Capítulo 13| Caos

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—Ahren — me llama sin quitar la vista del computador. 

—¿Qué?

—Ya tomaron la fotografía — informa. Lo miro de reojo.

—Bórrala — suelto volviendo a mirar mi teléfono. 

—¿Por qué?

—Creo haberte dicho que las fotos deben ser recientes. 

—Es reciente. 

Bufo. 

—Debes esperar al menos dos días para que se den cuenta que su hijo no piensa volver. Ahí empezarás a enviar fotos. 

Morales, el hombre que se encargó de Samuel, camina de un lado al otro con las manos en los bolsillos. 

—Sigo sin entender por qué ahora es ella quien nos da órdenes — protesta. 

—Jódete — digo sin darle mucha importancia. 

—Es parte del plan — interviene Bukowski — Nos va a ayudar. 

—¿Qué pruebas tienes de eso? 

Ninguna. 

Joseph suelta un suspiro. 

—Mejor siéntate — cierra la tapa de su laptop y se gira — Supongo que todo está listo. 

 Yo también lo esperaba. Llegar al pueblo y encontrarme con un alboroto no me entusiasmaba para nada. 

—Por cierto, ¿dónde estamos? — pregunto guardando mi móvil. 

—Cerca de Berlín — lo miro estupefacta. 

No parece estar bromeando. Pero ¿en qué momento nos trajo aquí? Me levanto del mugriento sofá, lista para irme. 

—Algo más — lo encaro — Devuélveme mi arma. 

—¿No tienes ya la de Sawyer?

Le entrego su artefacto maltratado. Yo quiero la mía, no la cuido por nada. 

—Mi arma — repito. 

Suspira y abre una gaveta de la izquierda, extrae mi pistola y me la da. 

—Toma. 

Voy a decirle algo más pero suena mi teléfono, lo ignoro deliberadamente pero vuelve a replicar. Miro el proveedor, número desconocido. No respondo y apago el aparato. 

—Necesito que tu me transportes. 

—Eso pensé. 

—Y tenemos que salir ya. 

No protesta y saca unas llaves. Pasa por mi lado y hace una seña para que lo siga. Los demás se nos quedan viendo sin estar del todo convencidos. Los ignoro y salimos de una especie de fábrica bastante pequeña. 

—¿Hace cuánto estás en Alemania? — digo mirando a los lados, estamos en medio de la nada. 

Ríe con nerviosismo. 

—Bueno... digamos que te seguí desde lo de Polonia. 

Puse una mueca, recordándome que no podía mostrar mi molestia. 

—¿Así que fuiste tu? — repongo. 

Joseph no entiende a qué me refiero. 

—¿Qué necesidad tenías de molestarme con esas llamadas? 

Su entrecejo se frunce más. 

—¿De qué hablas? — murmura — Yo no he hecho ninguna llamada. 

Catarsis © [Sin Corregir]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora