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Ella ya está ahí cuando yo llego.

En realidad, llevo quince minutos viéndola desde el otro lado de la calle, sin atreverme a entrar.

Quizás debería huir.

Maldición, ¿por qué tuve que llamarla?

Me sudan las manos y la nuca pero el día está lluvioso y no puedo quitarme el abrigo hasta estar adentro. Tengo que entrar.

Maldición, Harry, no seas gallina.

Creo que deberías tomar la decisión de la que te arrepientas menos.

Sea lo que sea, lo resolverás.

Es tu momento de escoger qué hacer.

Vale. Sí puedo. Puedo con esto.

No, no puedo. Pero igual lo voy a hacer.

Cruzo la calle y entro al local haciendo sonar una campanilla en la puerta. Ella está sentada en un cubículo junto a la ventana y su vista está fija en el menú. Su cabello castaño es largo, y cae desde una coleta alta hasta debajo de sus hombros. Se le ve tranquila, aunque tiene un semblante de preocupación que reposa en su frente. ¿Es por mí?

Va usando un suéter blanco y puedo ver sus pies cruzados debajo de la mesa, está usando converse negras. Pienso que no se ve como una mamá, pero entonces, ¿cómo demonios se ve una mamá? Mi único punto de comparación es Martha, que se viste todos los días con camisones y suéteres de colores remalgados a los codos.

Siempre he pensado en las madres como una versión de la madre de Ron Wesley en Harry Potter, yo qué sé.

Sacudo la cabeza y camino hasta donde está. Solo cuando estoy tomando asiento frente a ella es que se da cuenta de que he llegado. Abre mucho los ojos y baja el menú de sus manos.

—Eh, hola.

—Vaya, Harry, te has cortado el cabello.

—Oh, sí—me paso la mano por la frente y lo sacudo un poco.

—Te queda muy bien.

Esto fue una terrible idea.

—¿Quieres ordenar algo?

Niego.

—Bueno—aparta el menú y lo deja a un lado. Por un par de minutos ninguno de los dos dice nada, pero si espera que sea el primero en hablar está muy equivocada. ¿Qué se supone que le digas la mujer que presuntamente te trajo al mundo y luego te abandonó durante veinticuatro años?

De hecho, sí se me ocurre algo que decirle, así que rompo el silencio:

—¿Cómo supiste que era yo?

—Cuando me dijeron que eras estudiante de Westmour entré en la base de datos de la biblioteca y vi tu foto del carnet—explica.

Uhm.

—Eso es...un tanto aterrador.

La hago sonreír. ¿Mi sonrisa se parece a la suya?

—Eres difícil de encontrar, no estás en ninguna red social.

Me pregunto si habrá pasado tiempo intentando rastrearme en el internet. De haber conocido su nombre, ¿habría yo hecho lo mismo?

—¿Cómo sé yo que estás diciendo la verdad? ¿Respecto a que eres...?

—Aquí, mira—rebusca en su bolso hasta que da con una foto enmarcada con bordes grises. Me la tiende—. Somos nosotros dos.

La foto es vieja y no de tan muy buena calidad, pero se distingue todo bastante bien. En ella hay una joven sentada en una cama de hospital, vestida con una simple bata, sosteniendo un diminuto bebé en sus brazos envuelto en una manta amarilla.

Compass, Vol. 2 [HS]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora