Capítulo 19| Punto Clave

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Ancel Muller no deja de observarme. 

No me intimida, pero todo cambia al momento en el que el segundo hombre —el que había ignorado mi existencia—, gira la cabeza hacia mí y se acomoda los lentes con suspicacia. 

—¿Darya Ivanov? —quiere confirmar. 

—Así es —solo para ver sus reacciones me recuesto sobre el muro del ascensor y me cruzo de brazos. Justo como dije que no iba a hacer.

Los tres tipos parecen no estar acostumbrados a esta clase de indolencia, porque el primero de ellos levanta una ceja. Y los otros dos levantan la barbilla.

—¿Quién más vino con usted? —pregunta con formalidad. 

—Solo soy yo —me rasco un codo simulando estar algo nerviosa. 

El ascensor comienza a subir de nuevo, pero veo que ninguno ha presionado un botón. ¿Se dirigen a la biblioteca? 

—¿Qué edad tiene, Ivanov? —comenta él, más interesado—, ¿estudia?

—Tengo veintitrés —digo—. Y no, no estudio. 

—Entonces supongo que debe estar trabajando.

—No, por el momento no. 

—¿Cuál es su misión? —interviene el primero, brusco. 

—¿Misión? —me hago la desentendida. 

—Me refiero a de qué vive, ¿cómo se mantiene si está sola? 

—Tengo ahorros que me permiten mi estabilidad económica.

—He de suponer que quien le provee sus ingresos es su esposo, ¿o su padre?

Eso llama mi atención. 

—Con todo respeto, ¿señor...?

—Schulz —completa con la cabeza en alto, como si estuviera orgulloso de portar ese apellido.

—Schulz. No necesito de un hombre para valerme por mí misma. 

Mi respuesta los calla, espero una objeción negativa y para mi sorpresa solo nos interpela el silencio. Uno incómodo y extenso.

—Darya —el del medio se dirige a mí con voz apacible. Pasando de la mirada de desaprobación que me está dando su compañero—, ¿cuál ha sido la razón para decidir residir aquí?

Esta vez no podía darles una respuesta tan simple como la que le di el otro día a Samantha en los registros. Necesitaba algo más elaborado.

—Bueno, no figuraba en mis planes vivir en Serok —empiezo—. Hace un año llegué como un turista más. Los paisajes, la arquitectura, la gente... el pueblo en general me pareció diferente y tranquilo. Cosa que necesitaba. No tenía un domicilio fijo así que empecé a buscar viviendas para mudarme. Hablé con una mujer de bienes raíces y ella fue quien me notificó que necesitaba antes un permiso. Así que compré una propiedad y espere a que me lo otorgaran, hasta hace unos meses. 

Y ahora que lo pensaba, ¿quién decidió si vivía aquí o no? 

—Ya veo —dice Ancel. 

Tanto él como el del medio comparten una mirada. 

—¿Y su propósito, cual es? —me pregunta Muller. 

—Solo, busco tranquilidad. 

Parece que han sido todas sus preguntas, por el momento. Las puertas se abren en el piso cuatro; y pienso salir pero sus cuerpos son como barreras, estorbándome el camino. 

Catarsis © [Sin Corregir]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora