41. Olvídate de mí

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Somos adictos a lo que nos destruye, eso decía un famoso escritor ruso. Y si yo era adicta a él, quería que me destrozase entera hasta que no quedasen más que cenizas. Quería arder en el puto infierno solo por un beso de sus labios. ¿Saeyoung ardería por mí? ¿yo era su adicción?

Lo cierto era que la situación se sentía como un elefante al filo de un bordillo. Los sentimientos por el otro parecían sobrios y fuertes. Algo tan colosal que nunca podría derrumbarse, hasta que con un simple empujón, todo se fuera a la mierda. Y en este caso, el empujón parecía ser el hecho de que me acosté con su gemelo.

Aún habiéndome rechazado una y otra vez aquello no se sentía bien. Aunque el sexo con su gemelo no fuera más que eso. Porque no lo amaba, lo amaba a él y necesitaba lograr su perdón como fuera.

—¡¿Quién fue?! ¡dime! —reiteró el pelirrojo, que todavía me agarraba del brazo, señalando aquella maldita marca que me había dejado ese estúpido.

—Primero suéltame —demandé en un tono sosegado, tratando de calmar el ambiente.

Clavaba sus ojos en los míos dudando de si soltarme o no, hasta que al final lo hizo de mala gana.

—¿Y bien?

—Segundo, ¿por qué reaccionas así, habiéndome rechazado? —Ignoré sus palabras para enfocar la conversación en lo que me interesaba.

—Yo, bueno...¡n-no me líes! ¡has desviado mi pregunta! —Estaba muy enfadado.

—Tú tampoco contestaste. ¿No era que no me amabas? —seguí presionándolo.

—Pero...

—¿Y que él podía quedarse conmigo, como si fuera una muñeca? —continué, soltando dardos envenenados.

—¿Fue él? —cuestionó, enlazando mi pregunta.

—En caso de que fuera así... tú me lanzaste a sus brazos —repliqué. Soltó aire, apretando los puños. Su mandíbula estaba en tensión y una vena resaltaba en su cuello.

—Así que te follaste a mi hermano de nuevo —apuntó con ira.

Me quedé en silencio y asumió que había dado en el clavo. Movió la cabeza de arriba a abajo, asimilando la situación. Su mirada estaba perdida, ausente.

—Saeyoung —lo llamé para que saliera del trance pero no daba resultado. Quise tocar su hombro pero se apartó de forma repentina.

—¿Dónde está? —Fue directo. Se le veía muy arisco e intratable en ese momento.

—¿Para qué quieres saber eso?

—¡Dime dónde vive! —explotó. Le había sacado de sus casillas.

—¿Qué vas a hacer? Estás muy furioso en este momento —remarqué.

—No te importa. ¿O sí? —Fue muy borde—. ¿Será que... te estás enamorando de él? —Las lágrimas comenzaron a rodar por su rostro, se estaba desmoronando.

—¡No! ¡por supuesto que no! —lo negué con rotundidad. Que me gustase un poco, no significaba que fuera a enamorarme. Solo fue sexo, un sexo muy bueno, sí, pero solo eso—. Fue... otra estúpida venganza —agregué.

—¡¿Por qué quieres hacerme daño?! —chilló, entre llantos—. ¡¿Eh?! ¡se supone que me amas, y vas y te acuestas con alguien más! ¡y no una persona cualquiera! ¡mi propio hermano! ¡sangre de mi sangre!

—¡Tú también me hiciste daño! —grité, perdiendo la paciencia—. ¡Me entregaste como si fuera un objeto! ¡y luego me dijiste que todo había sido una mentira y que no me amabas!

Quiéreme [Parte I y Parte II]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora