34. Tiempo

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Golpeo insistentemente la puerta ¡Dejadme entrar, coño! Pero nada. Ni siquiera me hacen callar. joder con esta gente. Luego de algunos minutos, me rindo y me siento en el suelo, apoyado en la pared junto a la puerta. Joder, por qué le hacen pruebas. Cómo pueden ser tan gilipollas si son científicos, joder. Tengo tanta ira. Cubro mi cara con las manos, siento un nudo en la garganta. Aprieto los dientes, pero no puedo evitar que las lágrimas broten de mis ojos. Dios, como odio llorar, pero joder, Ayelén está muriendo tras esa puerta y no puedo hacer nada.

Siento que alguien se acerca. Me seco lo más que puedo las lágrimas, no quiero que piensen que soy débil. Me he propuesto mirarlos a todos con odio. Levanto la mirada y se acerca el hombre que nos guió, y tras él viene otro sujeto que, al igual que yo, desentona con el lugar. Su ropa es un desastre, tiene una barba muy descuidada y parece que no se ha bañado en días. Me pongo de pie. Soy más alto que ambos. Cuando ya están junto a mí, algo en el hombre me llama la atención. Sus ojos grises son idénticos a los de Ayelén.

- Este es el joven que dice que su hija está... - dice el hombre guía, pero el otro sujeto le da un empujón y se dirige directamente a mí. Me agarra de los hombros y me zarandea.

- ¿Es cierto? ¿Mi hija está aquí? - dice el hombre con los ojos desorbitados.

- Sí - le respondo - está infectada y sus malditos científicos no la quieren salvar.

El hombre me suelta, se mete la mano a un bolsillo y saca una tarjeta, la pasa por una especie de identificador y abre la puerta. Yo voy tras él. Ayelén está recostada en la camilla, pálida y con los ojos cerrados. Tiene la herida expuesta y totalmente limpia, aunque se ve peor que antes. A su alrededor, hay dos mujeres y un hombre con batas. Una de ellos está mirando por un microscópio, mientras la otra anota algo en un cuaderno. El hombre está abriendo unos tubos vacíos.

- ¡Out of here you fuckers! - grita el padre de Ayelén. Los científicos se sobresaltan.

- But mister Maynart we have... 

- ¡I said out!

Los científicos asienten y salen junto con el que nos guió. El padre de Ayelén se acerca a su hija y le acaricia el rostro con mano temblorosa.

- Vuelvo enseguida - susurra y sale rápidamente. ¿Qué cojones? Miro a Ayelén que respira pausadamente. Me acerco a ella y le tomo la mano. 

- He vuelto - le susurro, aunque dudo que pueda escucharme - ¿Ves? No te dejé sola, como lo prometí. 

Ayelén no se mueve. No hace nada, solo sigue respirando. Le acaricio el dorso de la mano. Hostia puta, como duele verte así. La puerta se abre y nuevamente entra el padre de Ayelén. Me aparta de un empujón. En la mesa que está junto a la camilla coloca un frasco pequeño de color café oscuro. Saca una jeringa sellada de uno de los cajones. La abre y la inserta en el frasco, sacando un líquido de color morado. Se acerca a Ayelén y le inyecta eso en el brazo. De inmediato vuelve a hacer la misma operación, pero esta vez le inserta la aguja en el centro de la herida. Coño, hasta a mí me da nervios. 

El padre de Ayelén le abre uno de los ojos, luego la boca. Finalmente le coloca dos dedos en el cuello, espera unos segundos y me mira.

- No hay nada más que podamos hacer - me dice. ¿Qué? ¿Ayelén morirá así sin más? Me siento palidecer, las fuerzas me abandonan, sinto como si el corazón me hubiese dejado de latir -  solo nos resta esperar.

- ¿Esperar qué? - pregunto angustiado

- Que el tratamiento funcione - me responde con tristeza. Joder, casi me da un puto ataque al corazón. Aún queda esperanza. El hombre se acerca a un teléfono en el cual no había reparado antes, marca unos números y dice algunas cosas en inglés. A los pocos segundos, vuelven los mismo científicos que estaban antes - Vámonos, chico. Dejemos a los doctores hacer su trabajo.

Yo asiento con la cabeza y salimos. Vuelven a cerrar la puerta. El padre de Ayelén sigue caminando y yo lo sigo. Pasamos el salón y llegamos a otro lado lleno de puertas idénticas. Avanza hasta una y la abre. Dentro, hay un escritorio y cientos  de frascos, papeles, cuadernos y libros esparcidos por todos lados.

- Siento el desorden. Entra, este es mi despacho - me dice.

Yo le obedezco. Él se sienta tras el escritorio y me señala una silla que está medio escondida tras todo el desastre. La cojo, la limpio con la mano y me siento. 

- Debes tener hambre. Le diré a alguien que nos traiga algo.

Saca algunos papeles del escritorio y coge un teléfono igual al que estaba en la sala de Ayelén. Pide comida en inglés y vuelve a cortar. Nos quedamos unos momentos en silencio.

- Gracias por traer a mi hija - dice sin mirarme.

- Es lo menos que podía hacer. Ella nos salvó muchas veces - respondo mirándolo a la cara.

- Yo había perdido la esperanza. Cuando supe que habían tirado el virus en Madrid, yo... yo... no pensé que sobreviviría - dijo con la voz quebrada.

- Ella nos ayudó a sobrevivir. Gracias a ella estamos aquí - le digo con dureza. Estoy molesto. A pesar de que le haya puesto la cura, es su culpa que Ayelén esté así. Que todo Madrid esté destruido.

- Si hubiesen llegado una hora después, no habría servido de nada lo que hice ahora. Gracias - repite mirándome a los ojos. No puedo dejar de fruncir el ceño.

- Disculpe que sea franco. Pero es su culpa lo que le pasa a su hija. Si no fuera por su maldito virus, nada de esto estaría pasando - le digo sin pensar. 

Él coloca una expresión de tristeza y suspira. Alguien toca la puerta y entra una mujer con una bandeja que deja sobre el escritorio y sale. Nos han traido unos cuantos sándwiches, un par de vasos y una botella con agua. Ninguno de los dos hace caso a la bandeja. Yo sigo mirando insistentemente al padre de Ayelén. 

- Supongo que quieres respuestas - me dice. Yo asiento con la cabeza - bueno, trajiste a mi hija. Es justo que te conteste lo que quieras saber.

Empuño las manos. Lo que quiero saber es por qué cojones está pasando todo esto.

Youtubers en Zombie Land [Finalizada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora