jay.

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Conocías a Jay desde hacia tanto tiempo

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Conocías a Jay desde hacia tanto tiempo. Aunque no negaras que te sorpendio encontrarte con él después de tanto tiempo en la Universidad. Y en la Facultad de Arquitectura.

Conociste a Jay en el jardín de niños, eran vecinos en aquel entonces. Y sus mamás siempre iban alternando sus casas para quedar a conversar. Por lo tanto conocías bien al pequeño de los Park.
Le gustabas a Jay, no era un secreto. Seguramente todos en aquella escuela lo sabía. El niño de tan solo cinco años ya se había acostumbrado a dejarte cartas y dibujos diariamente en tu mochila rosada.

Al ser pequeña no te viste interesada en el pequeño, pero te caía bien. Por lo que rápidamente lo acabaste considerando tu mejor amigo.

Después de tres años te mudaste a Seúl y ahí se terminó vuestra tranquila relación. Vuestras madres, sin embargo, seguían hablando a menudo. Aunque por supuesto ellas nunca les habían dicho, a Jay y a ti, que todavía mantenían contacto.

Por ese mismo motivo te sorprendió mucho verlo en la Universidad de Seúl. Dios. Había crecido tanto, aunque supiste reconocerlo rápido. Su pelo ahora tenía un color rubio que le quedaba bastante atractivo.

Ahora parecía un hombre, sí lo hacía.

Intentaste esconderte de él lo máximo posible al verlo en la puerta de entrada. Con tan solo despistarlo ahí ya bastaba. Después cada uno iría a su Facultad y no tendrías — seguramente — que verlo más. Te daba bastante vergüenza haber visto todo lo que él había cambiado. Sin embargo tu seguías con aquel rostro de niña pequeña. O al menos eso pensabas tu, porque la verdad también habías cambiado.

Lo que no esperabas que, el ahora rubio, tomara el mismo camino que tu hacia el Departamento de Arquitectura. Ya está. Él iba a reconocer nada más el profesor pasará lista.

Aunque te hubiera gustado que fuera así, Jay te reconoció mucho antes de que eso pasará. En cuanto la masa de alumnos se disperso hacia sus departamentos.

— ¿Jinsol? ¿Eres tú? — ladeo su rostro, sonriendo de lado. — Te ves más...

Lo miraste frunciendo el ceño, esperando a ver que tenía que decir.

— Vieja. — terminó, y se río.

— ¡CALLATE , MALDITO RUBIO OXIGENADO! — lo miraste de mala gana, cruzando tus brazos.

— Oye, pero — se acercó tanto a ti, que te robo la respiración. — ¿A qué estoy atractivo? — sonrió ladino, para después separarse de ti.

Claro que lo estaba. Se había hecho difícil liderar con él, porque cuando tan solo era un niño, al menos, si quiera te atraía. Ahora puede que un poco sí. Aunque seguía siendo el mismo idiota.

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