Reemplazables

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Alexander Undersom

- Siempre me dejas igual... - Le informé dándole una mirada de reojo mientras abrochaba mis jeans. Lyssa permanecía en pie, frente a su espejo arreglando un poco su falda y su cabello, ya estaba nuevamente vestida y limpia.

Mi novia era una diosa, en todo, pero en especial en la cama. ¿Cómo lograba dejarme sin aliento?. La intensidad de los sentimientos le daban puntos extras pero también eran sus movimientos. La recordé desnuda y agitada, sobre mí, moviendo perfectamente sus caderas con una increíble confianza mientras enterraba levemente las uñas en mi pecho - Me dejas impresionado - Agregué.

Se giró a mirarme por unos momentos hasta que comprendió a lo que me refería, sus mejillas se tornaron de un leve color rojo y fijó su mirada en otro lugar de la habitación.

- Aprendes con la práctica... - Aceptó y subí una ceja.

- Al parecer prácticaste mucho... - Murmuré y Lyssa me miró con los ojos entrecerrados.

- No empieces, amor - Pidió dándose una última mirada en el espejo. Bajó un poco su falda antes de tomar mi suéter del suelo y caminar hacia mi dirección - El sexo se sentía vacío sin ti - Confesó extendiendo mi suéter hacía mí.

- Entiendo lo que quieres decir... - Afirmé tomándolo de entre sus manos y me lo coloqué con agilidad. Lyssa se puso en puntas, me tomó de las mejillas y me dió un pequeño beso sobre los labios.

Conocía perfectamente, (Seguramente hasta más que Lyssa), lo que era tener sexo con personas que solo me atraían física y sexualmente. En mi caso eran chicas, esas que al terminar ni siquiera tenía que decirles adiós porque ellas se iban solas y me ahorraban la molestia de sacarlas de mi habitación porque tampoco deseaba que se quedaran. Daban placer momentáneo, sí, pero se sentía vacío. Era rutina: Coqueteo, sexo, adiós y si nos vimos no nos acordamos.

Cuando Lyssa se fue, la extrañé muchísimo y también aprendí que muchas chicas podían ir tras de mí, pero que en realidad muy pocas, con suerte una, dejaba el interés a un lado y lograba quererme de verdad, por lo que yo era. Extrañé sus mensajes de buenos días, extrañé que se preocupara por mí en cada aspecto de mi vida, desde una comida hasta fechas importantes, extrañé su confianza y la forma en que me besaba en público sin importar lo que podía opinar la gente de mis intenciones o de nuestra relación. Extrañé todo de ella, su amabilidad, su bondad, su corazón.

Ahora que la tenía de vuelta, no quería perderla de nuevo, ni a ella, ni a la estabilidad que me brindaba. Había experimentado por casi dos años y medio lo que era vivir con su ausencia y rechazo. No estaba dispuesto a soportar eso de nuevo.

- Ly... En una ocasión dijiste que eras reemplazable - Recordé la vez cuando estábamos jugando Confesión o beso en el apartamento y a ella te tocó hablar sobre el profesor con el que se había involucrado, tal vez sí la quiso, pero al irse buscó a otra y se casó con ella. Mi tema de conversación la había tomado por sorpresa pero se atrevió a continuarlo.

- Sabes muy bien que lo soy, amor - Murmuró encogiendose de hombros como si eso no le importara en lo absoluto.

- Todos somos reemplazables... - Continué, era algo innegable. Ladeó un poco su cabeza y se rió entre dientes.

- ¿A qué vas con ésto, eh...? - Preguntó tomando una de mis manos para jugar con ella - No estoy entendiendo.

- Quiero que sepas que todos somos reemplazables, pero inigualables - Finalicé sin quitar la mirada de sus ojos. Toda su atención estaba sobre mí y era como si esperara que dijera algo más y claro que lo diría - Es necesario que sepas que ninguna pudo igualarte en todo éste tiempo.

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