Prólogo

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Ni siquiera sabía por qué estaba allí. No tenía ganas de bailar, ni de hablar con nadie, ni de emborracharme, como había creído que sucedería antes de salir de casa. Un poco de maquillaje y ropa sexy no cambiaban lo que había en mi interior; no calmaban la rabia ni la angustia acumulada durante tantos años. Ni siquiera ahora que era libre del todo, ahora que nada me podía afectar como antes. El local iba llenándose poco a poco conforme iban pasando los minutos en el reloj de Budweiser que había detrás de la barra. Ese enorme reloj del que yo no despegaba mis ojos, por si así el tiempo transcurría más rápido y llegaban las tres de la madrugada, hora en la que me debía marchar de allí si todo seguía como había previsto. —¿Ha llegado ya? —preguntó Lina dando después un trago a su botellín de cerveza. Negué con la cabeza y miré alrededor con aire pensativo. Mi amiga soltó una carcajada y me dio un leve empujón en el hombro—. ¡Vamos, Cris, anímate! —gritó, provocando que una multitud de ojos se fijaran en mí. Le hice un gesto con la mano descartando aquella idea y volvió a la pista de baile contoneándose al ritmo de la música. Una nube de hombres la envolvió de inmediato.“¿Somos las dos únicas tías en todo el bar? ¿Estamos en un bar de gays? Por Dios…” Me encantaba fijarme en las personas, ya fuera por la calle mientras iba hacia algún lugar, o cuando me sentaba en el parque a dejar pasar las horas, esperando la inspiración. Me imaginaba cómo serían las vidas de esa gente que me rodeaba, qué estarían pensando o cuáles serían sus siguientes pasos en el futuro. Sus expresiones me maravillaban: la niña enfadada con el ceño fruncido, que se deja arrastrar de la mano por su madre; el hombre que mira el reloj y se desespera por la tardanza del autobús; los dos señores de traje que fuman en la puerta del trabajo y repasan con la mirada a las mujeres que pasan por delante; la pareja de novios adolescentes que se miran avergonzados por ir cogidos de la mano; la señora bien vestida que cree comerse el mundo con sus aires de superioridad; los ancianos que se besan en los labios después de cincuenta años juntos. Todos ellos, más de una vez, han despertado en mí sentimientos muy variopintos. Pero, ante todo, todos ellos me han servido de musas cuando he necesitado ideas creativas. Lo que comenzó siendo una forma de encontrar inspiraciones para mis cuentas de trabajo, ha acabado convirtiéndose en una costumbre que llena, en cualquier momento, vacíos amargos. La puerta se abrió justo en un silencio entre canciones. Fue un breve espacio de menos de un segundo, pero el sonido oxidado de las bisagras de aquel bar cutre me llamó la atención y me hizo girar la cabeza para ver quién entraba. El lugar no podía ser un bar de gays, no después de verlo entrar. Pelo negro, ojos claros, tez morena, sombra de barba y un cuerpo fuerte de escándalo. Así lo vi en mi sueño y así era en persona. Llevaba unos pantalones vaqueros gastados que le sentaban como un guante, una camiseta negra pegada al cuerpo y una chaqueta de cuero llevada como al descuido. Barrió el bar con la mirada y resopló con fuerza cuando encontró a quien estaba buscando, pero no se movió de la puerta. Un chico más joven que él, con la mirada vidriosa del que lleva unas cervezas de más, se le acercó trotando alegremente y le dio un beso en la mejilla. “No puede ser gay, no puede serlo”, pensé al instante algo turbada mientras perseguía de reojo el trayecto del desconocido hasta una mesa que se encontraba a mi espalda. Desde lo alto de mi taburete ya no podía verle a no ser que me girara en redondo. —¡Joder, que mala suerte! —dije en voz lo suficientemente alta como para que Lina, que se acercaba a mí, me oyera claramente. —¿Es él? —preguntó de nuevo. No dije nada y mi silencio le aclaró todo cuanto debía saber. No podía apartar los ojos de su imponente figura, tal y como sucedía en mi sueño—. Es él… ¡y vaya con él! —dijo, ganándose una mirada de advertencia—. Vaaaale, no te digo nada más. Habíamos quedado en que lo intentarías —protestó molesta. —¡Y lo haré! —exclamé. —¡No! ¡No lo harás! Te conozco y ya te estás arrepintiendo de haber venido. Pese a todo ni siquiera harás nada por saber quién es ―dijo exasperada. ―¿Estoy aquí, no? He venido. Ya te dije que no estaba preparada, pero aun así estoy aquí y lo estoy intentando. Tú no lo entiendes, no es fácil después de… ―En cuanto iba a comenzar con la retahíla de lamentaciones y malos recuerdos, que todos ya conocían, y en los que me escudaba una y otra vez, una voz me hizo enmudecer y girarme. ―Una cerveza, por favor —dijo él apoyando ambos codos en la barra justo a mi lado. Su rostro reflejaba cansancio. Cerró los ojos y pasó sus dos grandes manos por el pelo, peinándoselo hacia atrás, como