48. La calma antes de la tempestad

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Saeyoung

Hana me acababa de hacer una pregunta cuanto menos complicada de contestar. ¿Qué se supone que debía decirle? Las cosas no eran blancas o negras, nuestra relación estaba plagada de grises. No la dejé en el aeropuerto por gusto o porque quisiera, si no porque quería protegerla.

Y lo peor era que no se acordaba, no recordaba nada de lo que vivimos. ¿Por qué no se daba cuenta de que estaba jodidamente enamorado?

Me estaba haciendo la vida imposible, esa era la verdad.

Primero liándose con mi hermano, luego saliendo con él, y como guinda del pastel ni tan siquiera recordaba si me quería. ¿Cómo era posible? ¿acaso lo nuestro significaba algo para ella? ¿o tal vez solo estaba obsesionada conmigo hasta ese momento? Pensé que los sentimientos por el otro eran fuertes, sin embargo todo se estaba yendo a la mierda. Eso dolía, yo solo pensaba en recuperarla. En tenerla de nuevo entre mis brazos y poder besarla, ¿por qué parecía estar evadiéndome entonces? ¿qué le ocurría?

Al parecer no le bastaba con hacerme sufrir de esa forma, no era suficiente con que no pensase en otra cosa que no fueran sus ojos, sus labios, su cuerpo perfecto, su dulce aroma. Ni tampoco que me pusiese a llorar como un bebé solo por ella, todo fue en vano ya que ni tan siquiera se acordaba, ¿lo haría algún día?

Suspiré mirándola a los ojos. No era tan fácil, no podría pasar página así como así, no, lo daría todo por tenerla a mi lado por siempre. Toda la ira, el enfado, el sufrimiento, se esfumaban al ver sus bonitos ojos azules. Me tenía hechizado, así era.

—Es complicado de explicar —contesté al fin.

—Así que es cierto, ¿me dejaste en el aeropuerto?

—¿Recuerdas lo de Seok, no?

—Sí, ¿qué tiene que ver con eso?

—Te envié a Sevilla para protegerte —le dije la verdad, no tenía otra opción—. Había cometido un crimen y no quería que llegasen a asociarte con él. Además, si mi agencia descubría nuestra relación podrían haberte matado. La madam me amenazó, tuve que tomar esa decisión.

—¿Quién es la madam?

—Oh, es un tipo con el que trabajo en la agencia, se supone que me da órdenes y yo las cumplo.

—Entiendo, ¿así que tomaste esa decisión porque te encontrabas al límite y solo se te ocurrió mandarme a Sevilla? —Detecté una media sonrisa en su rostro, al parecer aquello le hizo gracia.

—Sí, supongo que visto así quizás suene algo ridículo —me reí—, pero fue la única solución que se me vino a la mente en el momento. No debí hacerlo, siempre me arrepentiré de eso. Se me fue de las manos y... perdóname.

—No te preocupes, no estoy enfadada.

Nuestros cuerpos estaban cerca, muy cerca. Tan cerca que la tenía sobre mí y ambos estábamos casi desnudos. Mis pantalones estaban bajados a las rodillas y aún llevaba una camiseta roja. Hana continuaba llevando la mía negra sin nada debajo. Podía sentir su bonito cuerpo rozándose contra mi torso. Por un instante incluso olvidé la falta de ropa, pero de nuevo volví a tenerlo presente en cuanto me abrazó. Mi corazón empezó a latir desbocado y estreché mis brazos en su cintura. Apoyé la cabeza contra uno de sus hombros y olí el perfume de su piel.

En ese momento se me olvidaron todos los problemas, se sentía como en casa, como un refugio. Deseé que se quedase así para siempre, que no se fuera nunca, pero se movió para volver a mirar mis ojos.

—Deberíamos dormir —sugirió.

—Supongo, aunque hay otras cosas que podemos hacer en lugar de dormir —levanté una ceja con atrevimiento.

Quiéreme [Parte I y Parte II]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora