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Pensar en mi madre era algo que aprendí a hacer a puerta cerrada. Solo me lo permitía de vez en cuando, y de niño me sentía culpable por ello. Imaginaba cientos de posibles escenarios en mi cabeza donde ella venía rescatarme y me llevaba lejos de todas las sucias manos que querían alcanzarme. Intentaba encontrar una razón favorable que explicara su desaparición en mi vida. Cuando aun no separaba la fantasía y la realidad solía imaginar que un dragón malvado la había secuestrado y encerrado en una torre, lejos de mi. Me rehusaba a creer que simplemente se había marchado, dejándome atrás. 

Pero eso fue exactamente lo que hizo, ¿no es verdad?

No se lo he contado a nadie y creo que la razón principal es que me da vergüenza.

¿De qué? No estoy muy seguro, pero el solo pensamiento de decírselo a alguno de mis amigos -esos que estoy evadiendo a toda costa- me hace querer vomitar.

La única persona que sabe lo que está pasando es el Dr. Waters.

—Necesito que me diga qué hacer—le pedí después de contárselo todo. Estuve caminando en círculos dentro de su consultorio como un maldito desquiciado.

—No puedo hacer eso, Harry.

—¿Cómo que no? Es mi maldito terapeuta ¿Qué se supone que estamos haciendo aquí entonces?

—mi trabajo es ayudarte a encontrar formas sanas de lidiar con tus problemas, no decirte qué hacer.

—Pues su trabajo es una mierda—acusé molesto, pero seguí hablando hasta que mi tiempo se agotó.

Paso los días yendo de casa al gimnasio y del gimnasio al campus. Voy del pensamiento psicótico compulsivo al vacío extremo, al punto en que creo estar volviéndome loco en serio. Si estuviera solo molesto, sería todo más fácil. Si solamente sintiera tristeza sabría qué hacer. Si me sintiera desentendido no estaría actuando como lo hago. Ojalá sintiera una sola cosa, pero la verdad es que soy un collage de emociones perturbadoras que me tienen mareado por dentro.

Intentar dejar de pensar en eso no funciona y reconozco que debo hacer algo. Tan solo no sé qué.

Mi primer instinto es la autodestrucción, emborracharme como aquel primer día y perderme de la vista de todos hasta que se olvidaran de mi. Me cuesta reprimir a la voz que grita: eres tan insignificante que ni le importaste a tu mamá. Deja de intentarlo.

Pero se supone que estoy pagando un terapeuta dos veces a la semana para resolver las cosas de una forma que no involucre a mi puesto hasta la cuba en un cuartucho de motel.

Después de sufrir un ataque de pánico en el baño de la casa de los Brown el sábado por la tarde, la señora Brown estuvo esperando en la puerta hasta que pude salir.

—Mi muchacho, tienes que dejarlo ir—me abrazó con ternura—. Y también tienes que cortarte el cabello, pareces vago.

Esa noche decidí que quiero resolverlo sin destruirlo todo a mi paso, así que evito llamar a Kat por otro par de semanas.

Becca me dice que está bien, pero sigue donde su abuelo. La semana de finales está cada vez más cerca y no sé cómo todas estas inasistencias van a afectarle.

El siguiente que se entera es Chris, solo porque es la única otra persona que puede entender cómo me estoy sintiendo. Se lo digo en una de las visitas del domingo, sentados en un banco del patio mientras él trabaja en uno de esos cubos rubik.

—Eso está de locos—dice una vez he acabado—. ¿Qué piensas hacer?

—¿Qué harías tú?

Toma una bocanada de aire y deja el cubo a un lado—. Hombre, no tengo idea...digo, conocer a mi mamá nunca ha sido una opción para mí—su madre murió en trabajo de parto—, pero todo el tiempo pienso en ella. Me habría gustado conocerla.

Todas las pocas cosas que sabe sobre ella se las conté yo, pero era demasiado pequeño como para recordar gran cosa. Ni siquiera tenemos idea dónde fue enterrada.

—¿Crees que deba llamarla? —pregunto.

—Creo que deberías tomar la decisión de la que te arrepientas menos.

Lo pienso por un largo rato y le observo continuar de armar los colores de un mismo lado sin arruinar los otros. Está concentrado en resolverlo sin equivocarse y por primera vez en veintiún días me descubro sonriendo.

—¿Cuándo te volviste tan sabio?

Se encoge de hombros, pero sonríe—.Algunos cambios son buenos.

Me siento un poquito más ligero. Desde aquel día me he sentido pesado, turbio e increíblemente vulnerable, a tal punto que me he aislado de todos porque no me sentía con la capacidad de lidiar con nada más que conmigo mismo. Sin embargo, esa noche que cuando regreso a casa, me siento en el sillón con los Brown.

—Harry, si no te cortas ese maldito cabello de una vez por todas juro que voy a cortártelo yo misma mientras duermes—la señora Brown me amenaza con la paleta de madera que siempre tiene en la mano, aunque no cocine nunca.

No tengo idea de quién es Sylvia, pero Martha...soy afortunado de tenerla conmigo.

Así que después de la cena Roxanne se encarga de ello. Corta mis rizos y le da forma al corte con la máquina de afeitar de Matt. Dejo que lo haga todo: lavar, enjuagar, cortar y secar. Matt se queda en la puerta del baño haciendo comentarios estúpidos hasta que Roxanne termina cerrándole la puerta en la cara y sigue trabajando.

—Muy bien, estás listo—dice en lo que apaga el secador y me deja girar para verme en el espejo.

Mierda.

—Me veo extraño—tenía mucho tiempo sin tener el cabello así de corto.

—Te ves sexy—asegura—, como un hombre que se baña todos los días.

Frunzo el ceño—. ¿Antes no parecía que me bañaba todos los días?

—Lo importante es que ahora sí lo parece—se burla, pero después hace algo muy impropio de ella: coloca sus manos en mis brazos y afinca su cabeza en mi hombro. Los dos admiramos nuestro fraternal reflejo en el espejo. Después, con el tono de voz suave que usa para arrullar a Max, me dice—: sea lo que sea, lo resolverás.

Antes de dormir cojo el teléfono y la tarjeta que me dio Grason. Está arrugada y casi no se puede leer, pero aun así diviso los números. Perdí la cuenta de las veces que la arrojé a la basura y volví a rescatarla, pero ya no más.

Me tiemblan las manos y toma todo de mí no retractarme cada dos segundos.

Contesta al segundo tono:

¿Hola?

—Soy Harry. Mañana al mediodía en el café. Diremos todo lo que necesitemos decir y acabemos con esto de una vez.

Cuelgo y prácticamente me desplomo sobre la cama de Matt. Tengo que sostenerme la cabeza con las dos manos entre las rodillas y respirar una dos tres veces.

Creo que deberías tomar la decisión de la que te arrepientas menos.

Estoy temblando, pero puedo con esto.

Estoy harto de huir.

Compass, Vol. 2 [HS]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora