Él se levantó cuando todavía los primeros rayos de sol no se habían atrevido a aparecer, no serían ni las seis y media de la mañana. Se duchó tomándose tiempo a reflexionar y a repasar el plan del día mentalmente. Se había ido a la cama a la una de la mañana casi aunque se durmió cerca de las dos, tenía mucho en lo que pensar. Salió sin desayunar a la calle a pasear a Miles y tras un par de vueltas a la manzana subieron. El día parecía estar despejado cuando abrió el portal, cuando los primeros rayos de sol se empezaban a presentar. Desayunó dos cafés solos con unas tostadas que consiguió no quemar en el aparato defectuoso que se negaba a cambiar ya que según él funcionaba casi perfectamente.
Se cambió de ropa quitándose el chándal casi roto que tenía sólo para esos pequeños momentos del día y se puso unos vaqueros negros y una camiseta del mismo color.
Se colocó la peluca de color cobre sobre su pelo cubriéndolo en su totalidad. Algunos de sus compañeros decían que era demasiado exagerado por intentar camuflarse hasta ese punto ya que con los pañuelos y las capuchas no se les podía identificar de ninguna manera y optaban por no cambiar su pelo pero otros eran más comedidos y hacían lo mismo que él. Cogió el móvil que usaba para esas ocasiones, cogió su pañuelo colorido y se puso su chaqueta característica de un rojo brillante vivo y salió de casa.Llegó a la salita del segundo piso del café el primero, siempre era el primero en llegar y el último en irse. Poco a poco tras unos minutos empezó a llegar la gente, todos vestidos igual de negro completo pero con el detalle de pañuelos de colores.
- Buenos días chicos, - empezó a hablar cuando todos hubieron organizado en cajas lo necesario para cargarlo hasta Central Park - hoy es un día importante y a todos nos gustaría que saliera bien asique concentración,- su mirada se posó en Robert aunque él tenía la mirada vacía pero casi siempre fija en él - concentración y agilidad.
- Raven, tú llevarás el plano de evacuación junto a Robert y Arthur - habló Gabriel, Marrón, la mano derecha de Rojo. Marrón era el límite de la locura de Rojo, el que le ponía los pies en la tierra y siempre estaba dispuesto a ayudarle sin cuestionar nada, el amigo de la infancia, la Trinidad junto a Celeste. Todos asintieron con gran solemnidad, les esperaba un día largo, duro y posiblemente peligroso pero estaban dispuestos a todo lo que fuera necesario por hacer un mundo mejor.
Repasaron los planes una última vez rápidamente y fueron saliendo por la puerta semi secreta del café que daba a un pequeño callejón solitario pero sin peligro ninguno.
Habían llegado todos con los pañuelos ya subidos y habían colocado una gran bandera a cada lado del escenario medio improvisado que les habían montado desde otra organización.
Rojo estaba agitado, por muy acostumbrado que estuviera a hablar en público siempre sentía un pequeño nudo en el estómago, esa gente confiaba en él, le tenían de referente, él junto con sus amigos era la cara visible de la incipiente Revolución.
Estaba detrás del escenario, esperando la señal de Rosa para salir, se oía la muchedumbre gritando palabras de libertad, eso le llenaba el corazón de orgullo, no hacía él mismo sino hacia su Patria. Rosa le hizo la clara indicación de salida y expulsó todo el aire de sus pulmones, miró al cielo y subió los pequeños escalones improvisados.
Había mucha gente, más de tres mil personas seguro, muchos llevaban capuchas y miró hacia los extremos y hacia las salidas visibles, una pequeña sensación de rabia le subió por el cuerpo al ver militares y policías armados en todas las grandes salidas. Confiaba en Granate y Naranja plenamente para el plan de evacuación pero tenía un poco de recelo de Verde, sabía que era un borracho y un cínico, un escéptico que siempre se pasaba las reuniones en un rincón casi sin luz con una botella en la mano y poniendo pegas a todo, aunque eso a veces era de ayuda, alguien poniendo pegas hacía que otra gente diera soluciones resolviendo esos problemas y haciendo los planes a prueba de fallos o imprevistos.- ¡Ciudadanos! - intentó hablar lo más fuerte posible sin rasgarse la garganta ya que esta vez no disponían de un micrófono o algún tipo de amplificador de sonido pero lo único que consiguió fue un grito aunque con voz serena, directa y calmada. Sentí que subían al escenario los demás colocándose detrás de él y comenzó de nuevo a hablar.
Se había pasado días preparando el discurso de esa mañana, lo sabía de memoria aunque cada vez que lo leía tenía que retocar alguna parte, alguna palabra, y ese día no era distinto, cada vez que hablaba de su Patria lo hacía con pasión y todo lo que había escrito previamente se esfumaba de su memoria pero no lo necesitaba, todo eso estaba en su corazón, él sólo lo hacía salir y lo compartía.
Había terminado de hablar, de inspirar, rápidamente la gente volvió a rugir como leones atrapados en una pequeña jaula. Fueron bajando del escenario con calma, cogiendo las banderas y encabezando la marcha.
