How it feels to be alive (Min Yoongi)

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You used my love like an open vein,
and just when I thought it would heal,
back you came.
Seeing you again for the first time,
trying to look ahead and not behind.
Raging as you do against the tide.
Knowing that you're his instead of mine.
Getting used to being hurt again.
Every day is closer to the end.
Holding back the tears I need to cry,
waiting to breath for the last time.
That's how it feels to be alive.

Cuando aquella mañana esperaba en la marquesina del autobús la línea 752 en Daejo-dong hacia el cementerio, aún no habías cruzado mi mente.
El cielo amaneció encapotado y la presión atmosférica indicaba una inminente lluvia, como muy tarde a las once. El reloj marcaba las 08:37.
Posé con delicadeza el ramo de crisantemos que había escogido cuidadosamente en la floristería de la calle Yeonseoro 13 en el asiento de al lado, procurando que no se inclinara demasiado; el viaje era largo, una hora y once minutos.
Debería haber traído una chaqueta.

Miré por la ventanilla, contra la que había recostado la sien. La parada estaba justo delante del instituto femenino Yale, sus estudiantes empezaban a llegar en grandes grupos, mientras que mi autobús permanecía vacío. Nos pusimos en marcha por la avenida Seooreung-ro. Fuimos dejando atrás colegios, iglesias, incontables cafés y un pequeño parque, hasta confluir en otra arteria, Eunpyong-ro. Estábamos relativamente cerca del Parque Nacional Bukhansan, las montañas se perfilaban en el horizonte, con el sol ya lo suficientemente alto.
Un giro brusco a la derecha me indicó que habíamos llegado a la intersección de Nokbeon, encaminándonos al centro neurálgico de la capital, los anillos de Júpiter en la Seúl metropolitana.
Esta última zona, la carretera de Tongil-ro, antes de entrar de lleno en la vorágine de la ciudad se caracterizaba por una concentración de templos budistas, grandes zonas despobladas, gasolineras, capillas y ermitas.
Finalmente cruzamos el paso de las gruesas vías del expreso de Naebu y al otro lado me saludó Hongje. Tongil-ro era larga, excesivamente larga, nunca parecía tener fin.
Debí de dormirme al menos un cuarto de hora, hasta que la gente entrando en ingentes cantidades al autobús me alertó de que nos encontrábamos en la Estación de Seúl. Permanecimos unos minutos allí, esperando que los asientos y parte del pasillo se llenaran. Tuve que abrazar el ramo de crisantemos y protegerlo en mi regazo.
Hangang-daero, aunque larga a su vez, al menos resultaba más entretenida. En la lejanía se alzaba imponente la torre Namsan, en la cima de la montaña central, así entramos en Itaewon.
Ya quedaba muy poco. Llegamos al puente de Hangang por la calle Yangnyeong-ro.
El autobús hizo un cambio de sentido en la otra orilla del río dando una vuelta al parque Nodeul y, finalmente, a medida que el autobús volvía a quedarse vacío entre Itaewon y la orilla sur, nos acercamos por Hyeonchung-ro hasta la estación Dongjak, en la que debía bajarme.

Para entonces chispeaba y me miré a mí mismo con reprobación. Llevaba una camiseta blanca de manga corta totalmente insustancial y unos vaqueros rotos. ¿Por qué me había vestido así para ir al cementerio?
Debería haber traído una chaqueta.

Eran las 09:34. La tumba se encontraba a 450 metros, siete minutos caminando a través de lápidas, nichos y panteones familiares.
Exhalé con parsimonia y eché un vistazo a mi alrededor. Al otro lado de la avenida había un CU. Crucé y entré con la única intención de comprarme un paraguas, ya que un chubasquero habría quedado ridículo en aquellos colores tan chillones y que tanto desentonaban con el contexto lúgubre al que me enfrentaba. Un paraguas de vinilo transparente. No necesitaba nada más.

Atravesé las puertas del cementerio, una típica puerta de palacio pero con techumbre azul. No había demasiada gente al ser un día de diario. Hacía ya siete años que vivía esta fecha como un autómata. Prendía el modo automático y mi cuerpo funcionaba por inercia, me traía hasta aquí.

A medida que me acercaba a la pequeña lápida, distinguí dos siluetas junto a ella, vestidas de negro.
Ahí estabas tú, con una gabardina, apoyada en un hombro que no era el mío. Él te rodeaba con el brazo en que sujetaba un paraguas tan negro como vuestras ropas.
Unos pasos más y percibí tus temblores. Llorabas. ¿Cómo no ibas a hacerlo? ¿Aún te culpas por lo que sucedió? Yo sí lo hago. Cada día.

