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Entré a una de las habitaciones que se le asignaba a mis víctimas, estas se quedaban allí mientras rastreábamos a nuestras presas o hackeábamos sus cuentas bancarias; me sorprendió lo arreglada que estaba la habitación, lo cual me pareció curioso, porque no iba a quedar nada de lo que estaba allí.
La chica ya hacía en la cama, su mirada estaba fija en mí temiendo que le pudiera hacer algo.
Sonreí.
—Así que Mía, ¿no? estaba muy emocionado por conocerte—hablé con ironía en mi voz, la chica estaba inmóvil, con sus manos en su pecho, sólo tenía una camisa blanca y quizá sin nada abajo, bajé mi mirada.
—¿Dónde estoy?—su voz tembló, estremeciéndome a mí.
—En Canadá, preciosa—jadeó y solté una carcajada—Esta es tu nueva casa.
—No, no, no, esto no puede estar pasándome ¡¿por qué no le hice caso?!, maldita sea—balbuceó en un idioma diferente, en español confirmé. Se removió nerviosa en la cama con sus manos en su rostro.
—Hey, hey—me acerqué a ella y me senté en la cama, toqué sus muslos descubiertos queriendo ir más allá, pero mi toqué la asustó y alejó mi mano de su muslo—No entendí nada de lo que dijiste, pero tienes que saber que estarás aquí a salvo si cumples todas las reglas.
—Mis amigas, ¿dónde están?
—En alguna parte del mundo—respondí aburrido, su camisa se alzó un poco decepcionándome al notar su ropa interior negra, la idea de quitársela fue de inmediata, pero despareció al percatarse lo que estaba viendo.
—¡Imbécil!—me empujó haciendo que cayera de la cama—¡Alejate de mí!—me levanté del suelo mirandola con total enfado.
—Escúchame pequeña zorra—me acerqué lo suficiente para tomarla de cuello y acercarla a mí rostro—En esta puta casa se hace lo que yo quiera. Si yo quiero que te follen 50 hombres para complacerme, créeme que lo haré. Ahora que estás bajo mi mando harás todo lo que yo digo, ¿entendido?
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