Capítulo 65

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Tal y como había dicho Nuria, unos minutos después estábamos aterrizando en medio del desierto del Sáhara.
Bajamos del avión, bien aprovisionados de agua y barritas energéticas que nos habíamos llevado de la Fortaleza.
-Bueno, ¿por qué montaña de arena empezamos? -Dije, echando una ojeada a nuestro alrededor.
Mirara donde mirara, solo había arena hasta, por todas partes. Supongo que es normal, estábamos en un desierto, pero aún así impresionaba.
-Creo que la palabra correcta es "dunas", no "montañas de arena". -Dijo Esther. -Y además, no creo que haya un objeto enterrado en la arena en medio del desierto. Los magos antiguos querían ponérnoslo difícil, no imposible.
-¿Entonces? -Pregunté.
-Sea lo que sea el objeto, seguro que irradia algún tipo de fuerza mágica o algo por el estilo. Es decir, no es fácil esconder un objeto con ese grado de poder. -Explicó Nuria.
-¿Puedes detectar algo? -Le pregunté.
Pero la respuesta no me la dio Nuria, si no Jamal.
-Ya, claro. -Bufó. -¿Tú te crees que podemos hacer eso? La única magia que podemos detectar es la luciérnaga.
-Bueno, perdona, no lo sabía.
-Pero si no tenemos forma de detectar la magia que irradia el objeto, ¿cómo vamos a encontrarlo? Entre tanta arena, parece imposible...
Miré a Tony, a punto de responderle con un comentario sarcástico del tipo "no sé, Sherlock, dímelo tú" o algo por el estilo (no lo pensé bien en su momento, yo soy más de improvisar), pero algo captó mi atención.
-Chicos... No sé si es por este sol, pero me parece ver una luz en esa duna de allí. -Dije señalandola. -Por favor, decidme qué no es un espejismo.
-¿Qué tonterías estás diciendo? ¿Es que ya le ha afectado el calor a ese diminuto cerebro que tienes? Ahí no hay nada. -Me respondió Jamal.
Pero yo veía una luz muy fuerte que parecía salir de dentro de la duna, y casa vez estaba más segura de que lo eran imaginaciones mías.
Entonces Esther pegó un grito.
-¡Yo también lo veo! ¡Parece como si saliera de dentro de la duna!
Lo que yo había dicho.
-¿En serio? ¿Cómo es, Esther? -Preguntó Tony.
-¡Un momento! ¿Cuando yo os digo que he visto algo no me creéis y me decís que si el calor me afecta al cerebro, y cuando ella ve algo sí que le hacéis caso?
-Es porque no dudamos tanto de su estabilidad mental como de la tuya. -Me contestó Jamal.
Yo estaba cerca del límite de mi paciencia (que era mucha), y habría saltado encima de él, si no fuera por qué Esther me sujetó, adivinando mis intenciones homicidas.
-Creo que deberíamos ir a investigar a esa duna. -Dijo.
-¿Y si es una trampa? -Cuestioné, un poco más tranquila.
-¡Oh, vamos! ¿Qué es lo peor que puede pasar? -Preguntó.
Ninguno contestó. Nos limitamos a mirarla en silencio mientras en nuestras cabezas daban vueltas las mil y una horribles formas de las que podíamos morir. Mil y dos, si contamos que yo todavía pensaba en matar a Jamal.
Pero acabamos yendo de todos modos, conmigo y con Esther a la cabeza, porque los demás no podían ver la luz de la duna (¡vaya! qué nombre más chulo, "la luz de la duna"). Y, no, no nos cuestionamos el porque podíamos verla solo nosotras, a esas alturas era hasta normal. Vosotros habríais hecho lo mismo.
Al llegar al punto exacto donde estaba la luz, pudimos ver (Esther y yo) que tal y como habíamos supuesto, provenía de dentro de la duna. Se lo dijimos a los demás.
-¿Ahora tenemos que cavar? -Suspiró mi hermano. -Esto no para de empeorar.
-No creo que haya que cavar. -Dijo Esther, acercándose a el lugar donde se veía la luz. -Parece más sencillo que eso...
Mientras lo decía, posó su mano encima de la luz. Inmediatamente, su mano comenzó a brillar con fuerza, y la pared de arena que teníamos delante cayó, dejando a la vista un pasadizo que se adentraba en la duna, tipo la cueva de Alí Babá. Solo que no habíamos tenido que gritar "Ábrete Sésamo".
Sin pensarlo un momento, entramos en la duna, y la especie de pared de arena se cerró tras nosotros, dejándonos atrapados.
Por suerte, la extraña luz nos guiaba hasta el lugar donde debíamos ir.
Al poco rato de estar caminando, llegamos a una sala muy grande que supongo que era el centro de la duna (sí, me he aficionado a esa palabra, que pasa). Allí, había una especie de cofre, parecido al de las películas de piratas, y de allí salía la luz.
Jamal se adelantó e intentó abrir el cofre, pero la tapa no se movió. Lo volvió a intentar de mil maneras distintas, pero seguía sin abrirse.
-¿Puedo intentarlo yo? -Preguntó Esther.
Jamal se alejó del cofre a regañadientes, y Esther posó su mano sobre la tapa, al igual que había hecho con la entrada. El cofre se abrió, como si nunca hubiera estado cerrado.
Cuando Esther se giró hacia nosotros, pudimos ver que en la mano llevaba un látigo, que parecía estar hecho de oro blanco u otro material por el estilo. Brillaba con la luz que nos había guiado hasta ahí.
-¿Ya está? ¿Solo es esto? ¿Nada más?
Todos pensábamos lo mismo que Tony, pero supongo que él fue el único que se atrevió a decir esas palabras en voz alta.
-Bueno, ha sido bastante fácil... -Dijo Nuria.
-¿Cuál creéis que es este objeto?
Esther me miró, como si no tuviera ninguna duda de la respuesta.
-"Tormento de los culpables".
-¿Cómo lo sabes? -Preguntó Tony.
Esther se encogió de hombros.
-Lo sé y punto. Ahora deberíamos salir de aquí, aún quedan tres objetos más.
Andamos hasta llegar a la pared de arena, que se había cerrado, como ya he dicho antes.

Oscuridad luminosaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora