La puja había finalizado. La cifra había sido alta, muy alta, pero yo me había quedado con el cuerpo completamente helado. A cualquier otra persona podía haberle amenazado y obligarle con hacer cualquier cosa para que dejase a Laila en paz, pero ¿qué se supone que uno le dice a un policía en esos casos sin parecer aún más culpable?
Strauss, tras dejarme sin habla, terminó levantándose y yéndose cuando todos los demás lo hicieron. Me sentía devastado. Casi había admitido como única salida que Laila contase la verdad, lo que había descubierto sobre mí años atrás y que con su solo testimonio terminasen mandándome a la cárcel, quizá como una venganza por haberle causado tanto dolor.
Mi teléfono volvió a vibrar. Llevaba tantísimo tiempo vibrando una y otra vez con mensajes que serían de Terrence que ni tan siquiera me había tomado el tiempo para leerlos, aunque haber tenido a Strauss aquellos minutos a mi lado había anulado por completo aquella posibilidad.
Cogí el condenado teléfono y me pareció más que imposible ver la cantidad de mensajes y llamadas había. Mi hermano volvía a meter mi cabeza en el fango y no quería darle motivos a mi mal humor para escapar de forma que le arrancase la cabeza por el volumen de los gritos que podría llegar a proferir. Con otras personas no solía perder tan fácilmente los modales que había aprendido de mi "adoradísimo" padre, pero con él era prácticamente automático. La manera en la que se parecía a él, en la que hacía todo de la misma forma, en que... no podía pensar en ello sin ponerme aún de peor humor.
Sin embargo, los últimos mensajes eran de Laila. Con todo el temor del mundo decidí entrar en WhatsApp para de esa manera saber qué era lo que quería. Tan solo se estaba poniendo en contacto conmigo para saber porqué no le había hablado, si había hecho algo mal o si había ocurrido algo malo en mi vida. ¿Estaba preocupada por mí? ¿Después de diez años?
Sí, había leído algunos de sus libros y aún me ardía en las venas el deseo que se podía sentir en todos y cada uno de ellos. No sabía si quería seguir leyendo la historia, torturándome lenta y dolorosamente por desear lo escrito en aquellas páginas y no tenerlo.
Simplemente he tenido trabajo. No te preocupes por nada. ¿Estás bien?
La respuesta no fue tan momentánea como había sido en otras ocasiones. De hecho, me había dejado ese horrible doble tic azul que indicaba que habían leído la conversación, lo que había dicho, pero que no tenía tiempo para responder o no quería hacerlo. Este tipo de añadidos en las redes sociales de la clase que fuese siempre incentivaban a toda clase de discusiones porque solíamos pensar tan mal que creíamos que tan solo el enfado o el único deseo de ignorar al otro podía ser lo que ocurriese en ese instante en la vida del otro para dejarnos el condenado visto en azul que no hacía gracia a casi nadie.
Me levanté de mi asiento y caminé para salir de aquel lugar dispuesto a saltarme el piscolabis que había después de la subasta. En ese momento, lo único que me apetecía era encontrar alguna manera de librarme de Strauss o de mantenerla lejos de Laila porque sino la condena estaba más que asegurada.
Quizá Carl tenía razón. Quizá lo único que tenía que hacer era poner las cartas sobre la mesa y hacerle entender que ese era yo y que si me quería tal como era la aceptaría y si no... ¿renunciaría a ella tan fácilmente? De hecho, me maldije a mí mismo porque creía haberlo hecho. Por un instante había aceptado que perderla a ella era mi único destino. ¿Por qué todo el mundo podía luchar por todo y yo, en cambio, siempre tomaba la decisión de perder una de las posibilidades más preciadas para mí? Aún no me había dicho que no a nada ni parecían tan incompatibles.
Fuese como fuese no permitiría que nada me quitase de mi rumbo. No, estaba decidido. Si tenía que terminar yendo a la cárcel y morirme entre barrotes, entonces no deseaba arrepentirme de haber sido demasiado cobarde para no hacer nada. No quería haber tenido la oportunidad de volver a estar en la gloria y no luchar lo suficiente por ella. Sabía que si algo así ocurriría me lamentaría siempre. Mejor llegar habiéndose quemado que no había podido probar el calor de la llama.
Así que, me decidí a buscar a Laila, a hacer hasta lo imposible por tenerla de nuevo conmigo y en un tiempo récord. Tenía a Strauss detrás de cada mínima pista sobre mi culpabilidad y estaba convencido que podía tener un descuido como cualquiera.
Tenía que hacer algo, lo que fuese. Debía dejar a un lado los pasos lentos, o ¿puede que esa fuese la única posibilidad? Si me abría en canal podría llegar a asustarla. Si no lo hacía, en cambio, podía perderla por ir demasiado despacio. Era la primera vez en mi vida que no sabía qué pasos seguir dando, qué dirección tomar, cuál era mi siguiente paso aunque el objetivo estuviese claro.
Opté por esperar a que Laila diese nuevamente señales de vida, dejar que fuese el momento el que me obligase a reaccionar en algún instante y además de eso, no había que irse con remilgos. Era hora de dejar escapar algunos toques románticos, sí, porque a fin de cuentas, desde el primer momento había querido llenarle su hogar de rosas rojas que también resultaban ser su flor favorita. Todas y cada una de las veces que había pensado en ella durante todos esos años y dejar tan solo una rosa blanca entre ellas, la rosa blanca que era ella, la pureza entre un mar de espinas, la diferencia entre la única pasión ansiosa que recorría a las demás mujeres que había conocido. Ella era paz, ella era tan inmaculada como el mismo color, pero podía teñirse del rojo más intenso si la persona lo merecía.
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Secretos
RomanceWolfgang Maicron pertenece a la élite de la sociedad. Un hombre acomodado que ha tenido todo lo que ha querido, jamás lo ha visto suficiente. La oveja negra de una familia que vive con la cabeza alta por su gran legado, ha llegado a Nueva Orleans pa...