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Las cosas en casa de los Brown marchan muy bien, igual que mi rutina con Kat. Los chicos y yo nos encontramos de vez en cuando en el campus o vamos por unas cervezas después de clases. Después de que me quedara varado en medio del bosque con Kat aquella noche, Matt y yo nos pusimos de lleno a revisar qué tan jodido estaba mi coche. 

Y la verdad es que está muy, muy jodido. Arreglarlo por completo me va costar una buena pasta que no tengo y ni tendré muy pronto, pero entre viejos repuestos del coche de Jack y las piezas de segunda mano que pude comprar, logro hacer que se vuelva a poner en marcha. Ni Matt y yo creemos que vaya a aguantar mucho, pero cruzo mis dedos cada vez que me arriesgo a salir conduciéndolo.

El domingo siguiente a mi certificación del programa de control de ira me presento de nuevo en las instalaciones donde tienen a Chris.

Para impedir que vuelva a rechazarme como el hijo de puta que es, cuando lleno la forma de visitante doy los datos de Grason. Así, cuando la enfermera/cuidadora/psicóloga/loquesea le anuncie que alguien ha venido a verle, Chris no sabrá a primeras que se trata de mí.

Espero unos cuantos minutos en la sala de visitas y para ignorar el repiqueteo desbocado de mis latidos paseo la mirada por el lugar. La verdad es que es bastante bonito. Todas las paredes internas al recinto son transparentes, como en una pecera, dándole una idea de espacio abierto y espacioso.

Sabiendo que este es un sitio para chicos en riesgo, no me esperaba que luciera tan...tranquilo. Gracias a las paredes de vidrio puedo ver distintas salas a parte de la que estoy, donde los chicos leen, pintan o simplemente hablan entre ellos o con gente del personal.

Hay carteles pegados por aquí y allá, casi todos con frases motivacionales y ese tipo de mierdas. Según el folleto que me dieron en la recepción la primera vez que vine, con el mapa del edificio, en los pisos de arriba están las habitaciones y en el sótano hay un gimnasio. Tengo entendido que también hay toda una ruta ciclista que rodea el edificio, para que los chicos tengan tiempo al aire libre.

En su mayoría, todos los chicos parecen cumplir los mismos rasgos. Deben de tener entre catorce y dieciocho años, visten ropa deportiva que parecen mas bien pijamas y se mueven por todos lados con aire sereno. Algunos se ven mas trastornados que otros, ojerosos y delgaduchos. Un chico que camina al otro lado de mi pared se muerde compulsivamente las uñas, o hace el intento, porque lleva calados unos guantes negros que de seguro le obligan a usar para que no se haga daño. Imagino lo que cada uno tuvo que haber vivido para terminar aquí, y me pesan un poco los hombros.

Y luego llega Chris.  

Su semblante se descompone cuando sus ojos me alcanzan. Y sus pasos vacilan, y creo que va a regresarse y me preparo para detenerlo, pero termina por meter sus manos dentro de los bolsillos de su gran sudadera azul y retoma el paso hasta la mí.

Estoy sentado en una especie de mesa para picnic y él toma asiento justo al frente. No dice absolutamente nada, pero me mira de una manera que más me valdría estar muerto.

En la sala hay otras personas, a una distancia razonable de nosotros, y todos parecen estar sumergidos en las más amenas conversaciones. Durante al menos cinco minutos el silencio reina entre nosotros dos, sintiéndose tan frío como el sudor de mi espalda.

Me debato qué decir, al fin y al cabo, he sido yo quien ha venido a verlo. Pero tengo la mente tan en blanco que me da miedo estar sufriendo una aneurisma o un maldito derrame cerebral.

Chris dice―: Tú, maldito hijo de puta.

―Bueno, vaya forma de romper el hielo.

―¿Qué carajos estás haciendo aquí? ―me cuestiona con desprecio y rabia.

Compass, Vol. 2 [HS]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora