20

2.1K 166 53
                                    

Yo creía que eso del psicólogo iba a ser difícil. Pues bien, estaba equivocado. Resulta que en realidad es jodida y aterradoramente difícil.

Llegar cinco minutos antes. Esperar en la recepción. Sufrir de psicosis mientras pienso que todos se ríen de mí (aunque no lo hacen, Kat me lo repite un millón de veces). Ser llamado. Entrar a la sala. Sentarme en el diván. Intentar controlar el incesante rebote de la rodilla. Escuchar la voz metódica del Dr. Waters diciéndome que no pasa nada si estoy nervioso.

Respirar una vez y dejarlo todo salir.

Me sorprendo hablando de cosas que guardé tan profundo dentro de mí que había olvidado, pero que regresan tan nítidas que por momentos me olvido que me encuentro en una sala segura.

La primera vez que recuerdo que Robert me golpeó, a los cuatro. Las quemaduras que me hacía en los pies con la colilla de los cigarrillos hasta que aprendí a atarme yo mismo las agujetas. La vez que me estrelló la cara contra la barra de la cocina porque me rehusé a aspirar el polvo blanco esparcido cuando tenía trece. La vez que descubrió veinte dólares que escondía en mi almohada porque los necesitaba para un viaje escolar y cómo vi gastárselo en una noche fallida de póker. Golpes, amenazas, insultos. No comer nada por días. Terror, puro y duro.

—¿Crees que pude haberlo evitado? —pregunté en una sesión, con la mirada perdida en la vista tras la ventana.

—El miedo es el peor paralizante que existe.

—Era más fuerte que él, que ellas. Sé que...si tan solo...yo pude...

—la fuerza física no tiene nada que ver con eso, sobretodo cuando has sido expuesto a tal cantidad de abuso desde pequeño. No pudiste evitarlo porque tu instinto de supervivencia estaba paralizado. Pero el no poderte defender no te hace débil—dijo con determinada paciencia—. No te fallaste a ti mismo, Harry, y para avanzar tienes que reconocerlo.

La primera vez sentí que hablé tanto que en cuanto llegué a casa subí directo a la habitación y dormí once horas seguidas.

Ahora tengo las emociones completamente descontroladas. La caja de pandora se ha abierto en mi pecho. Lloro como un maldito desquiciado, aunque solo en la sesión del día o en mi cama cuando voy a dormir. No dejo que nadie más el Dr. Waters me vea, si bien todo el mundo puede ver mis ojos rojos e hinchados a cualquier hora del día. El psicólogo lo llama efecto colateral de trauma reprimido (en tu caso hablamos de múltiples traumas reprimidos, dijo, así que mejor ten un pañuelo a la mano), debería poder ir controlándolo con el tiempo.

Me siento igual que un perrito abandonado en un refugio que acaba de ser rescatado, sobre todo cuando Matt me dice:

—Eres igual que un perrito abandonado en un refugio que acaba de ser rescatado.

Kat, por otro lado, también lo está llevando bien. La veo para almorzar juntos algunas veces por semana, pero casi siempre hablamos por videollamada cada noche. Esta mañana, sin embargo, me escribió muy temprano para pedirme que la llevara a su terapia de hoy debido a que Becca olvidó las llaves de su coche en el apartamento de Georgia. Después de robarle el auto a Matt, fui por ella.

—Hoy estás de buen humor—le digo, echándole un vistazo de reojo. Tararea una canción que suena suavemente en la radio.

—Es un bonito día—tiene una sonrisa especial bailando en los labios, pero no dice nada más.

Alzo una ceja—¿Qué te pasa?

—Nada—se ríe.

—No te creo. Estás rara.

—Tú siempre estás raro y yo nunca te digo nada.

Esta vez me río yo—. Calla, pesada.

Cuando llegamos ocupo mi lugar recurrente, en una silla junto a la puerta. Antes de que ella entre le beso los nudillos y la dejo marchar.

