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—Ven aquí—la vi salir con las manos detrás de la espalda con la lencería puesta y mi reflejo fue pedirle que se acercara, porque si no terminaría haciendo algo de lo que me arrepentiré después.
Mía se acercó a mí y la obligué a que se sentara en mi regazo, tomé su espalda baja y la acerqué más a mí, ella soltó un pequeño gemido que casi me vuelve loco, metafóricamente.
—¿Ves lo excitante que te ves cuando haces caso?—hablé en su oído, sintiéndola estremecer junto a mí.
—¿Tengo... que usar esto... siempre?—murmuró.
—Siempre, preciosa. Me encantaría verte así por toda la mansión—me froté contra ella, noté lo incómoda que estaba pero no le di importancia—Que me obedezcas a todo lo que digo, princesa, eso sería el cielo.
—N-No...me verán, no lo haré—hizo el intento de levantarse de mis piernas pero la retuve, observándola con total enfado.
—Lo harás, te obligaré y tienes que obedecerme—hablé con voz dura, agarrando con fuerza la parte baja de su espalda, escuchándola gemir de dolor, sonreí de lado—En unos días tendré que viajar a Suecia por trabajo, y tú vienes conmigo.
—¿Yo?—sus ojos castaños me observaron confundida, alcé una ceja.
—Sí, tú. Eres mi secretaria personal, y tienes que ir conmigo a cualquier parte donde yo vaya.
—Con...—señaló su ropa y yo carcajeé.
—No soy tan malo para que te dejen ver con eso puesto—me acerqué a su oído—Soy malo para otras cosas.
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