Rojo iba al inicio con el puño en alto y la otra mano descansando al lado del torso, en un lugar donde podía tener la suficiente rapidez para sacar y empuñar la pistola que tenía en el bolsillo oculto por la chaqueta de su pantalón. No le gustaban las armas, no le gustaba la violencia pero sabía que eso no era un juego y que si tenía que elegir entre los militares o El Cambio, elegiría sin dudarlo nunca a El Cambio.
Iba concentrado caminando cuando de repente escuchó un disparo. Lo primero que vio al girarse fue a toda la gente corriendo atropelladamente de un lugar a otro. Casi no le dio tiempo a reaccionar cuando un policía le golpeó con la porra en las piernas haciéndole caer al suelo. No era la primera vez que le golpeaban y sabía gracias a las clases de boxeo y defensa personal que Arthur obligaba a tomar a todo el grupo que tenía que devolver el golpe, distraerle con el dolor y salir corriendo. Y eso hizo, levantó la pierna y arremetió contra la parte de atrás de la rodilla del uniformado haciéndole caer al suelo junto a él al instante, instante que aprovechó para levantarse y empezar a correr por las calles sacando de su mochila bombas de humo de colores, iguales que las que sus amigos habían empezado a lanzar para que la "autoridad" no pudiera disparar ciégamente y les diera tiempo de dispersar a la gente de forma segura y salir de aquel campo de batalla que se había convertido una manifestación pacífica.
Empezó a gritar los colores, intentando escuchar alguna contestación pero no distinguía nada, el plan era claro, sacar a la gente de forma ordenada y comprobar que no hay heridos. Los ojos le empezaban a escocer un poco y no veía más allá de dos metros, se chocaba con algunas personas a las que les gritaba que salieran por algunas salidas según iba escuchando pequeñas indicaciones del equipo de evacuación y vigilancia sobre la zona.
Se encontró a Blanco en el suelo, ayudando a un joven vendándole de manera rudimentaria el brazo donde le habían disparado. Ese probre muchacho que no tendría mas de veinte años había sido la primera víctima, el inicio de esa horrorosa escena. Escuchó dos disparos más, no sabía de dónde venían pero sonaban realmente cerca y empezó a correr agarrando a la gente alejándola del origen del sonido de esas frías y letales armas.
Él llevaba la suya todavía escondida, aunque Ryan se las hubiera dado y les hubiera enseñado a disparar a casi la mitad del grupo por simple protección quería usarla sólo como último recurso.
Las nubes de humo empezaron a disiparse cuando Rojo ya se encontraba camino al café de nuevo, rápidamente se quitó la capucha, la chaqueta y el pañuelo sin quitarse la peluca y sólo parecía un manifestante pelirrojo más. A los pocos minutos de estar sentado alrededor de la mesa de reunión empezó a llegar la gente, Morado entró con Gris cogido de la mano con cara de preocupación.- ¿Qué demonios ha pasado, eso han sido tiros? - se les veía visiblemente molestos - Se suponía que era una manifestación pacífica joder.
- Eh, Neal, no es su culpa, la culpa es de esa panda de estúpidos, que les dan un arma a cualquiera y luego pasa lo que pasa.
Fueron llegando todos y pasados los diez minutos estaban completos, casi completos, ¿dónde estaba Verde? Siempre igual, seguro se habría ido a algún bar a beber hasta perder el conocimiento porque Blanco, el médico principal del grupo no lo había visto en el suelo herido en ningún momento tras el primer disparo. Pero ya estaban acostumbrados a ello por lo que Amarillo dijo que se pasaría por su casa en unas horas para comprobar que estaba bien y sin siquiera comentar lo pasado fueron saliendo con cuentagotas por la pequeña puerta camino cada uno a su casa.
Rojo, Marrón y Celeste se quedaron recogiendo alguna cosa y hablando de su infancia juntos, de cómo jugaban en la playa cuando eran unos simples críos o de cómo solían salir con las bicicletas por las tardes después de clase y explorar sitios desconocidos. El Cambio era una familia pero La Trinidad, como la llamaban los demás era mucho más, era el vínculo más sagrado y fuerte que tenían y eso era algo terriblemente bonito y a la vez poderoso.Se despidieron dándose un abrazo los tres y Rojo caminó con calma hacia su casa, estaba empezando a anochecer cuando entró por la puerta, su perro se lanzó contra él y tuvo que ir rápidamente a sacarle a pasear. Tardaron unos diez minutos cuando al volver a entrar definitivamente en casa se dio cuenta que no había comido nada desde el desayuno por lo que preparó algo rápido y se sentó en la pequeña mesa de comedor. Su móvil empezó a sonar y miró la pantalla iluminada con desgana, quería que el día acabara ya pero parece que no se lo iban a conceder. Era Yara.

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El Cambio por la Libertad
Ciencia FicciónYara se muda a Nueva York a terminar sus estudios de piano cuando súbitamente se ve envuelta en una Revolución.