Me ocupo en hacer unos deberes atrasados, adelantar algunas lecturas y jugar un estúpido juego que Matt descargó en mi teléfono. También contemplo a las personas que van y vienen, enfermeras, pacientes, acompañantes que esperan como yo. Esto de la psicoterapia me he vuelto mucho más empático y estoy a punto de echarme a llorar cuando veo a niño de unos once años pasar en una silla automática.

—¿Harry Styles? —una mujer vestida de camisa y mono azul sale de la habitación en que está Kat y me mira esperando que confirme. Me levanto de golpe, temiendo que algo haya pasado.

—Soy yo. ¿Algo anda mal?

—Ven conmigo—me hace señas con la cabeza y vuelve a entrar.

Cuando la sigo, juro que mi corazón se detiene durante un completo instante y me quedo en silencio por dentro.

Kat está entre dos barras como de ballet, largas y al nivel de su cadera. Sus manos se aferran a ellas y se nota, por el ligero temblor de sus brazos, que se está sosteniendo con fuerza para mantener el equilibrio.

Porque Kat está de pie frente a mí.

—Muy bien—le apremia la doctora—, adelante.

Mi respiración se queda atascada en mi garganta y me veo incapaz de decir nada mientras Kat mueve un pie y después el otro.

Caminando hacia el frente. Caminando hacia mí. Caminando.

Sus ojos están en el piso, mis ojos están sobre ella. ¿Le duele? Creo que sí, pero sigue moviéndose. Un paso pesado, tembloroso y torpe, pero para mí es como verla bailar. No me doy cuenta de que estoy llorando hasta que alza la cabeza para verme y noto sus propias lágrimas.

—Nena—respiro y voy hasta ella.

Mis brazos están a su alrededor en un segundo. Abrazarla completamente como hace tanto no lo hacía revoluciona todo dentro de mí y me aferro al sentimiento como me aferro a su cintura. Sus brazos están en mis hombros, apoyándose esta vez en mí. Está de pie. Está abrazándome.

—Necesito sentarme—pide entre risas de emoción—, como, justo ahora.

Yo también me río y la ayudo a tomar asiento. Vuelvo a estar consciente de las personas a nuestro alrededor que nos miran con grandes sonrisas. Me importa un carajo estar montando una escenita, me arrodillo frente a ella y tomo sus dos manos entre las mías.

—Te amo—me inclino y beso su frente—. Eres impresionante.

—creo que voy a morir—responde evidentemente cansada.

—Solo necesitas descansar—interviene la fisioterapeuta—, y seguir intentándolo. Antes de que te des cuenta vas a estar bailando con este joven enamorado.

Kat inclina una sola ceja, inquisitiva—. ¿Me invitarás a bailar?

Yo sonrío—. Puedes apostarlo.

—Creo que podemos dejarlo así por hoy—vuelve a hablar la doctora—,Kathy, Ahora la siguiente fase de tu recuperación corresponde a las terapias en el agua, pero seguiremos viéndonos aquí cada dos días.

Nos explica que ahora las terapias se completarán con rutinas acuáticas que la ayudarán a agilizar su recuperación. Tendrán lugar en una de las piscinas que hay en Westmour y contará con supervisión médica no solo de la fisioterapeuta, sino también de un estudiante de medicina del último año.

—¿Estoy siendo utilizada como proyecto escolar?

La doctora se ríe—. Tenemos un convenio con la universidad. Muchos de los residentes de Westmour College son asignados a nuestro centro médico.

A partir de ahora todo es trabajo duro y recuperación, pero la certeza de que va a mejorar es inminente. Ha caminado, va a caminar. Por fin me siento seguro de que va a estar bien.

—Vamos por helado—me dice cuando estamos saliendo de la clínica. Me guiña un ojo antes de colocarse mis lentes de sol—. Invito yo. 

Compass, Vol. 2 [HS]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora