3) Bang bang bang bang

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Canción que me recomendó mi queridísima Marita Maradonna y me gustó mucho.

—Es que siento su mirada entre clases, yo estoy tranquilo y de pronto sé que me está viendo —se quejaba Cayetano en la calle, mientras caminaba con sus amigos a la parada de camiones—

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—Es que siento su mirada entre clases, yo estoy tranquilo y de pronto sé que me está viendo —se quejaba Cayetano en la calle, mientras caminaba con sus amigos a la parada de camiones—. Otra cosa que me molesta es que me habla como si nos conociéramos, ¿saben cómo?, como si hubiera confianza.

—Tal vez le gustes —declaró Cristina levantando los hombros, a cambio recibió una mirada de desprecio.

—Sé cómo son las de su clase y no, no voy a caer. Además mencionó a Noelia, ¿ella como chingados supo eso?

—¿Crees que sea una trampa u otro juego? —intervino Mateo jugando con los tirantes de su mochila.

—¡Ah, no sé y eso me tiene mal! No soy estúpido, ella se cree que puede engañarme y hacerme pasar la misma mierda otra vez. No, que se vaya a la verga, no le voy a dar más importancia —aseguró sin darse cuenta que había aumentado su velocidad al caminar y su tono voz. Sus amigos se miraban en complicidad porque sabían que la última afirmación era mentira y Cayetano no dejaría el tema hasta que algo lo molestara más.

—Quizá es una propuesta genuina, digo, la vimos sufriendo cuando la cambiaron de lugar —recordó Cristina recargando la espalda contra la pared verde del edificio donde solían esperar el camión.

—¿Sufriendo? Fue por no estar con su grupo, no por no saber. Es una niña mimada, nada más.

—Ah, ya viene mi mamá, que suerte —festejó Mateo acercándose a la calle. Cristina soltó una risa burlona y Cayetano negó con la cabeza.

—Ya sé que a veces me pongo intenso con algunas cosas, ¿pero cómo se supone que debo reaccionar? Son un grupo de criticones, siempre están juzgando a todos, por eso a cada rato se dividen, ni entre ellos se soportan. —Se defendió levantando los brazos.

—Te están ofreciendo dinero por enseñar algo que ya sabes. Ella no te gusta, no quieres ser su amigo, no te interesa como persona, realmente no le veo problema en ser su tutor —explicó Mateo acomodándose la mochila en el hombro izquierdo para abordar el sedán verde oscuro de su madre.

La mujer rubia, robusta de ojos esmeraldas, saludó con entusiasmo desde dentro al par de chicos, contrastando con su hijo que se despedía sin emitir sonidos, solo moviendo la mano.

Una vez el auto arrancó, Cayetano giró para encontrarse con Cristina, que seguía en la sombra, pegada a la pared.

—Aún no viene el camión, nos va a tocar lleno, que flojera.

—Al menos tú solo tomas uno y llegas a tu casa, yo tengo que esperar la otra línea.

—Pero yo llego haciendo comida, a ti te esperan con el almuerzo hecho y se sientan a comer contigo —exclamó con pesadez entornando los ojos.

No te pago para que me insultesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora