7

2.5K 173 48
                                    

Robert acciona la pistola y la bala está a punto de alcanzarle.

Y luego despierto.

Con el corazón galopando en mi pecho me enderezo en la cama de golpe. Aparto las sábanas de encima porque siento la tela como una mortaja que quiere cubrirme hasta el punto de sofocarme. Estaba justo en frente a ella, perfectamente recreado. El arma apuntaba a su cabeza y él la accionó, pero sólo el ruido alcanzó a llegarle.

Las pesadillas no me dejan olvidarlo.

Me paso las manos por el rostro y me limpio el sudor frío que me recorre. Siento la camisa igualmente de empapada y me la saco de un tirón. En la oscuridad de la habitación sólo puedo asegurar que no estoy solo por los ronquidos ahogados que se escuchan desde la cama de abajo.

Desearía poder dormir como una persona normal.

Suspiro frustrado y me vuelvo a dejar caer sobre la cama. Hace noches que no tenía una pesadilla. Creo que tiene que ver con el hecho de que no he dormido demasiado y cuando por fin lo consigo estoy tan agotado que prácticamente caigo desmayado, pero en mí empezaba a crecer una pequeñita esperanza de que se habrían ido.

Sin embargo, están aquí, y ahora no solo se trata de ellas. Robert disparándome. Chris disparándole a Kat. Robert disparándole a Kat. Chris disparándome.

O yo disparándole a cualquiera de los tres.

No grito ni me muevo bruscamente, al menos, no lo creo. Despierto paralizado del terror y me toma todo de mi conseguir traerme de vuelta a la realidad. Las personas dicen que los buenos sueños se olvidan rápido. Las pesadillas, por otro lado, son una historia diferente.

Kat tiene la costumbre de tener un dulce a la mano. Su espíritu feliz y alma tranquila son capaces de apaciguarse de un mal sueño con un abrazo y un caramelo, y cómo la envidio por eso. Una vez intenté seguir sus consejos, guardando una barra de chocolate bajo la almohada. Pronto descubrí que no era el dulce, sino el hecho de que ella me tendiera la chocolatina lo que realmente me confortaba.

Odio las malditas pesadillas, odio las malditas armas y odio profundamente estar solo en este momento.

Tanteo debajo de mi almohada hasta que doy con mi móvil y lo enciendo sin prestarle mucha atención a la luz escandalosa que me golpea los ojos. Son apenas las tres de la mañana.

Medito enviarle un texto a Kat pero pienso que lo mejor es dejarla dormir. Estos días ella está tan cansada como yo y sería una desconsideración de mi parte si la despertara cada vez que me asalta una pesadilla, como si fuera un puto bebé.

Kat y yo siempre hemos tenido la costumbre de mensajearnos durante el día, incluso si es sólo para avisarnos que estamos ocupados y no podemos hablar.Nunca me vino eso de ser controlador con las demás personas, mucho menos con mi chica. He conocido a más de un hijo de puta a los que les gusta tratar a sus novias como una maldita propiedad y siempre me ha parecido un tontada, pero ahora temo que Kat empiece a creer que puedo estar convirtiéndome en uno controlador hijo de puta.

Dios sabe que intento luchar contra los nervios que de repente me atacan, pero ahora y con cada vez más frecuencia me encuentro cediendo ante la ansiedad descomunal que me atosiga.

Y es que, en un mal día, soy capaz de enviarle hasta treinta mensajes con la misma pregunta:

¿estás bien?

No se cómo explicarlo, empieza de la nada y ocurre en cualquier parte. Puedo estar en el supermercado con la mamá de Matt y de repente el pecho se me contrae y las manos me hormiguean. Puedo estar en medio de una clase y gradualmente siento como mi mente se llena de imágenes horribles sobre posibles escenarios desastrosos en los que ella es lastimada de algún modo y solo así, la preocupación me golpea con la magnitud de una bola de hierro. A veces estoy junto a ella y aun así temo que algo le esté pasando.

Compass, Vol. 2 [HS]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora