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Yara estaba nerviosa, vestida formal pero no mucho, un vestido negro largo con una bonita espalda de encaje y el pelo lo llevaba semi recogido con un par de trenzas de raíz por fuera. Hoy tenía recital de piano en una sala de conciertos del conservatorio y estaba atacada de los nervios. Iba a ir Apolo a verla y le preguntó si podían ir un par de amigos suyos a lo que ella respondió encantada que sí.
Ella había estudiado mucho, estaba muy segura de sí misma a pesar de la dificultad del repertorio. Se encontraba en la salita contigua al escenario, dando vueltas con nerviosismo y esperando a que le dieran paso.
Era el momento, su nombre sonó seguido de aplausos y ella caminó con decisión hacia el centro del escenario. Era una sala de conciertos grande, habría unas 400 personas de público aunque con la poca luz que tenían sobre ellos era imposible distinguir caras amigas. Saludó con una leve inclinación y una sonrisa pese a que esa sonrisa era mecánica, pues en su cabeza en ese momento no había otra cosa que la música.
Se sentó al piano y tras unos segundos en total silencio con un público expectante conteniendo el aliento, las primeras notas comenzaron a sonar. Tras la primera obra, cuando sus manos bajaron con suavidad y su cara se relajó mostrando una tímida pero real sonrisa se volvieron a escuchar aplausos. Yara siguió tocando y una vez acabado el recital, todo el mundo había quedado impresionado, estaban de pie aplaudiendo y ella sólo conseguía sonreír y agradecer. Salió del escenario derrochando energía y saltando de alegría. Tardó unos minutos en llegar al camerino ya que tenía que hablar con su profesor, aunque su conversación sólo fueron palabras de enhorabuena por parte de él y palabras de agradecimiento por su parte.
En la puerta de su camerino se encontró a Apolo, vestido con una chaqueta de traje y vaqueros, con el pelo bien peinado aunque por mucho que lo intentara, ese pequeño rizo seguía cayendo en medio de su mirada azul. Había dos chicos a su lado, uno alto moreno con una sonrisa que podía eclipsar a medio mundo y otro un poco más bajito con el pelo con reflejos pelirrojos y con una sensación de calidez.

- Yara, ¡ha sido increíble! - dijo Apolo mientras la abrazaba y plantaba un dulce beso en sus labios, haciéndola estremecer.- Te presento a mis amigos, Philip - refieriéndose al primero- y John.

Ambos la abrazaron muy cálidamente con unas sonrisas que en seguida a Yara le dieron muy buena espina y le hicieron sentir muy confortada.

Y así los cuatro se fueron al mismo café donde habían tenido su primera cita Apolo y ella. Philip era abogado y por cómo hablaba, se movía y expresaba, Yara tenía la certeza de que no perdía ningún juicio y tenía una capacidad de convicción realmente útil. A pesar de eso, era realmente agradable y se veía que era un gran conquistador. John era todo lo contrario, era poeta, a veces trabajaba con Apolo en alguna revista o periódico y era como un rayo de luz, muy optimista y siempre con una gran sonrisa dulce en los labios. Le encantaba leer, igual que a Yara y rápidamente sacaron temas de conversación mientras bebían.
Eran cerca de las doce de la noche, Philip, John y Yara habían tomado alguna copa y reían animadamente mientras conversaban pero Apolo les miraba con recelo cada vez que levantaban la mano para pedir otra copa.

- Yo no suelo beber, desconcentra de lo realmente importante y nubla la mente - había contestado cuando Yara le preguntó incrédula que cómo podía seguir por su primera copa cuando ya ellos llevaban cuatro.

Justo cuando salieron del café se escuchó una discusión. Un hombre de unos 50 años con traje le gritaba a otro de mediana edad pero peor vestido. Estaban en la esquina de un callejón y se distinguía la angustia del segundo.

- ¡Como no me des el dinero en menos de tres días te echo de la casa, a ti, a tus hijos y a quien haga falta y si es necesario llamo a a algún colega y me ayudará a sacaros a patadas si hace falta!

- Mi hija ha estado enferma y estoy haciendo doble horario para sacar más dinero y pagar todo, sólo necesito unos días más, por favor.

