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Estuvo paseando un rato hasta que estuvo cansada y el calor del sol la obligó a buscar un sitio para descansar y empezar a hacer la tarea. Encontró al lado de un pequeño lago una mesa de jardín de madera con un banco que estaba vacío y no se lo pensó dos veces en acomodarse ahí.
Hacía muy buen día aunque a veces venía una pequeña ráfaga de viento que movía las hojas lentamente.
Estaba ensimismada con los cascos puestos escuchando algo de Broadway, un género que le fascinaba y ya había tenido la oportunidad de ir a ver en vivo varias veces en lo que llevaba de estancia cuando de repente vino una gran ráfaga provocó que una gran parte de las hojas que tenía encima de la mesa salieran volando.
Se volvió loca, corriendo para recogerlas pero seguían volando sin ruta. Al cabo de un rato buscando, ordenando y asegurando se dio cuenta que le faltaban todavía algunas hojas por lo que se dispuso a mirar concienzudamente. Iba con la mirada tan fija en el suelo por si veía algún papel que no se dio cuenta
del hombre junto con un perro que se había parado tras ella con unos papeles en la mano mirándola cierta diversión en su rostro.

- Creo que esto es tuyo.

Yara, que se había quitado los cascos antes de empezar a buscar con detenimiento se giró y se encontró ante un perro color chocolate y junto a él, al hombre más perfecto que había visto en su vida.

- Gracias, madre mía, gracias. Me salvas la vida porque estos papeles son importantísimos.

- ¿Músico? ¿Qué tocas?

- Piano - Casi no podía articular palabra mientras cogía las partituras casi perdidas.

- Qué bonito. Aunque qué sacrificado. - Dijo el hombre con una sonrisa de complicidad.

- Sí, ojalá poder dormir bien o por lo menos encontrar un café decente en esta ciudad. - Se sintió tremendamente tonta al decir esas palabras pero lo dicho, dicho estaba.
El hombre la miraba sin quitar esa sonrisa que dejaba ver una dentadura perfecta.

- Creo que conozco el sitio con el mejor café de aquí. ¿Te apetece tomar uno?

Le faltaba el aire, como pudo dijo que sí y, tras unos momentos guardando todas las cosas emprendieron juntos un camino hasta la cafetería.

- Por cierto, soy Apolo.

- Yara.

Se sentaron y empezaron a conversar aunque fue un poco tenso al principio, luego se empezaron a soltar un poco más.

- No eres de aquí, ¿de dónde eres?

- ¿Tanto se nota? - Dijo divertida- Soy de España. Estoy aquí estudiando.

- Guau, he estado en España y me encanta. - mientras seguían conversando sonó su móvil, que mirando la pantalla lo cogió rapidamente-. ¿Me disculpas un momento?

Él se levantó ágilmente y ella se quedó observandole. Tenía el pelo rubio oscuro, con un ligero rizo que le caía sobre la frente por mucho que él intentara colocar arriba, tenía los ojos azules muy claros, con una expresión muy dulce y tierna aunque seguro que se la imaginaba más de una vez dura, fría y muy difícil de mantener en un desacuerdo. Sus labios no eran gordos, pero no inexistentes y aunque se veía tremendamente bien y joven no podía disimular unos principios de arrugas en el lateral de los ojos cuando sonreía. Se llamaba Apolo, qué nombre tan bien puesto pensó ella porque parecía esculpido por los mismísimos dioses.

Volvió tras colgar la llamada y tras una amena charla se despidieron, ambos teniendo una sensación de calidez y felicidad en el cuerpo. Habían intercambiados los teléfonos y se prometieron quedar al día siguiente.

Yara entró en casa, casi saltando de alegría cuando se topó en la cocina con un Erik con la mirada perdida y sin un ápice de felicidad, junto con una botella de vino medio vacía. Ambos se miraron y aunque estuvo tentada de decirle lo que le había pasado ese día tan maravilloso, se contuvo para intentar ver qué le pasaba a su amigo.

- ¿Estas bien, Erik?

Ni siquiera levanto la mirada.

- Dime quéte pasa, por qué estás así. ¿Ha pasado algo? ¿Es por amor?

- Amor no es la palabra que buscas, es devoción y no, no ha pasado nada, ese es el problema. Por favor, no quiero que me veas así, ¿puedes irte?

- Que sepas que me tienes aquí para lo que necesites. ¿Puedo preguntar de quién se trata? - al ver que el moreno seguía sin levantar la mirada mientras bebía, Yara se levantó con la intención de esperar una respuesta que no llegó.

Iba caminando por el pasillo mientras oía a sus compañeros tocar, Rachel ensayada con el violín y a lo lejos se oía la trompa de Marc. Entró en su habitación y se cambió rápidamente para irse a trabajar.

El trabajo fue genial, le pagaban por tocar el piano, lo cual ella amaba y lo hubiera hecho por el salario mínimo si hubiera hecho falta. Tras salir del bar su móvil sonó y no puedo evitar sonreir como una niña pequeña cuando le dan un chocolate.

*Buenas noches Yara, A.*

Un simple mensaje le hizo tomar una bocanada de aire con la sonrisa más grande que pudo. Contestó diciéndole igualmente junto a una cara feliz no sin antes dudar si eso quedaba un poco infantil, pero lo mandó de todas formas.
Al llegar a casa una parte de felicidad se evaporó al ver a Erik tirado en la misma mesa que le encontró unas horas antes, ahora con la botella grande vacía junto a un par de botellines también vacíos. Se obligó a ayudarle a levantarse y cuando lo cogió se dio cuenta que era un peso casi muerto que balbuceaba cosas sin sentido. Le llevó a su habitación y como pudo le dejó en su cama. Pudo observar su habitación, igual de tamaño que la suya aunque mucho más desordenada, frente a la ventana estaba el atril junto al chelo y junto a él, su escritorio lleno de partituras y algún que otro dibujo. No quiso meterse en sus cosas y no miró de qué eran los dibujos aunque se veía que eran personas aunque sin luz tampoco se distinguía prácticamente nada. Se dirigía hacia la puerta y ya una vez casi fuera oyó a su amigo balbucear:

- ¿Por qué la indiferencia?

Yara salió de la habitación con una sensación de pena hacia su amigo pero nada más tumbarse en la cama, se durmió.

El Cambio por la LibertadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora