Ódiame. 26: Cuando las tornas cambian

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Saeran

Tenía a Hana sentada a mi lado, mirándome mientras se comía un cruasán. Solo llevaba puesto un diminuto camisón de tirantes que dejaba entrever muchas cosas. ¿Por qué se mostraba así ante mí? ¿no se daba cuenta de que, al fin y al cabo, seguía siendo un hombre? Además... estaba seguro de que querría hablar del incómodo momento de anoche.

—¿En qué piensas? —interrumpió mis cavilaciones.

Dios, ¿en qué iba a pensar, cuando estaba casi desnuda?

Pechos, pechos grandes, redondos, pechos que quería meterme en la boca y estrujarlos con las manos. Pechos.

'¡No! ¡detente, idiota! intenta controlarte, ¡eso es!'

—Nada en especial —me aclaré la garganta.

Analizó mi mirada mientras le daba un último mordisco a la comida. Se limpió con una servilleta y la dejó sobre la mesita que teníamos enfrente.

—Deja de mirarme las tetas —agregó con total tranquilidad.

Sentí como mis mejillas comenzaron a arder de calor. Me había pillado. Era de esperar, ¡por supuesto! Qué idiota...

Me llevé la mano a la frente, avergonzado.

—Lo siento, la costumbre —me justifiqué y vi como esbozaba una pequeña sonrisa.

—Lo sé —puso una mano sobre mi pierna mientras me miraba con diversión. No pude evitar mirar hacia abajo y respirar hondo, comprobando cuán de cerca estaba de la zona peligrosa.

No sabía si lo hacía de manera consciente, para descolocarme, o si solo estaba tratándome con demasiada confianza, como si pensase que entre ella y yo ya no podría haber nada nunca más. Aquel pensamiento me entristeció.

Tal y como si estuviese leyéndome la mente, apartó su mano enseguida. Alcé la vista, parecía sentirse algo culpable.

—¿Qué fue eso? —indagué, interesándome por que que estaría pasando por su cabeza.

Se encogió de hombros.

—La costumbre —añadió, soltándome la misma excusa que le había puesto hacía unos segundos.

Clavé los ojos en los suyos, sonriendo con picardía.

—Anoche, cuando nos viste... —retomó la charla y fui inclinándome poco a poco hacia su dirección, logrando que retrocediese hasta quedarse tumbada en el sofá.

Me percaté de como tomaba una bocanada de aire, su pecho subió, chocándose con mis pectorales.

—¿Sí?

—¿Te pusiste caliente?

Sentí como mi pulso se aceleraba más ante esa pregunta.

—¿Tú qué crees? —moví mi pelvis, rozando esa parte de mi anatomía, que ahora estaba tan feliz, en medio de sus muslos.

Escuché como contenía un gemido, mordiéndose la mano. Se la aparté y me moví otra vez, con el propósito de escuchar ese bonito gemido, que me puso súper caliente.

Lo conseguí y observé como su espalda se arqueó.

La tomé del mentón para que me mirase. Podía ver fácilmente, debido a sus ojos claros, como las pupilas estaban dilatadas.

Me relamí el labio, aproximándome más. Iba a juntar nuestros labios cuando ladeó la cabeza.

—No puedo —murmuró.

Quiéreme [Parte I y Parte II]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora