10. ALFA

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Louis se sentó en el cómodo sofá del salón sin evitar un suspiro. Notó el típico cosquilleo satisfactorio cuando consigues relajar después de un largo día todos los músculos de tu cuerpo. 

Mathias no se quedó atrás, pues imitó exactamente todo lo que había hecho Louis, sentándose a su lado mientras devoraba la cena que le había preparado Betty. 

Los dos se hundieron bajo el único sonido que emitía el programa de cocina que estaban viendo. Los demás estaban en la cocina o en sus respectivas habitaciones, disfrutando ya de lo que sería una buena noche de sueño. 

—¿Louis?— Preguntó Mathias, llamando su atención.

El omega giró la cabeza hacia él. El mando de la televisión estaba apoyado en su cuerpo y toda su atención ahora se encontraba en lo que le quería decir.

—¿Qué? 

—¿A tí te gustan los alfas?

Louis se quedó en silencio. Admiró la tranquilidad con la que Mathias había soltado la pregunta y con la que esperaba su respuesta. Su corazón se aceleró un poco y su mente casi colapsó sin respuesta alguna. 

Aún recordaba la vez que sus hermanas le habían preguntado eso por primera vez. Todas sentadas en el suelo de su casa en Lincoln, ahogando a Louis con preguntas nada más se enteraron de que él era omega. Y, venga ya, ¿Acaso era extraño que le gustaran los alfas hombres y se lo dijera a sus padres? Él nunca tuvo que plantearse si estar con una persona del mismo sexo estaba bien o no, ¿Por qué tenían que hacerlo sus padres? Tenían mil amistades que vivían enamoradas de eso, que lucían sin ningún tipo de vergüenza las marcas en sus cuellos y que agarraban de la mano a sus parejas con orgullo. ¿Él no podía hacer eso? 

Cuando su padre se enteró simplemente se quedó callado. Vivió de la mentira alrededor de dos meses y cuando el segundo celo de Louis llegó, decidió hacer cosas que marcarían para siempre a su hijo. De hecho, Louis aún recuerda los síntomas de ese celo; el subir a su habitación y acurrucarse contra las mantas sin ganas de ver a nadie, escuchar el rechinar de las escaleras con el sobrepeso de los amigos de su padre y fruncir el ceño sin entender nada. Recuerda oler aromas lejanos y poco conocidos para su mente, recuerda sentir lo que le invadió cuando aquella puerta de madera se abrió y su padre lo miró a los ojos como nunca hacía y lo peor; recuerda la sonrisa de su padre mientras dejaba pasar al primer alfa que consiguió tocarlo. 

Su mente repetía cada noche como lo tocó; la forma enferma en la que sus manos rotas por el trabajo recorrieron su cuerpo entero aún cuando él se removía inquieto, los golpes que no pudo esquivar cuando se liberó de su pantalón y la manera en la que gimió cuando consiguió desnudarlo. Porque sí, ese hombre no solo se llevó la virginidad de Louis, también se llevó su inocencia, su bondad y su estabilidad. 

Convirtió su presente en la peor tortura que alguien puede vivir. Ni toda el agua del mundo podía limpiar de su cuerpo la vergüenza que eso le ocasionó, el asco hacia sí mismo y los hematomas que había provocado en su mente. Su padre, ese ser tan despreciable que había conseguido hacer de él una simple mota de polvo, solamente lo volvió a mirar, sin esquivar las lágrimas que desprendían los ardientes ojos de Louis, se acercó a él y lo agarró de la mandíbula mirando fijamente sus ojos. 

Louis aún recuerda esos diez segundos en los que el silencio reinó en Lincoln para él, la forma brusca en que lo soltó después y la manera en la que abandonó la habitación pidiéndole sin paciencia que se quitara el olor del otro alfa, pues al siguiente no le gustaría compartir. 

Y aún ahí, en Doncaster a 51 kilómetros de distancia, esas imágenes lo perseguían sin piedad, esas frases que quiso no volver a repetir y esa pregunta; esa maldita pregunta que sí tenía respuesta, pero también una explicación para ser evadida. 

Eclipse || LarryDonde viven las historias. Descúbrelo ahora