El hombre suplicaba casi con lágrimas en los ojos pero el otro se abalanzó sobre el y le golpeó la mandíbula de un puñetazo. Los tres amigos miraban la escena horrorizados, además del puñetazo que no pudo esquivar, el hombre le empezó a dar patadas en el estómago según caía al suelo. Sin dar tiempo a nada más los tres se precipitaron contra el hombre trajeado, no le pegaron pero le quitaron de encima del otro y le estamparon contra la fría pared de un callejón.
Tras una conversación que Yara no consiguió oir pese a que estaba a menos de 5 metros el hombre trajeado se fue, no sin antes darle una mirada severa al señor tirado en el suelo y una mirada de ¿miedo? a los tres amigos que correspondieron con un gesto desconocido por Yara hasta el momento, firmeza y valentía en sus miradas. Apolo se acercó a ella, le dio un suave beso y le dijo que hablarían en otro momento, le deseó buenas noches y se fue caminando a paso rápido y se perdió entre las calles ruidosas de Nueva York. Nunca había visto a Apolo así, sus pupilas dilatadas dejaban ver muy poco del océano de sus iris pero en sus ojos se veía fiereza, liderazgo y confianza, daban miedo.
Los dos amigos se miraron con calma tras lo ocurrido y ayudaron al hombre a levantarse dándole la mano, la cual aceptó con gusto.

- Ciudadano, cuídese y ande con cuidado. - a lo que el hombre les sonrió y se fue igual de rápido que Apolo.

- ¿Alguien me puede explicar qué ha pasado? - estaba incrédula, no sabía qué demonios había pasado ni qué clase de conversación habían tenido los tres con el hombre para que se alejara con un ápice de miedo en los ojos hacia Apolo especialmente.

Los amigos se miraron con cara de dubitación y le negaron lévemente con la cabeza y un intento de sonrisa apareció en los labios de John.

- Mejor habla con Apolo, nosotros no somos quienes para hablar de esto contigo, espero que lo entiendas.

Yara soltó un bufido algo molesta pero se despidió amablemente con los dos chicos que más pronto que tarde clasificaria como grandes amigos.

Llegó a casa muy tarde, el portero del edificio se le había quedado mirando con cara de desaprobación al vacilar intentando meter la llave del portal, no bebas tanto la próxima se había dicho para sí internamente, a lo que ella no respondió y siguió a lo suyo subiendo por las escaleras. Entró por la puerta y se encontró a Erik durmiendo en una silla de la cocina. Yara le zarandeó lévemente el brazo y él se despertó asustado y desorientado.

- No me des estos sustos por favor.

- Lo siento, pensé que te ibas a caer y créeme, se duerme mejor en la cama que sobre una mesa.

- Te estaba esperando. - Su aliento olía a vino pero se mantenía severo - ¿podemos hablar?

Yara asintió, ninguno de los dos estaba en condiciones de hablar seriamente, no tan seriamente como Erik parecía querer conversar.

Ambos entraron en la habitación de ella y se sentaron en la cama. Erik le cogió la mano a Yara y la miró a los ojos.

- No se qué hacer. Siento por él mucho más de lo que nunca he sentido por nada pero sólo recibo rechazo y frialdad - soltó todo el aire que parecía haber estado conteniendo mientras hablaba de golpe y al volver a mirarse a los ojos se veían vidriosos, una pequeña lágrima salió de uno de ellos y corrió por su mejilla.

Yara no sabía qué hacer, asi que se limitó con gran tristeza a abrazarle fuerte y besar su cabeza de forma casi maternal. Así permanecieron lo que aparecieron horas pero en realidad habían sido sólo unos minutos, ella escuchaba pequeños lamentos mientras no soltaban su abrazo. Al cabo de un rato más se separaron, los sollozos y las lágrimas habían cesado pero se veían unos ojos verdes vacíos y muy rojos.

- Buenas noches Yara, gracias por escucharme.

Y sin darle tiempo a decir nada Erik salió sin mirar atrás dejando a la chica con el corazón encogido y un poco de confusión por la locura que había sido el día de hoy.
Sin pensarlo mucho, se tumbó en la cama y se durmió casi al instante.

El Cambio por la LibertadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora