El sol brillaba de la misma manera que se suponía que siempre estaba ardiendo para todos los optimistas. Estaba acostumbrado a ver la vida con una nube entre el sol y mi mundo, como si jamás se pudiese mover de allí para regalarme la verdadera luz que podía entregar. No sabía si esa nube la había puesto yo o había sido puesta por algún ente superior. Sin embargo, la sensación de liberación al poder sentir sin problemas cómo su calor quemaba mi piel después de estar tan solo un tiempo encerrado, era igual que la definición del nirvana, al menos para mí.
Volví a sonreír. Agradecía estarme achicharrando bajo el sol y no en aquella temperatura supuestamente perfecta que todos podían desear, pero donde las alas eran cortadas en la entrada al centro penitenciario. Quizá exageraba diciendo que aquello podía ser un deseo para todos, el mundo entero sabía lo que significaba cruzar esas puertas y todo lo que podía ocurrir una vez que se cerrasen detrás de la espalda. Sin embargo, debía reconocer que otras muchas personas que no tenían nada podrían ver en aquel lugar hasta un hotel de los malos que encima te daban las tres comidas diarias. Dependiendo de la vida que estuviese en el pasado de uno, de los lujos o la pobreza que hubiese experimentado, podía ser horrible como una pequeña subida, al menos en lo que a comodidades se refería. Y eso era realmente triste.
Bajé mi mirada justo en el momento que escuché como unos pies y una respiración acelerada llegaba hasta mí. Observé a la pequeña Caroline que corría en mi dirección y terminaba saltando para abrazarme por la cintura pues no podía elevarse mucho más, sin embargo, la atrapé en el aire, sorprendido por ese afectuoso recibimiento de alguien que a duras penas si sabía algo sobre mí.
— ¡Wolf! —una risita escapó de sus labios mientras se acercaba a mi oído—. ¿Has soplado hasta derribar la casa de los cerditos? Mami me dijo que no te lo preguntase, pero yo creo que es divertido.
Reí con ella puesto que la imaginación y la forma que tenía un niño de hilar una cosa con la otra podía llegar a resultar tan sorprendente que a duras penas si se podía encontrar la lógica siendo adulto, y eso era lo maravilloso, que poco a poco eran capaces de ayudar a cualquiera a liberar la mente. ¿Quién iba a pensar que yo podía considerar algo bueno de los niños? No es que hubiese tenido nunca un cariño especial a esos pequeños adultos con capacidades reducidas, o ampliadas según se mirase.
— En realidad, sí. He soplado ya la casa, la he derribado y me los he comido —contesté en su oído y ella se llevó las manos a su boca antes de mirar a su madre.
¿Por qué no había cogido yo mismo que el apodo que Laila me había puesto hacía mucho tiempo era la misma palabra que lobo en inglés? Al final, la lógica de los niños no era tan rara, solamente un pensamiento divergente, ¿no?
Fui yo entonces quien observó a la rubia que vestida tan elegante como para ir a un cóctel, nos miraba con lágrimas en los ojos antes de que nos acercásemos a ella. Esa sonrisa que se iba poco a poco asomando en las comisuras de sus labios me hacía ser consciente de la felicidad que simbolizaba ese deseo de llorar por la escena observada y conteniéndome de muy mala manera, llegué justo frente a ella, apoyé mi mano libre en su mejilla pues aún tenía a Caroline en uno de mis brazos y besé sus labios con el anhelo de quitarle todo tipo de maquillaje que existiese en ellos. Lo que hubiese hecho de no estar la pequeña allí, lo que hubiese regalado a todos los que estuviesen observando la escena, pero no era ni el momento, ni el lugar, ni tampoco teníamos el público adecuado.
Sonreímos sobre los labios del otro antes de que Caroline acercase sus labios a la zona donde se unían los nuestros y diese un besito. Ambos nos giramos para ver a la pequeña, no comprendía porqué había hecho algo así, sin embargo, Laila no la regañó, se limitó a susurrar que me explicaría más tarde.
Así que, completamente desconcertado, me subí al coche. Caroline se puso a escuchar la música que le gustaba y teniéndola nosotros como fondo, pude escuchar la explicación finalmente.
— El otro día me estuvo preguntando por los besos. Había visto a una pareja que se había dado un beso en los labios e intentó darme uno a mí porque pensó que era una muestra de cariño normal. Le expliqué que esas muestras de cariño generalmente eran entre personas que tenían un sentimiento muy fuerte por el otro. Le expliqué que entre parejas era normal, pero me dijo que porqué ella no podía dar besos así, que porqué eran tan importantes —rió un poco antes de mirar por el espejo retrovisor observando a la pequeña que cantaba a todo pulmón una de las últimas canciones de una cantante latina que se había abierto camino en el mundo de la música mundial al cantar en inglés también—. Le dije, que su primer beso tenía que ser para la persona más especial en su vida, que debía ser para esa persona que quisiese siempre a su lado. Me dijo que ella me quería siempre consigo, pero le dije que no era necesario que me diese esos besos a mí porque siempre estaría con ella. Por eso te ha dado un beso a ti mientras nos besábamos. Sabe que soy feliz si estás aquí, siempre me lo dice, por eso no quiere que te vayas, quiere que seas para siempre parte de nuestra familia aunque lo único que sabe ella de ti es lo que le he contado.
Me giré para mirar a Caroline que observaba el paisaje por el que transitábamos cantando una canción de la que dudaba que supiese realmente lo que quería decir la letra, dejándose llevar por el ritmo y suspiré profundamente. ¿Cómo lo había logrado esa pequeña? Había conseguido conquistarme con esa dulzura y su amor incondicional por la que creía que era su madre y yo no tenía porqué negarle eso. Ya había tiempo de contarle la verdad de muchas cosas.
— Yo también quiero quedarme para siempre —susurré justo cuando Caroline volvía a mirarme y me regalaba una angelical sonrisa.
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Secretos
RomanceWolfgang Maicron pertenece a la élite de la sociedad. Un hombre acomodado que ha tenido todo lo que ha querido, jamás lo ha visto suficiente. La oveja negra de una familia que vive con la cabeza alta por su gran legado, ha llegado a Nueva Orleans pa...