Capítulo 29

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Su espalda desnuda era tan suave como la recordaba. Laila descansaba sobre mi cuerpo y ambos parecíamos estar en cierta paz aunque todo era una verdadera tormenta. Ni tan siquiera entendía cómo habíamos llegado a eso, pero agradecía haber podido tenerla entre mis brazos de nuevo. Hacer el amor con ella siempre era una experiencia diferente y sorprendente. Sin embargo, en esta ocasión había sido tan intensa que me costaba poder procesar todo lo que había sentido. No tenía aún calificativo para esa vez, pero sin duda había sido inolvidable.

Habíamos estado varias horas y ahora la noche había caído sobre nosotros. Laila estaba cansada, podía ver cómo intentaba, en lo posible, no quedarse dormida porque tenía que estar pendiente de si la llamaban por Caroline, pero su cuerpo le suplicaba que durmiese tal y como hacía el mío. Quería quedarme allí y perderme en el calor de las sábanas simplemente por el placer de dormir a su lado. Quizá sería la última vez y esa frase me había calado demasiado hondo, tanto que pese a todo el revoltijo de emociones quería detener el tiempo en ese mismo momento.

Mis dedos jugaban en el camino que dibujaba a la perfección el lugar donde estaba su columna. Su piel parecía responder con cada ligero movimiento y ansiaba tanto saber qué pasaba por la mente de Laila que si hubiese tenido oportunidad para tener ese superpoder lo hubiese usado en ese mismo instante.

La habitación olía a nosotros, a nuestro amor, a la forma en que nos habíamos entregado hasta quedar extasiados del otro, pero con la noche tan solo había una verdadera razón para que estuviese despierto. Aún tenía tiempo para el momento en que todo el asunto del cuadro tuviese que ser ejecutado y la idea de abandonar a Laila en ese momento me pareció descorazonadora, por lo que, finalmente, yo mismo terminé cediendo al sueño por el cansancio y la satisfacción de mi cuerpo.

La odiosa melodía de mi teléfono móvil estaba sonando tan alto que casi parecía tenerlo en la oreja. Seguramente Terrence me había subido el volumen de semejante aparato para que si se despertaba él por las llamadas en la noche también lo hiciese yo quien tenía un sueño bastante más pesado que el cerebrito.

Restregué uno de mis ojos mientras me acostumbraba a la luz del día. No era demasiado tarde, aún se podían ver algunos despojos de éste en el horizonte. Rebusqué entre mi ropa dónde estaba el móvil y lo saqué antes de que la persona se diese completamente por vencida.

— ¡Wolfgang! ¡Llevo llamándote horas! —gritó mi hermano desde el otro lado de la línea.

¿En serio? ¿De buena mañana tenía que escuchar a semejante sujeto? No tenía ganas de empezar mal el día, pero era tener su voz en mi cabeza y ya me daban ganas de asesinarle.

— Buenos días a ti también, hermanito. ¿Tengo que recordarte la puñetera diferencia horaria o es algo que tu cerebro unineuronal no es capaz de procesar? —una falsa sonrisa apareció en mis labios mientras intentaba encontrar la forma de deshacerme de él.

— Estoy esperando tu informe sobre el rendimiento de la empresa.

— ¿No puede hacerlo alguien de la oficina?

— No, Bello durmiente, tienes que ser tú quien lo haga y rapidito. No tengo ganas de estar como papá detrás de tu trasero para que hagas las cosas en condiciones. Quiero cuentas limpias, nada de extraños descubiertos o de compras solamente bautizadas como "material de oficina", haz las cosas bien o se te acabará el chollo —colgó antes de que pudiese contestarle de alguna manera. De todos modos creía que era lo mejor que podía haber pasado, que colgase, de no hacerlo el asunto se hubiese puesto feo, muy feo.

Miré la pantalla de mi móvil y rodé los ojos. Era un mentiroso total y absoluto. No tenía ni una sola llamada sin contestar de él, pero si se creía sus propias mentiras entonces no tenía porqué sacarle de su mundo de magia y color aunque llegase a poner a cualquiera de un humor de perros sin casi esfuerzo.

Una de las cosas que me había molestado más que cualquier otra, era ese hecho que había dado por supuesto de que se me acabaría el chollo. No era prácticamente consciente de que gracias a mis acciones ilegales aquella empresa había podido seguir a flote. ¿Lo había hecho por ellos? No, para nada. Me traía sin cuidado si el apellido Maicron se manchaba hasta que el barro le llegase a la altura del cuello. Pero, sin desearlo, había descubierto años después que la empresa, en muchas ocasiones, había podido seguir en su lugar en la bolsa porque el blanqueo de dinero había tenido sus frutos demostrando que las malas gestiones de mi padre no habían logrado volver negro el futuro de la empresa. Puede que por eso, pese a sus extrañas ocurrencias, hubiese terminado creyendo que era una especie de gurú dentro de las finanzas y aunque se equivocaba lo hacía de manera tan leve que no suponían grandes problemas al imperio que gobernaba.

Volví a tumbarme en la cama descubriendo que Laila no estaba allí. No sabía si era demasiado temprano o demasiado tarde en su día a día, por lo que me levanté dispuesto a buscarla tras haberme puesto algo de ropa encima.

Allí, en la cocina, había una nota. El resto de la casa estaba completamente vacía y los recuerdos de diez años atrás se despertaron de una forma tan intensa que casi había empezado a hiperventilar. Detestaba ser tan vulnerable con respecto a todo lo que tuviese que ver con ella, sin embargo, pese a todo, era mejor conocer la verdad.

La nota no era ninguna despedida. Solamente aseguraba que volvería a verme, pero que a esa hora ella iba a trabajar a su lugar secreto para poder de esa forma concentrarse. Sonreí algo más aliviado pese a todo y sabiendo qué era lo que habíamos dicho antes de entregarnos a la pasión. Finalmente, cogí el bolígrafo que estaba al lado de la nota y escribí una respuesta a sus palabras.

Ojalá esta no sea la última vez.

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