Capítulo 27

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La mesa de la cocina era el lugar perfecto para cualquier familia. Sin embargo, estaba en otra cocina diferente, una en la que no tenía derecho a sentirme como en casa. Sobre la mesa había un café caliente y humeante en un juego de porcelana que distaba mucho de ser caro, sino funcional con unas narices y ojos que les daban pinta de graciosos para esos niños que están empezando a odiar los desayunos y la leche.

Laila estaba justo en la silla de enfrente. Caroline no estaba en casa. Ella tenía actividades extraescolares algunos días y en este caso, además, había querido quedarse a la fiesta de cumpleaños de una amiga que la había invitado a dormir. Para Laila era demasiado pronto y demasiado pequeña, pero conocía a muchas de las madres que sí irían y aunque había asegurado que intentaría estar allí lo antes posible, no podía negarse a su cita, esa cita que tenía todos los días a esa misma hora con Lorraine, su pequeña.

— Pensé que no llegarías a leerlo al final —dijo al fin rompiendo todo el silencio.

— Pensé exactamente lo mismo. No quería saber nada ni del libro, ni de ti, ni de la niña, ni de nadie. Pero al mismo tiempo necesitaba conocerlo todo, ¿qué había pasado con mi hija? ¿Por qué no la habías traído el otro día para encontrarnos al final? Así que supuse que la curiosidad me mató como al gato —una sonrisa fría y sin ganas de escapar lo hizo entre mis labios dando más peso a mi propia decisión por haber ido demasiado lejos. Estaba mucho mejor sin conocer todo lo que ahora sabía.

— Siento haberte hecho pasar por eso.

Su pena estaba matándome, esos ojos completamente rotos, esas lágrimas deseosas de aparecer y la manera en que tenía que contener sus emociones para ser fuerte delante de todos los demás porque era fácil dejarse arrastrar por el dolor y el sufrimiento después de todo lo vivido con la pequeña Lorraine.

— Me alegra que al menos pudieses rehacer tu vida. Bueno, es evidente que encontraste al hombre de tu vida para tener a otra hija.

Su rostro tomó la misma expresión que la de un conejito asustado y confuso cuando escuchaba un ruido que podía indicar que había alguien cerca como por ejemplo un depredador.

— No, Wolf. Te equivocas. Caroline no es mi hija. Caroline es la hija de mi hermano, pero ella a duras penas si podía entender la diferencia y quiso llamarme mamá. Para evitarle dolor no le dije la verdad y finalmente, bueno, ya ni tan siquiera sé cómo decirle que no soy su madre, sino su tía —suspiró pesadamente antes de apoyar su cabeza en su mano derecha—. ¿En serio pensabas que en tan poco tiempo podría haber rehecho mi vida?

— No ha sido poco tiempo, Laila, han sido diez años —contesté con sequedad.

— ¡No estoy hablando de ti! ¡Estoy hablando de mi hija! No había pasado tiempo alguno desde la muerte de Lorraine. ¿Cómo iba a pensar en tener más hijos o incluso estar con cualquier hombre? ¡La sola idea de estar con alguien que...!

— Nuestra —dije de pronto cortándola.

— ¿Qué? —estaba tan confusa y tal y como había empezado ella misma a perder los nervios hacía todos mis esfuerzos por mantener los míos a raya, de la manera que fuese.

— Que es nuestra hija, no tu hija —repetí antes de fijar mis ojos nuevamente en los suyos.

Laila apretó su mandíbula y acabó sentándose en la silla una vez más. Ni tan siquiera había sido consciente de cuándo se había levantado, pero sabía que sus emociones pasionales la llevaban a ese tipo de expresiones intensas.

— Sé que es nuestra hija, pero...

— ¿Pero qué, Laila? Cualquier cosa que añadas a esa frase será como poner sal en la herida. Si dices que tú has estado más con ella no es precisamente porque yo no haya querido sino porque me ocultaste que ella existía. Si...

— ¿Cómo no querías que te lo ocultase si te dedicas a eso? ¿Querías que pusiese en peligro a mi hija...?

— ¡Nuestra! —alcé mi voz sintiendo como todos mis intentos de contener mis emociones se habían ido por el desagüe—. ¡Es nuestra hija! ¡Demonios! ¡¿Crees que no la hubiese protegido con mi propia vida aunque eso significase no verla?! ¡Pero tenía derecho a saber de su existencia, Laila! ¡Tenía todo el puto derecho del mundo que tú me quitaste porque pensaste que estabas haciendo todo de maravilla! ¡No es así! ¡Esta vez metiste la pata hasta el fondo! ¡Lograste que...!

— ¿Qué? ¿Qué es lo que logré?

— Lograste que quisiese hacerte daño. Tanto daño como el que significaba para mí no saber de su existencia, que me hubieses robado ese placer de ser padre o de ser un completo capullo que me hiciese el jodido desentendido, pero ¡no tuve opción! ¡Y me duele! ¡Me duele no poder conocerla y me duele verte de nuevo porque tengo tantas ganas de besarte como desde el mismo momento en que te conocí! —bajé la voz porque dolía la garganta o quizá porque el nudo de esta era el que me impedía seguir manteniendo el mismo tono de voz—. Me duele porque sigo queriéndote conmigo, pero tengo miedo de que en cualquier momento, cuando vuelva a besarte, a tenerte entre mis brazos me sienta distinto, siga vacío, no sienta la satisfacción que noté recorrerme por todo mi ser cuando te besé. Pero si te beso y no siento lo mismo, ¿cómo podré continuar habiéndoos perdido a las dos?

Bajé mi mirada a la taza de café antes de coger la cucharilla comenzando a dar pequeñas vueltas al contenido oscuro que había en su interior y que a pesar de los minutos que habían pasado seguía soltando algo de humo.

— Hazlo.

Su voz había vuelto a romper el silencio que había caído sobre nosotros con la fuerza con la que lo haría el mundo sobre uno, a punto de rompernos en mil pedazos.

— Hazlo. Bésame —repitió antes de que el mundo empezase a girar demasiado deprisa a nuestro alrededor. 

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