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Kat es quien me recibe cada vez que llego a su casa.

Abre la puerta con entusiasmo y me abraza por más de cinco minutos, después me besa tantas veces que tengo que tomarme un momento para ver a su abuelo por temor a tener los labios hinchados.

Durante la semana la llamo todos los días. Escucha mi parloteo incesante sobre lo que sea que me haya pasado en el día y cuando tengo algún problema, me ayuda. Le cuento sobre el trabajo, sobre Chris y sobre las clases. Kat me pide que le mande saludos a todos y que les diga cuánto los echa de menos.

Estando en su casa la veo a momentos, aunque la mayoría del tiempo lo paso con su abuelo. Las semanas que llevo trabajando con él han sido demoledoramente impresionantes, al punto en que he tenido que ir a la óptica para conseguirme unos lentes para leer.

Cuando no estoy en la biblioteca o en el despacho de Theodore, estoy cazando a Kat en algún lugar de la casa. Intento ser respetuoso –ya saben, todo el asunto de no hacerlo en ningún lugar prohibido- pero Kat es Kat y yo no soy tan fuerte. Una vez la tenía contra un armario de la cocina y escuchamos sus pasos lentos llegar a la sala más cercana. Kat me miró con terror por un eterno segundo, pero luego se aferró con más fuerzas a mis hombros y afirmó sus piernas alrededor de mis caderas.

―No pares―me pidió.

Y yo no lo hice. Aun tengo la marca en mi hombro donde mordió para no hacer ruido al venirse.

También me escabullo en su habitación, que para suerte de ambos, está al otro lado de la de su abuelo. Todavía recuerdo la primera vez que vinimos y me dijo que no podíamos dormir en la misma alcoba, y eso que en aquel entonces todo lo que hacíamos era dormir. Ahora, cuando abro con delicadeza la puerta de su dormitorio, ella siempre me está esperando.

Le hago el amor como si no la hubiera visto en cien años, y después de eso me dedico a provocarle escalofríos hasta que se viene otra vez. Exploro cada curvatura de su cuerpo para familiarizarme con todo, justo como ella lo hace conmigo.

Son noches que parecen infinitas, en las que Kat y yo nos amamos una y otra vez.

Hay veces es la que es tímida y quiere que yo me encargue de todo, y otras veces está desinhibida y me pide abiertamente que la folle hasta que caiga rendida. En ocasiones se mueve con facilidad, llevada por la curiosidad y el deseo, así como hay noches en la que los dos queremos que ella haga uso de toda su autoridad y no me permite alcanzar el clímax hasta que lo quiere, hasta hacerme suplicar.

Hay veces en las que aprieto con demasiada fuerza sus caderas, sus muñecas o su cuello. La primera vez me asusté la mañana siguiente cuando encontré huellas de mis dedos marcados en su piel y quise suplicarle que me perdonara, pero Kat se tomó todo el tiempo del mundo para asegurarme de que eso le gusta.

Pareciera que estamos recuperando todo el tiempo perdido. No me puedo quejar.

Sus avances son impresionantes. Se mueve con mucha más facilidad, no se cansa tan rápido y solo necesita un bastón para ayudarse con el equilibrio. Pronto también dejará de usarlo y podrá dejar atrás cualquier rastro de inmovilización.

Lo logró, lo hizo.

Estoy tan orgulloso de ella.

―Les traje té y galletas―dijo una tarde que irrumpió en el despacho de su abuelo, apoyándose en el empuje de un carrito con bandejas plateadas―. Espero que no les importe.

Comenzó a servirnos a los dos. Yo hice ademán de levantarme de mi pequeño escritorio para ayudarla, pero ella me hizo señas de que podía sola. Parte de su recuperación es hacerse más fuerte en las pequeñas tareas diarias, como subir las infinitas escaleras hasta el piso de su recamara.

Compass, Vol. 2 [HS]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora