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Tras bajar del avión y poner el pie en la que sería su ciudad durante unos meses, ella sabía que no iba a volver a ser la misma.
Yara salió del aeropuerto, todavía sin creer que le hubieran dado la beca para acabar sus estudios en Nueva York y con dificultad por encontrar un taxi que la llevara a las tres de la mañana a su nuevo piso. Tras quince minutos de espera encontró uno en el cual no dudó en subirse y que, tras casi tres cuartos de hora, la dejó en la puerta de su nuevo piso compartido. Había panfletos de una pequeña manifestación contra la opresión en los cristales del portal, Yara los miró pero pasó de largo y empezó a subir las escaleras.
Sacó la llave y con cuidado por las horas que eran abrió con sigilo la puerta. Entró en la casa, que sin la necesidad de luz, se veía amplia y cuidada. Estaba tan cansada que nada más entrar en su habitación, llena de cajas de mudanza que habian llegado hace casi una semana antes que ella, con sólo una cama y un piano como mobiliario se tiró encima de la primera y se quedó dormida al instante.
Despertó cerca de las diez, pero no se sentía cansada, sino emocionada al oír como despertador natural a un compañero de piso tocando el violonchelo desde su habitación. Se levantó y buscó entre la pequeña maleta que había traído consigo en el avión algo de ropa para cambiarse. Salió de la habitación con una sonrisa que rápidamente fue apagada tras un movimiento de mano de silencio y una cara de pocos amigos que le hizo una chica con cámara en mano grabando al del violonchelo.
Se quedó ahí, quieta, mirando cómo tocaba, cómo sus manos y dedos se movían frenéticamente mientras él, ensimismado, no había notado ni su presencia. Al cabo de diez minutos sonó la cadencia final y acto seguido el chico sonrió a cámara, la chica dejó de grabar y le empezó a decir que la toma había salido buena.
Sólo cuando Yara dijo felicidades los dos se dieron cuenta de que había alguien más con ellos.

- Encantada, soy Yara, vuestra nueva compañera.

- Erik - le tendió la mano con el arco en la otra, la cual aceptó con gusto.

- Rachel - dijo sin siquiera mirarla y acto seguido empezó a ayudar a Erik a recoger las partituras que había por el suelo.

Yara intentó entablar una conversación con ellos, pero lo único que recibió fueron respuestas monosilábicas sobre sus estudios, edades y gustos.
Erik parecía agradable, había sido el que había metido las cajas de Yara en su habitación cuando llegaron, pero la primera impresión que tuvo de Rachel fue la típica artista creída que no le importaba nadie nada más que ella misma.
Ese día estuvo desempaquetado todas sus cosas, pidió incluso comida a domicilio la cual fue bienvenida dado que no había comido nada desde su cena del avión. Tras muchas horas y varias tomas más que se escuchaban de sus cohabitantes acabó colocando todo el contenido de las cajas y maletas en su nuevo lugar.
Se sentó en la cama para ver desde ese ángulo como quedaba todo pero tuvo que encender la luz, ya que se había hecho de noche.
Salió del cuarto y se encontró a Erik sentado en la mesa de la cocina mientras ojeaba en un portátil un vídeo de cocina.

- Hola, ¿cómo va organizado las comidas y cenas?

- Cada uno va por libre siempre, ya lo irás viendo según todo avance. Rachel nunca utiliza la cocina, casi nunca come aquí; Marc es el más ajeno a todos nosotros, sólo le conocerás de clases comunes, no tiene ningún tipo de relación con nadie, salvo sus compañeros de sección e instrumento. - dijo todo sin despegar la cara de la pantalla, pero aún así, ella supo diferenciar la tristeza con la que decía lo último.

- ¿Te apetece que prepare algo de cena para los dos? - No sabía cómo iba a tomarse Erik su invitación por lo que la propuso pero rápidamente se arrepintió aunque él no le dejó ni empezar su frase de "Pero si no te apetece no importa".

- Claro, yo te ayudo, me gusta cocinar cuando no quemo la comida. - Ambos rieron a pesar de que lo había dicho en serio.

Y juntos prepararon algo y cenaron en la mesa de la cocina mientras charlaban animadamente de sus vidas. Erik era de Nevada y llevaba un año en el piso, y aunque siendo todos alumnos del Conservatorio Superior de Nueva York y viviendo juntos, le dijo que no esperara llevarse como amiga con Rachel ni con Marc.
Tras acabar de cenar y estar un rato más hablando, se contaron cosas buenas y congeniaron. Se dieron las buenas noches y cada uno se fue a su respectiva habitación.
Yara sintió tras llegar a su cama y tumbarse en ella, que su piso no estaba tan mal, que había una gran esperanza en tener una buena relación con alguno de sus compañeros.

El Cambio por la LibertadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora