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Me acerqué a uno de mis hombres y le quité su pistola, revisando si estuviera cargada. Apuntando directamente a la cabeza del viejo.
—Mejor aún, lo haré yo mismo.
—Si me matas no conseguirás el poder que quieres—Joe me miró asustando, sus ojos desesperados buscaban ayuda en cualquier parte, no podía escapar de esta.
—No necesito tu dinero para tener poder—respondí—Así que ves rezando para que Dios te acepte allá arriba.
Le quité el seguro, dispuesto a disparar al hijo de puta que tenía en frente de mi.
Cuando iba a disparar alguien se puso en frente de mí.
—Quítate.
—N-no...
—Mía quítate—grité.
—N-no lo hagas, por favor... sigue siendo mi padre—Mía sollozó aún con el arma en su frente—Te ayudaré, haré lo que quieras. Utilízame si quieres, p-pero no lo mates.
Incliné mi cabeza hacia un lado, pasando mi lengua por el interior de mi mejilla.
—No quiero matarte a ti también—la observé de manera dura, con total enojo.
—Por favor—rogó, con lágrimas en los ojos.
La observó un momento, realmente pensándole. Para él no había ningún problema, pero seguramente después tendría que escuchar los lamentos desamparados de Joe gritando la pérdida de su hija y terminaría torturándolo hasta matándolo (que no era mala idea). Sin embargo, se lo pensó bien, asegurando que Mía lo iba a pagar caro después de que terminara con el trabajo.
—Bien—gruñí guardando el arma en mi cintura, disgustado.
—Que sepas que esta vez sobrevivirá porque tu hija me la mama rico—susurré en el oído de Joe, intentando golpearme cosa que esquivé riéndome fuerte—Tu hija ya es parte de mí, así que tendrás que rendirte tarde o temprano.
Tomé por la cintura llevándome a Mía de la habitación, asintiendo con la cabeza a mis hombres para que lo vigilaran, los gritos de Joe de fondo.
—Con la mirada adelante—moví su cabeza poniéndola de frente con una expresión dura, iba a ser la última vez que vería a su padre.
Y se iba a asegurar de ello.
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