Kim Seokjin
Le había costado mucho esfuerzo decidirse, nada le parecía apropiado.
Cenar en un restaurante era clásico, sí, pero aburrido, y no quería que esos fueran los primeros adjetivos que te vinieran a la mente al pensar en él.
Invitarte a su casa podía resultar incómodo, tal vez se te ocurriera pensar que buscaba algo completamente diferente, no se arriesgaría a un malentendido semejante.
Finalmente, tras consultarlo en repetidas ocasiones con la almohada e incluso aplazar la fecha de la cita, se le iluminó la bombilla.
Te llevó a un edificio en el que nunca habías entrado, lo primero que pensaste fue que, efectivamente, habría algún restaurante en su interior, pero no se dio el caso. El ascensor llegó a la última planta y le seguiste sin hacer preguntas; no muy lejos del ascensor había una puerta cuyo paso estaba restringido únicamente al servicio, pero él la cruzó igualmente, contigo inmediatamente detrás. Las escaleras, similares a las de incendios de cualquier otro inmueble, subían aún un poco más, hasta una azotea. Allí se descubría una especie de jardín invernadero en medio de la ciudad y, al fondo para asegurar unas buenas vistas -pero no tan cerca del borde como para tentar un posible accidente fatal-, unos palés de madera hacían las veces de mesa y sillas. El mantel de cuadros te recordó automáticamente a la famosa escena de La Dama y el Vagabundo, aunque esperabas poder librarte de la aparatosa salsa boloñesa. Casi todo estaba ya dispuesto, salvo algunos toques finales, agradeciste la ausencia de velas, pero el ramo de flores era su sello y no podía faltar. Te había sorprendido gratamente, eso había que concedérselo, nunca se te habría ocurrido que pudiera salirse tanto de la norma.Min Yoongi
Cuando te pidió que te vistieras elegante hacer una ronda por las tiendas más caras de la ciudad fingiendo ser posibles compradores no era lo que te habías imaginado, nada más lejos de la realidad. Las galerías de arte nunca estaban concurridas, y casi podías escuchar cómo lloraban cuando salíais por la puerta con las manos vacías después de haberles preguntado muy seriamente por unas cuantas piezas expuestas. Te sentías un poquito mal, pero solo un poquito, a fin de cuentas ellos ganaban vendiendo un solo objeto aproximadamente lo mismo que tú dejándote la piel un año completo. La última joyería ya no os llenó tanto como las anteriores, pero al menos habías apreciado lo bien que le quedaba la americana, y desde luego te habías reído a gusto de sus actuaciones inventándose una personalidad diferente con biografía completa para cada comercio.
Casi como si te leyera la mente dio por terminada la tortura a los vendedores y propuso ir a comer algo.
La gente no podía dejar de mirar a un par lo suficientemente excéntrico como para sentarse en un banco de la calle a comer bubble ice cream vestido de gala, pero a vosotros os daba exactamente igual.