Best Years » Muke

00.11

« Cuanto dijiste tu último adiós, morí un poco por dentro.

Me acosté en cama llorando toda la noche, 

solo, sin ti a mi lado.

Pero si me amabas, ¿por qué me dejaste?

Llévate mi cuerpo, llévate mi cuerpo.

Y todo lo que quiero, todo lo que necesito,

es encontrar a alguien, encontraré a alguien como tú.»

⌛Kodaline, all i want🎤

Luke decidió hacerse un te mientras esperaba la llamada de Calum y Hayley no se quedó atrás. Ambos estaban muy confundidos, pero Hayley estaba ahí para apoyar a su amigo, tal como él siempre le había apoyado. 

Ambos habían vivido lo mismo. Ambos sufrieron sobredosis, ambos pensaron que eran felices en base a sustancias cuando en realidad sus vidas estaban vacías. Ambos comenzaron a mejorar juntos, habían sido el apoyo del otro y Hayley no se quedaría atrás en aquella oportunidad, porque conocía que en la mente de Luke, mil pensamientos cruzaban, mil escenarios podían estar formándose en su cabeza. Necesitaba pistas, necesitaba ideas, porque Luke no se iría del lado de Michael a no ser que él lo deseara.

El teléfono solo y os mejores amigos se observaron. Luke, con su mano temblando, deslizó el botón hacia arriba y ambos escucharon la voz de Calum.

—Hola. ¿Me oyen? —preguntó. Los mejores amigos suspiraron antes de responder al unísono de forma positiva.— Fantástico. Estoy encerrado en el baño porque en mi habitación los dos Clifford podrían oírme.

—Maddox, ¿Max está bien? —preguntó Luke con su voz temblando. Estaba tan preocupado, se sentía tan angustiado y su corazón gritaba que fuera  a esa casa y abrazara a Max con fuerza, protegiendo su inocencia del dolor de su padre.

—Max está bien. Michael es quien está mal. Debí darle un tranquilizante para que durmiera, aunque para estas fechas siempre debo recurrir a ellos...—murmuró Calum para luego suspirar. En su voz se podía notar lo preocupado que se encontraba, lo angustiado que se sentía por su mejor amigo.— Solo una vez hablé con Michael de Meredith, y la única vez, no terminó muy bien. Así que empezaré del principio y cualquier pregunta que tengan, díganla. Si tengo la respuesta, se las daré, sino, lamentablemente será algo más que no sepamos de la vida de Michael.

—Está bien —los mejores amigos respondieron al unísono, entrelazando sus dedos con fuerza.

—El primer beso de Michael fue un chico, la primera vez de Michael fue con un chico, pero él me prometió por Maddox, que su primer amor fue Meredith Stella Coleman. Ambos se conocieron en el instituto, teniendo 16 años y desde aquel momento Michael me juró que fueron inseparables. Meredith entendía a la perfección a Michael y fue un gran apoyo en su primer trastorno depresivo...

—¿Primer trastorno depresivo? —preguntó Luke, sintiendo su boca seca y un nudo en su garganta.

—Sí. El padre de Michael recién había muerto, su madre estaba destrozada y su hermana mayor Madonna, se fugaba de casa. Michael luego se enteró que entró en el mundo de las drogas, por una temporada.

—Michael no me había dicho que tenía una hermana, ¿ella está...?

—¿Muerta? No. Ella vive en Portland, con su esposo y sus dos hijos. El padre de ellos era fan de la música, por eso nombró a sus hijos como las más grandes estrellas de la época, Michael Jackson y Madonna —agregó el enfermero, luego aclaró su voz.— Bueno, Meredith como dije, llegó justamente en el primer trastorno depresivo diagnosticado de Michael, aunque sea difícil de creer. Él estaba perdido, él me juró que estaba roto pero ella le ayudó, le escuchaba, le aconsejaba y tampoco tenía una vida privilegiada o color de rosa. Los padres de Meredith eran un pesadilla, pero fueron la salvación del otro. Habían noches que Michael no podía dormir por la tristeza que sentía por la muerte de su padre luego de un año batallando con el cáncer, la angustia de ver a su familia rota y la preocupación de ver a su hermana perdiéndose. Meredith se escapaba de casa solo para abrazar a Michael en las noches, para dormir dándole consuelo y luego regresaba a su hogar, sin importarle que su padre la golpeara porque se escapaba, sin importarle las miradas que le entregaban en la escuela por los golpes. Ambos se querían, ambos cuidaban las piezas rotas del otro y se repararon mutuamente, y más temprano que tarde, comenzaron a salir, a quererse y a prometerse un mundo donde verdaderamente fueran felices.