tenido todo lo que ha querido, jamás lo ha visto suficiente. La oveja negra de una familia que vive con la cabeza alta por su gran legado, ha llegado a Nueva Orleans pa...