el que siente desesperación por algo. No se dio ni cuenta de que la camarera le servía la botella de cerveza justo frente a él. Cuando la joven le repitió por segunda vez el precio de la consumición, confirmé mis sospechas. Era un hombre guapísimo pero estaba agobiado y cansado, muy cansado. Me volví para decirle a Lina que me quedaría un rato más, pero ella ya se había ido a bailar de nuevo. Eché otro vistazo hacia el desconocido, que ya estaba dando un largo trago a su cerveza, y vi correr un hilillo del líquido ambarino desde la comisura de su boca hasta perderse por el cuello de su camiseta. Su pose despreocupada, aquellos músculos que se dibujaban bajo la ropa, su forma de beber, y saber que era un hombre con problemas, me hizo suspirar y estremecerme visiblemente. ―¿Estás bien? —me preguntó. Dios mío, me había quedado mirándolo fijamente y no me había dado cuenta de que la botella volvía a estar en la barra y él estaba observándome—. ¿Hola? —insistió pasando su mano por delante de mi cara, roja como un tomate. —Ehhhh… sí, sí, perdona, estaba pensando en… mis cosas. Disculpa. ¿Qué decías? —balbuceé avergonzada.—Nada, no decía nada. Solo que he visto que te estremecías mirándome y no sabía si estabas bien. —Sí, estoy bien, gracias —contesté sin saber que más añadir. “Eres el hombre más guapo que he conocido nunca”, “¿Eres gay?”, “¿Quieres ser el padre de mis hijos?”. —¡Eh, Jack, vamos, siéntate conmigo y déjame que te cuente, tío! —gritó el joven desde aquella mesa al ver que su amigo se entretenía. Él hizo una mueca de disgusto que a mí me pareció graciosa y sonreí. —Vaya, lo mejor de la noche —dijo pasando suavemente un dedo moreno, áspero y calloso por mi mandíbula. Y sin darme oportunidad de decir nada más dio media vuelta y se alejó hasta su mesa con unos andares que hicieron que suspirase de nuevo sin querer. Me había tocado. En mi sueño no había ningún tipo de contacto físico y aquel simple roce hizo que todo el vello de mi espalda se pusiera de punta al instante. ¡Y además se llamaba Jack! Ese dato tampoco había quedado registrado en mi mente después de la horrible noche de sueños y pesadillas que había pasado. Lo vi levantarse un par de veces, pero quise ser discreta y decidí no mirar hacia dónde se dirigía. Igualmente siempre se me acababa yendo la vista hacia el lugar donde estaba sentado, comprobando, una vez tras otra, que efectivamente volvía de dondequiera que fuera. Era la una y media de la madrugada y lo más entretenido de esa noche hasta el momento habían sido las palabras de Jack. “Jack”, pensé de nuevo, “es un bonito nombre, rápido, fácil, sin complicaciones, cuatro letras, Jack”, divagué sin percatarme de que alguien ponía un preparado de color amarillento, en copa de Martini, delante de mí. ―Caipiriña ―dijo la camarera al ver cómo miraba la copa―. Cortesía del caballero de aquella mesa ―añadió alzando la barbilla hacia donde se encontraba él. Aquella siempre había sido mi bebida favorita. “¿Una coincidencia?”. El alcohol y yo no nos habíamos reconciliado aún desde mi última borrachera, así que me giré y brindé en dirección a Jack, que levantó su cerveza correspondiendo a mi brindis. Luego retomé mi posición frente a la barra, donde deposité la copa sin probar ni un sorbo. ―Si no te gusta te pongo otra cosa ―comentó la camarera mientras ordenaba vasos recién sacados del lavavajillas. ―No, no, gracias. Esto… está bien. Media hora más tarde ya había cubierto el cupo de espera sin sentido. ¿A qué estaba esperando? Él solo aparecía en uno de mis sueños, no podía pretender que fuera lo que no podía ser. Ya había comprobado que era real, que mis sueños habían vuelto a ser algo más después de un largo periodo de pesadillas, pero ya está. Solo eran eso, sueños incomprensibles que terminaban de forma extraña y repentina. Para evitar que me hiciera sentir culpable por no permitirle averiguar lo que quería saber, me despedí de Lina desde la distancia y salí del bar en busca de un taxi. La noche era fría, pero recibí encantada el gélido golpe de aire en la cara. Saqué el móvil y llamé al servicio de taxi comprobando que comunicaba. Esperé unos minutos en los que el frío dejó de resultarme tan agradable y volví a marcar. ―Llega tarde ―dijo Jack, que se había materializado a mi lado sin darme cuenta. Corté la llamada antes de que la operadora respondiera y lo miré como si no supiera en qué idioma estaba hablando. ―¿Perdón? ―Que llega tarde, digo. El hombre que tenga que recogerte se retrasa ―dijo cruzando los brazos con la chaqueta de cuero puesta y moviendo las piernas para calentarse un poco. Miraba al frente como si estuviéramos en la parada del autobús y aquello fuera una conversación sobre el frío de noviembre. ―¿Quién te dice que vaya a venir alguien a recogerme? ¿Y quién dice que sea un hombre? ―pregunté un poco a la defensiva―. Perdona, es que estoy cansada ―dije suspirando y relajando mi tono―. Estaba llamando a un taxi pero la línea comunica. ―¿Y por qué no llamas a tu marido, o a tu novio, para que venga a por ti? No creo que le haga mucha gracia que vuelvas sola a casa a estas horas. ―¿Sabes? Esa es una manera muy sutil de saber si tengo pareja ―contesté sonriendo y animándome un poco. El contacto de su antebrazo con el mío me causó un grato cosquilleo por todo el cuerpo. Si no supiera que era imposible, diría que hasta notaba su calor en mi piel. Jack sonrió. Era una sonrisa de cine, perfecta, de dientes blancos y alineados. Una sonrisa cálida pero con un punto de picardía. Los ojos azul claro se le achinaban cuando sonreía y decenas de arruguitas se le marcaban alrededor de aquellos dos profundos lagos. ―Llevas una marca de anillo en el dedo anular de la mano derecha. Muchas mujeres se quitan las alianzas cuando salen a cazar los fines de semana ―. Instintivamente cerré la mano y la metí en el bolsillo. ―A cazar, hmmm. ¿Y me has visto cazando mucho? ―pregunté ironizando. Volví a ponerme tensa y algo parecido a la rabia empezó a bullir dentro de mí. No intenté contener el estallido emocional―. Oye, no sabes nada de mí, así que no hagas conjeturas, por favor―. Saqué de nuevo el móvil para llamar. Ya había tenido suficiente cara bonita y masculina por esa noche. ―Sé que has venido con una amiga que solo ha parado de bailar para decirte que movieras el culo. Sé que llevas sentada en el bar desde que has entrado, que no has hablado con nadie más que con la camarera, con tu amiga y conmigo. También sé que no bebes alcohol, ni siquiera si es tu bebida favorita, y que no has dejado de mirarme a la mínima ocasión. No llevas anillo, pero no dejas de tocarte la marca blanca que tienes en el dedo, lo que me dice que, o te lo has quitado a propósito, o hace poco que no lo llevas por algún motivo. No son conjeturas, lo que veo es evidente. Y no, no te he visto cazar mucho lo cual me intriga bastante pues, o sientes remordimientos por divertirte sin tu pareja, y por eso no te diviertes. O, por el contrario, no tienes pareja y te sucede algo extraño como que tienes dos pies izquierdos, por ejemplo. Me ruboricé y solté una carcajada. Guardé de nuevo el móvil y me volví hacia él. Me estaba mirando,fija e intensamente, con un brillo extraño en los ojos y una expresión seductora que no supe cómo interpretar. Esto no era lo que sucedía en mi sueño. ―Vaya, veo que esta noche has estado ocupado, Jack. Vi en sus ojos la sorpresa cuando pronuncié su nombre. No se lo esperaba, por supuesto. “¡Chúpate esa !”. ―Parece que tú también has estado atenta ―Sonrió―. Es justo que conozca tu nombre, ¿no crees? ―Es justo. Me llamo Cristina, Cristina So…. ―Sin apellidos ¿de acuerdo? ―Asentí―. Encantado de conocerte, Cristina −Y extendió su mano hacia la mía. Correspondí al saludo sin pensármelo dos veces descubriendo que retenía mi mano en la suya más tiempo del necesario, pero no me importó. Aquel brillo en los ojos regresó y me quedé absorta en su mirada por unos segundos. Cuando rompimos el contacto visual y me soltó la mano me sentí vacía y me estremecí delante de él, por segunda vez en esa noche. ―¿Qué me dirías si te invito a un café, Cristina? No me van mucho este tipo de bares con la música tan alta, pero tampoco me apetece irme a casa todavía. ¿Te apuntas? Hay una cafetería ahí en la esquina que cierra tarde y que prepara un cappuccino espectacular. Por unos instantes sopesé la situación evitando mirarle. Me gustaba, eso estaba claro. Y yo no le resultaba indiferente, eso también estaba claro. Por un lado mi cabeza decía que me largase a casa echando leches pues bastante complicada había sido ya mi vida como para andar ligando por los bares con un tío que había conocido gracias a un sueño. Pero mi otro yo, mi yo ansioso por vivir y recuperar el tiempo perdido, me decía que un café no había matado nunca a nadie y que, además, el chico era guapo y su charla era agradable. Solo sería un café. ―¿Cappuccino espectacular, dices? Eso suena bien. ―Entonces ¿vamos? ―preguntó extendiendo de nuevo su mano hacia mí. ―Vamos ―respondí colocando mi mano en la suya. Nada más volver a sentir su contacto, un calor muy agradable se extendió por mis extremidades y miles de mariposas revolotearon en mi estómago como si anunciaran la primavera. No. No era un príncipe azul, y dadas mis circunstancias personales, no lo sería nunca. Pero para compartir un café no estaba nada mal. Seis horas más tarde estaba sentada en la cama de un lujoso hotel, intentando poner en orden lo que había sucedido entre nosotros, y, lo más importante de todo, intentando averiguar dónde estaba Jack. El final de mi sueño cobraba sentido en ese instante.

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