Hace siete años que no nos vemos. Pese a que sé que tú acudes aquí tan religiosamente como yo cada 14 de mayo, aún no había tenido lugar este encuentro amargo. Jamás duermo cuando sé lo que me espera. Me levanto resignado al alba sin haber cerrado los ojos y realizo las mismas acciones.

Desde aquel día mi corazón no ha vuelto a latir, o al menos así es como yo lo siento, frío, ajado, aquello que daba cuerda a mi vida desapareció y sentí una total desconexión con la existencia misma. El mundo se había parado.
Las campañas tañeron y las sentí vibrar en cada fibra de mi cuerpo como una sentencia. Necesitaba llorar.

Acorté la escasa distancia final que me alejaba de ti, me coloqué inmediatamente a tu lado, solo así decidiste verme.
Nos miramos durante mucho tiempo a los ojos. Decidí bajar la vista, temeroso de lo que encontraría en tu mano. ¿Un anillo, quizás? Por suerte para mí, el bolsillo de tu gabardina la guardaba a buen recaudo.

Frente a la lápida habías depositado un tren de madera y unas galletas rellenas de melaza de manzana. Coloqué el ramo de crisantemos junto a tus presentes.
Eran vuestras galletas favoritas. Siempre quería comer lo mismo que tú, aunque no supiera lo que era, tal era la confianza ciega que tenía en ti. ¿A qué persona de su edad le gustaban las cosas rellenas de fruta?

Me giré. Desde allí se veía la cima del monte Namsan. Fue allí donde nos perdimos. Primero le perdimos a él, con el tiempo a nosotros mismos y, finalmente, el uno al otro.

¿Me culpas a mí? Solo nos distrajimos unos segundos...

La primavera había llegado en todo su esplendor, un tiempo maravilloso, todos los cerezos en flor. Salud, trabajo, amor. Lo teníamos todo. ¿No lo merecíamos?
Decidimos salir en familia aquel viernes 14 de mayo de 2032. Tú pediste el día libre en el colegio, yo podía permitirme no ir al estudio un día, y él estaba encantado de poder ampliar un día más su fin de semana.
Habíamos comido en el restaurante de la torre Namsan, y ya habíamos dejado atrás el bullicio de la plaza para comenzar el descenso junto a la muralla. Él, con un cono de helado de avellana, se adelantó unos metros. Recuerdo todo tan nítidamente...sus pantalones de algodón verdes de entretiempo de los que enganchaba un pequeño bolsito para guardar las galletas de melaza y algo de dinero, la camisa de cuadros con solapa a juego y las deportivas marrones que le habían regalado por su cumpleaños tres meses antes.
No podía existir nadie en el mundo tan feliz. Y aquel momento tan feliz se convirtió en el peor día de mi vida.
En aquel momento te amaba tanto que necesitaba decírtelo, no me cansaba de recordártelo, y elegí esos segundos para hacerlo.
Juro que de haberlo sabido, jamás lo habría hecho.
Nuestro último beso fue tan doloroso...

La muralla no era demasiado alta, varios niños se habían encaramado a ella escalando un poco. Solo vimos algo caer y escuchamos ese horrible crujido. Un sonido que aún me persigue en mis pesadillas.
A partir de ese instante, todo se ralentizó. Tú me soltaste y corriste hacia el cuerpecillo que yacía en el suelo de grava. Me soltaste definitivamente, pero yo no era consciente. No había una gota de sangre. No era un espectáculo grotesco. Era mucho peor. Lo meciste, abrazándolo con fuerza contra tu pecho, yo no podía moverme, necesitaba que me dijeras que estaba bien, que solo había sido un susto. Entonces gritaste, tu desesperación me envolvió, fue un alarido que llegaba desde lo más hondo del infierno y que nos destruyó para siempre.

Al acariciar los caracteres sobre la lápida recordé las palabras del Jakmyeongga.
<<Es el nombre perfecto para una persona dedicada, con valores, compasiva y generosa. Alguien que deja huella.>>

Sí, fue un accidente. Una niña mucho más pequeña que él había tropezado y habría caído desde la muralla si él no la hubiera sujetado. Simplemente él pisó mal, se precipitó en su lugar y su cuello...

Min Yeonghwan, nuestro brillante héroe, 2023 - 2032.

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