jay.

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Le diste las buenas noches a tus padres

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Le diste las buenas noches a tus padres. Tu madre leía un libro, con sus típicas gafas negras. Mientras que tu padre ya estaba a punto de echarse a dormir en su gigantesca y seguramente, cómoda cama.

Cerraste la puerta del cuarto y luego con prisa, pero sin correr, te dirigistes a tu habitación.
Cerraste la puerta con lentitud, mordiendo tu labio interior. Estabas nerviosa.

Rápido fuiste hasta el armario y sacaste lo primero que encontraste. Aunque cualquier prenda de ropa que tenías era cara y de alguna marca. Tu madre no se arriesgaría a que nadie te viera vestir algo de «pobres», así que lo hizo más fácil solo comprandote ropa con «clase».
Cosa que no hace falta recalcar que no te gustaba, obviamente.

Más cuando tu novio era Park Jay.

Te pusiste aquel conjunto Channel, que a pesar de ser muy caro y que odiabas usar ese tipo de ropa con él, a él le encantaba. Le encantaba verte como una pequeñita muñeca que puede cuidar y abrazar. Y aunque tu lo odiaras, lo hacías por él.

Después de terminar de vestirte fuiste hacia donde el mueble que almacenabas todos tus zapatos, sacaste unas simples deportivas — las únicas que tenías—. Querías estar cómoda.

Después de eso peinaste tu cabello con suavidad y recogiste la mitad de esto y lo ataste con un lazito blanco. Dejando la otra mitad de tu cabellera suelta.

Pusiste un poco de perfume sobre tu anatomía y te levantaste del tocador.

Sacaste unas almohadas de la parte más alta de tu armario blanco y dorado. Las pusiste debajo de las sabanas, haciendo una forma de un cuerpo.

Miraste la forma que habías hecho, con los brazos en forma de jarra. Realmente no parecía creíble, pero dudabas mucho que tus padres fueran a venir a tu habitación durante la noche para verte dormir. Creían que eras una niña buena y que cuando te dijeron que no les gustaba aquel chico — básicamente por su clase social — les hiciste caso y dejaste de verte con él. Que ilusos.

Fue entonces cuando escuchaste unos golpecitos en la ventana. Miraste hacia allí y pusiste una mueca de molestia.

Abriste la ventana con cuidado de que una de aquellas piedras no te diera en el rostro. Sacaste la cabeza por la ventana y viste a Jay sonriente, con una piedra en su mano.

— ¿No podías simplemente mandar un mensaje?

— Entonces no quedaría de novela.

Reíste y fuiste rápido a apagar la luz. Dejaste tu móvil encima de la mesa, cargando. Por si acaso venían que no sospecharan. Aunque seguias pensando que aquella forma en la cama ya era demasiado delatadora.

Abriste del todo la ventana, y aunque llevabas falda no te importó mucho bajar por ahí.
Jay abrió sus brazos para acabar de sostenerte y que no cayeras.

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