Capítulo 30

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Estaba completamente rota, sentía mi alma esfumarse poco a poco. Ese vacío absoluto y lo único que quería era desaparecer, olvidarme de todo. Al fin sabía la verdad, pero de que me servía. Solo para torturarme más. Y sabía perfectamente que estaba tocando fondo. Era una horrible vida, la carga pesaba en mí más que un yunque. Y si comenzaba a agregarle, estaba casada con un hombre que me odiaba a más no poder, aún no sabía el porque exactamente, que cada vez que nos mirábamos ni siquiera podía tener una conversación cordial con ese tipo.

Cada vez que cerraba los ojos las pesadillas no tardaban en hacerse presentes, ni allí mi mente se callaba, siempre me recordaban que había hecho mal, y que debía pagar, muy caro. Mi mente ya no daba para más, tenía un dolor horrible en la cabeza que sí aumentaba un poquito más creía que explotaría.

El sufrimiento dependía de como tomarás la situación, pero esto era algo que me torturaba desde hace 16 años, y puede que no me dañara tanto antes porque intentaba olvidar, intentaba hacerme la fuerte. Pero todos tenemos un límite y yo ya había alcanzado el mío. Estaba al borde de la locura, ya no podía ni frenar las lágrimas, caían así porque sí.

Me sentía suspendida, era un cadáver en vida, donde alrededor solo pasaba pura calamidad y que la causante de todo era yo. Estaba cayendo al vacío a una velocidad increíble. Y el final de ese trayecto era la perdida de mi misma. Me estaba rompiendo en minúsculas partes y se iban esparciendo a modo que apenas si quedaba algo de mí.

Lo único que pedía era un poco de silencio, porque escuchaba esas voces que me culpaban de todo y en la manera que lo decían yo les creía. Tan solo quería tener un poco de paz. Ya no quería pensar, pero era muy difícil.

Estaba perdida en un mar de culpa, y la marea estaba en su punto máximo, arrastrándome con cada ola que tenía y hundiéndome hasta lo más profundo.

Así que yo lo único que hacía era estar bocarriba viendo el techo azul marino de mi habitación. Y escuchando el sonido de la lluvia caer. Había comenzado a llover recio. Sentía las lágrimas descender mis ojos, así que solo las dejaba correr, porque no importaba cuantas veces las limpiara a los segundos ya estaban ahí de nuevo.

Estaba estática tan solo drenando todo lo que me lastimaba, pero por desgracia tenía un filtro, donde quedaba todo mi daño, creando así un bucle. Seguía viendo a la nada cuando escuche el toque en la puerta. No tenía ánimo de hablar con nadie, quería estar sola y más porque estaba segura que quien se encontraba al otro lado de la puerta era Deán con alguna nueva excusa para poder gritarme lo mucho que me odiaba. Así que no dije nada, no hice ningún movimiento.

De repente la puerta de mi habitación se abrió, espere ver a un rubio con ojos miel, pero contrario a ello me tope con unos ojos idénticos a los que me devolvían la mirada en el espejo todos los días. Solo que estos no mostraban vacío, ni culpa, sino que mostraban preocupación y una ráfaga de dolor al verme en tal estado.

Lo observe por unos segundos, luego me hice un ovillo y comencé a llorar mucho más de lo que ya hacía. Queriendo que él no estuviera ahí, porque sabía que lo iba a dañar.

Él cerró y se acercó, sentándose en la cama, arrastrándome al espacio que había entre sus brazos, y me dispuse a desahogarme mientras él me sobaba la cabeza y me decía que todo estaría bien. Y eso me hacía sentir peor, porque sabía que nada estaría bien mientras tuviera está culpa en mí.

- Toda va pasar, Shh. - dijo mientras me abrazaba más fuerte. Yo solo lloraba. - Qué te sucedió. - inquirió con el dolor al borde de sus palabras.

Y ese preciso momento mi celular sonó avisando de una nueva notificación, estaba a la par mía y lo aventé lo más lejos que pude. Por desgracia no lo aventé tan lejos como creí, sino que solo lo acerqué a Nat. El cual arrugó el ceño en confusión tomó el celular en su mano libre, desbloqueó mi celular y ví como apretaba la mandíbula y el agarre en mi celular. Alcancé a ver muy poco.

Insomnios En Tu PielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora