9 || Gellert Grindelwald

10.9K 1K 518
                                    








Gellert Grindelwald







Desperté a la mañana siguiente con un hambre de las mil pijas. No recuerdo ni siquiera haberme vestido para ir a desayunar. Fui casi corriendo al gran comedor para buscar comida y llevármela a mi cuarto porque todos me estaban viendo feo, y no me gustaban las vibras que habían ese día en Hogwarts. Llené un plato con tostadas, frutas y mi típico termo de café con intenciones de volver a encerrarme en mi cueva; pero cuando estaba de camino, casi se me cae todo de las manos al ver a un hombre alto y peliblanco sonreír en mi dirección cuando iba llegando a la puerta de la sala común.

Lo reconocería en cualquier lado, ya que tenía esos ojos de diferente color inolvidables y esa sonrisa característica suya que enmarcaba su nombre por todas partes. Su porte y su elegancia eran como la de un cisne, y todo eso en conjunto gritaba su presencia dondequiera que pisara.

Era Gellert Grindelwald.

Cuando me vio, sus ojos se achinaron por la sonrisa que se formó en sus labios, resaltando unas pequeñas arrugas alrededor de sus párpados. No pude evitar sonreír también. Cuando quedamos frente a frente, todavía no lo podía creer. Parecía un fantasía. Una alucinación. Tuve que hacer presión con mis manos para que no se cayera mi comida, asegurándome de que todo eso estuviera pasando. Esto está pasando.

— Hola, Addy — dijo, y yo casi me desmayo ahí mismito.

Madre de Dios.

— Hola — dije, lanzando una risa nerviosa. Si, seguía en shock.

— ¿No hay un abrazo para tu querido padre? — preguntó, extendiendo sus brazos hacia mi.

Miré sus brazos y luego lo miré a él. Por supuesto que quería abrazarlo. Pero no podía hacerlo. Primero porque tenía las manos ocupadas, y segundo, porque yo no abrazo.

Si se supone que en todas las realidades hay un clon de nosotros, entonces también había un clon mío allá antes de que yo logrará ir; por lo tanto tendría mi actitud y forma de pensar: por lo cuál, tampoco le debían gustar los abrazos.

Entonces no podía abrazarlo por mucho que quisiera. Mi intuición me dijo que no lo hiciera. Gellert no tenía ni un pelo de tonto, y a la mínima sospecha iba a tirar del hilo hasta encontrar el otro extremo, y no podía arriesgarme. No así. No con eso. No había nada más importante para mi en ese momento que mantener mi secreto bajo un perfecto candado que no iba a dejar que nadie abriera, a menos que yo lo quisiera.

— No, gracias, me conformo con verte así de lejitos — dije algo nerviosa —. No es como si pudiera abrazarte tampoco — alcé mis manos —. No quiero manchar tu chaqueta. Parece costosa.

— Es nueva — acarició el terciopelo —. ¿Te gusta?

Tiré la comisura de mis labios hacia abajo.

— Te la voy a robar — le avisé. Él se rió.

— Buena suerte — dijo risueño —. Me alegra mucho verte de nuevo, hija. Pero me parece que tendremos que saltarnos el afectivo encuentro familiar y hablar sobre esto — me mostró el papelito con mi nombre que había expulsado el cáliz. ¿Cómo consiguió eso? —. No puedo estar mucho aquí. Me exigieron cierto límite de tiempo cada vez que venga a verte, entonces prefiero acelerar esta charla para pasar más tiempo contigo hoy.

Sonreí un poco forzadamente.

— Por supuesto — respondí —. Pero aquí no, vamos a mi cuarto. No nos escucharan y puedo comer a la vez. Estoy muriendo — exageré.

El río asintiendo y abrió la puerta de la sala común para mi. Le agradecí, y juntos caminamos hacia mi habitación. Yo me senté sobre la cama y él cerró la puerta con seguro, pero igual me pidió que conjurara un hechizo silenciador para asegurarse de que no nos escucharan a hurtadillas.

Stupid Whore #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora